Uno de los años en que dicté clases en el Máster en Periodismo para Editores en Brasil viajé desde Posadas. Dejé mi auto en Iguazú y crucé a Foz desde donde tomé el avión a San Pablo. Volví sobre mis pasos una semana después. Viajaba cargado con miles de diapositivas que usaba entonces para mis presentaciones; al ver tanta cantidad de algo, en la aduana argentina me advirtieron que no podía entrar esa mercadería. Cuando me preguntaron el valor les señalé que para mí debían costar miles de dólares: significaban muchos años de trabajo. Cuando empezaron a mirarlas al trasluz de una bombita sucia sospecharon de un contrabando no tradicional... Me acordé de una columna de Nicholas Negroponte en Wired: También al declarar en una aduana su computadora portátil le preguntaron el precio: dos millones de dólares, contestó.
Ni mis diapositivas, ni el contenido de la computadora de Negroponte valen nada. Nada vale la información leída de ojito en el subte, y no nos molesta que lo hagan porque la información no se inutiliza cuando se usa. No vale nada la información emitida para una persona o para mil millones. Lo que vale es la audiencia, la circulación, la penetración de un medio. Es el negocio de los gratuitos, pero también era y sigue siendo el de los periódicos pagos.
Muchos puestos de venta de diarios y revistas tienen grandes carteles que prohíben tocar la mercadería; algunos las envuelven en celofán para que a nadie se le ocurra hojearlas. A todos los editores de prensa gráfica nos sorprende que el público compre nuestras publicaciones antes de leerlas, como si se compraran los trajes sin probarlos. Es que la gente no paga por la calidad de la información, pero sí paga por la calidad de la fuente, generalmente predecible; es decir que compramos lo que ya sabemos que nos van a decir y dejamos de comprar cuando sabemos que no nos gusta lo que nos van a decir ¡Y lo hacemos con uno o dos años de anticipación con revistas como The Economist!
Lo había dicho en 1987 Stewart Brand: "Information want´s to be free", en el fantástico libro sobre el Laboratorio de Medios de MIT (The Media Lab: Inventing the Future at MIT) que fue traducido en la Argentina por Horacio Reggini en 1988. Bastaba, para probarlo, un rollo de fotos dejado para revelar y perdido o velado en la tienda: nos devuelven un rollo virgen. Vale lo mismo un periódico con mentiras que uno con verdades; lo mismo cuesta una comunicación telefónica para decir trivialidades que la que se emplea para dar un mensaje que cambia la historia del mundo.
El futuro de la prensa gráfica no pasa por el soporte. No sucumbirá ante la defensa de los miles de árboles que se talan para imprimirlos (se plantaron para eso). No hay que buscarlo en internet, como no fue la radio ni la televisión. Pero debe adaptarse a esta realidad: pagar por el papel impreso va siendo un poco loco, sobre todo cuando lo que trae el papel impreso es lo mismo que ya se sabe por otros medios, generalmente el propio sitio web.