El peor enemigo de un diario es su dueño. Sea o no periodista es quien más atenta contra su credibilidad: y no hay otro capital para un periódico ni otra herencia para sus hijos y nietos. Es muy difícil no tener ideas políticas, ni creencias religiosas, ni deporte favorito. No se puede vivir sin gustos, sin ver películas de cine, sin comer en restaurantes, sin amigos, compinches, parientes...
Pero hay alguien todavía más peligroso que el dueño del diario: su mujer. Es que les sobra el tiempo para leer el diario desde la primera a la última letra, casi siempre en un ejemplar gratuito que hay que llevar a su casa bien temprano en un coche de la empresa. Después, a la hora de comer, trabajará a su marido sobre los contenidos del diario. Y él, para evitarse monsergas domésticas, levantará tiras, pedirá explicaciones, cambiará la línea editorial, hará cubrir las actividades de la parroquia, el acto del colegio de su hija y el campeonato de tenis del club del barrio.
No tengo la experiencia al revés: el del marido de la dueña. Pero supongo que no es igual, porque los maridos, por sus ocupaciones, tendrán menos interés en cambiar contenidos del diario. Si no, igual le darán poca importancia a lo que hace su mujer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario