No era una premonición la del post del pasado 5 de noviembre. Algún día no muy lejano Julio Ramos se habría de morir. Pésames y duelos aparte, le toca ahora a Ámbito Financiero mostrar si el código genético que imprimió don Julio a su diario es el de un águila o el de una cotorra. Es lo que pasa con todos los diarios en el momento de la muerte de su fundador. Los que nos quedamos en este mundo seremos testigos de esa virtud o defecto del periodista que fue Ramos. Y el código genético no tiene nada que ver con la sucesión, las viudas, los huérfanos, los abogados ni las intrigas del poder en las redacciones. Es el alma de una institución que la engendra su fundador. Lo sobrevive y se activa todas las veces que hace falta para volver a ponerla en su rumbo. Es una bendición y una maldición que pesa sobre los que continuan la obra del que la engendró.
"En diciembre de 1976, la reforma financiera que impulsaba Martínez de Hoz permitió la libre fijación de las tasas de interés por unos 400 bancos en un contexto de inflación y competencia, y dio origen a una gran avidez de los ahorristas por información fehaciente sobre colocaciones y plazos. Ramos interpretó el fenómeno y creó Ámbito Financiero junto con Leopoldo Melo y Boris Voyedka, de La Prensa, y Osvaldo Granados, que entonces trabajaba en Clarín. Pronto Ramos ocupó todo el espacio y Ámbito Financiero -que el primer día vendió 600 ejemplares- llegó a identificarse con su persona, con sus ideas y hasta con sus estados de ánimo, palpables en los títulos de tapa, en comentarios editoriales, firmados o no, y en el filoso análisis que hacía de las columnas de otros medios" (La Nación de ayer)
Tan personalista era Julio Ramos que su último artículo lo publicó en la revista Noticias y no en Ámbito. Era una respuesta a otro en el que Jorge Fontevecchia reconocía la pasta de periodista de Ramos: seguía trabajando en su habitación del Instituto del Diagnóstico, donde estaba internado desde que le descubrieran la leucemia que terminó con sus días. La nota de Ramos se publicó iustrada con una foto que sólo él mismo podía sacar debido a su aislamiento.
¿Podrá librarse Ámbito del espectro personalista de Ramos? Lo sabremos más temprano que tarde. Y serán buenas o malas noticias para su competencia, especialmente para El Cronista, la reciente adquisición de Francisco de Narváez.
miércoles, 22 de noviembre de 2006
domingo, 5 de noviembre de 2006
El código genético de los diarios
Chiche Gelblung escribe una columna en Noticias del 4 de noviembre: “Ámbito es Ramos”. Acompaña una nota sobre la enfermedad de Julio Ramos y el futuro del diario Ámbito Financiero, que él fundó. Gelblung no se imagina Ámbito Financiero sin Julio Ramos, y lo compara con Crítica, que no sobrevivió sin Natalio Botana. Debe haber otros muchos ejemplos de diarios que no han sobrevivido a sus fundadores, lo que pasa es que no los conocemos por eso mismo.
Es la confirmación de que los diarios son de sangre y fuego, pero también atrae la atención sobre el código genético de los diarios. Porque a la vez que muchos mueren, hay diarios que han sobrevivido por generaciones a sus fundadores y han sido capaces de mantener la sangre y el fuego que les imprimió su primer director. Otros, en cambio, como La Prensa o La Razón de Buenos Aires, pierden la sangre y el fuego cuando pierden a su fundador. Quedan lánguidos, moribundos. Y ocurre cuando se muere o falta el fundador, o cuando alguna generación pierde el fuego. Los diarios viejos mueren muy despacio. Los jóvenes, en cambio, de muerte súbita.
La cuestión del código genético se puede aplicar a cualquier institución, pero sobre todo a las ideológicas: las que viven de las ideas. Un país, una universidad o un medio de comunicación, se parecen mucho. Sus fundadores crearon pichones de águilas o de cotorras y hoy son precisamente eso.
Es la confirmación de que los diarios son de sangre y fuego, pero también atrae la atención sobre el código genético de los diarios. Porque a la vez que muchos mueren, hay diarios que han sobrevivido por generaciones a sus fundadores y han sido capaces de mantener la sangre y el fuego que les imprimió su primer director. Otros, en cambio, como La Prensa o La Razón de Buenos Aires, pierden la sangre y el fuego cuando pierden a su fundador. Quedan lánguidos, moribundos. Y ocurre cuando se muere o falta el fundador, o cuando alguna generación pierde el fuego. Los diarios viejos mueren muy despacio. Los jóvenes, en cambio, de muerte súbita.
La cuestión del código genético se puede aplicar a cualquier institución, pero sobre todo a las ideológicas: las que viven de las ideas. Un país, una universidad o un medio de comunicación, se parecen mucho. Sus fundadores crearon pichones de águilas o de cotorras y hoy son precisamente eso.
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