Los correctores son fósiles de la era Mergenthaler, el inventor del linotipo. Entonces se escribía dos veces cada texto: los redactores escribíamos nuestros textos a máquina en hojas pautadas. Esas notas iban a los linotipistas y regresaban para ser corregidos en la redacción, cuando el redactor ya se había ido a su casa. Los jefes de cierre decidían la extensión de cada artículo y el tamaño del título, adecuado a la diagramación de las páginas. Los correctores y tituladores volvían sobre los textos y se fijaban si había líneas trabucadas (un error típico de la era Mergenthaler) y corregían los errores que podía haber cometido el linotipista (aunque generalmente era al revés: los linotipistas mejoraban los textos de los redactores).
Cuando los linotipos fueron reemplazados por la composición en frío, se terminó la era Mergenthaler. Pero no los correctores porque los textos se seguían escribiendo dos veces. Hasta que se instalaron las computadoras en las redacciones. Fue entonces cuando descubrimos que los redactores escribían muy mal, y los correctores siguieron instalados en los diarios como una red de seguridad para los periodistas. Generalmente escondidos en su gueto, son un nudo molesto y tardío al final del flujo de la información.
El proceso de corrección es al revés. El principal responsable de que un texto esté escrito correctamente, con buena redacción y sin errores, es el periodista que lo redacta. El segundo responsable es su editor. El tercero, al final, será el Jefe de Redacción, o los editores de cierre, encargados de la coherencia y consistencia de los contenidos del diario, pero nunca de la corrección de los textos.
Me he encontrado con gravísimas dificultades en muchos diarios para terminar con los correctores antediluvianos. A veces por cuestiones gremiales. Otras, por razones de poder en la redacción. Pero la mayor parte de las veces por el miedo de los jefes a perder el filtro de su ignorancia.
Como al nudo gordiano, hay que cortarlo sin miedo: no pasa nada.
domingo, 31 de diciembre de 2006
sábado, 30 de diciembre de 2006
Para qué sirven los diarios
Durante algunos días los periódicos italianos han salido sin las firmas de sus autores, por lo menos las de los periodistas de planta, no las de los colaboradores extranjeros u ocasionales. Fue una forma de protesta por parte de los periodistas profesionales. He estado de viaje casi todo el mes y no he entendido si la regla valía también para los semanarios (por razones extremadamente misteriosas, se pueden encontrar diarios italianos de la misma mañana incluso en Tombuctú, pero en París y en Zurich los semanarios llegan con siete días de retraso, cuando se tiene suerte). Si la regla vale también para L’Espresso, estoy dispuesto a anonimizarme por solidaridad, aunque tratándose de una columna donde sale también mi caricatura me parece un poco ridículo figurar sin nombre, pero con retrato, a menos que sustituyamos el retrato por un manchón negro.
Ahora bien: el problema no es personal. Estoy reflexionando, más bien, sobre mis sensaciones de lector que se ha encontrado ante artículos acéfalos, por definirlos de alguna manera, donde alguien me habla y no sé quién es, con la añadidura de que, como buen lector italiano, estoy acostumbrado a que los editoriales del periódico estén siempre firmados, no sólo las columnas de opinión.
Alguien podría objetar: “Perdona, un periódico da las noticias y se espera que lo haga de forma verídica, por lo cual si la noticia que te da es importante y tú supones que es verdadera ¿qué te importa quién te la ha dado?”. Objeción férrea si los periódicos fueran todos como esos cuadernillos que se distribuyen gratis en el subte, donde se nos dice, precisamente, que ha habido un nuevo atentado en Bagdad, que ha nevado en el Caribe mientras crecían plátanos en Estocolmo (casos, por desgracia, cada vez más probables), o que Silvio Berlusconi se ha sentido mal durante un acto político. El caso es que los diarios están dejando de ser así.
Han pasado los tiempos en los que se discutía si la prensa era objetiva y si se podían separar los hechos de las opiniones, y cómo. Me acuerdo de furibundas aunque muy cordiales discusiones con Piero Ottone. El defendía un periodismo que entonces llamábamos “a la inglesa”, en el que se separaban los hechos de las opiniones (creo que Ottone se ha resignado, puesto que ahora publica únicamente una columna de opinión), y otros sosteníamos que incluso allí donde esta diferencia se respeta formalmente (un ejemplo modélico es The New York Times, donde los artículos de opinión, firmados, están sólo en las últimas páginas, junto a las cartas de los lectores, y lo demás deberían ser hechos), pues bien, que incluso en ese caso el mero hecho de poner dos sucesos en la misma página (por ejemplo, dos noticias que tratan de un asalto a mano armada por parte de bandidos calabreses) se convierte ya en la sugerencia de una opinión, y que muchos reportajes anglosajones en los que se cita entre comillas a dos señores con opiniones contrarias sobre el mismo hecho suelen ser bastante hipócritas, puesto que es el periodista el que ha elegido a quiénes iba a citar. Pero el problema no atañe ya a aquella antigua polémica.
El problema es que un periódico hoy en día se encuentra en la situación de tener que hablar de hechos de los que ya ha hablado ampliamente la televisión un día antes, por no hablar de los que leen las noticias frescas en Internet. Y, por lo tanto, no puede comportarse como un periódico que, opiniones aparte, da noticia de los hechos, porque si no el lector dejaría de leer los periódicos. Véase, por ejemplo, el Corriere della Sera, que, en la página final, pone una especie de sumario de los hechos relevantes del día anterior. Excelente para los que tienen poco tiempo o no han visto los noticieros de TV (pero si el acontecimiento es notable ya le habrá llegado un mensaje de texto de un amigo). Ahora bien: si ésa fuera la función de un periódico, el Corriere della Sera podría distribuirse gratis en las estaciones con formato de tarjeta de visita, lo cual no llenaría de dicha a sus propietarios, supongo.
Yo cito siempre dos episodios. Uno, la bomba de Piazza Fontana. Cuando sucedió, yo estaba en Nueva York (me divierto coleccionando coartadas para todos los delitos y matanzas) y se me informó del hecho muy temprano, teniendo en cuenta que Nueva York está seis horas adelantada respecto de Italia.
Preocupado, llamé a Milán, y mi mujer, que todavía no había visto el programa de noticias de la noche, no sabía nada. Digo siempre que supe de la matanza con seis horas de antelación. No es verdad, pero da la idea. Muchos años después, a las seis de la tarde, un amigo periodista me llamó diciendo que había muerto Bettino Craxi. Inmediatamente después me llamó por otros motivos mi secretaria y me pareció interesante darle la noticia. Lo sabía ya: alguien le había mandado un mensaje de texto. Llamé a mi mujer. Lo sabía ya: se lo habían dicho por teléfono antes de que la televisión diera la noticia. Díganme ustedes, entonces, para qué sirve un periódico.
A estas alturas, un periódico sirve para empaquetar los hechos con opiniones. Es lo que ahora les pedimos, y puesto que se trata de opiniones sobre los hechos, queremos saber quién expresa esa opinión, si es un autor de quien nos fiamos o un escritorzuelo que habitualmente menospreciamos.
Por eso, un periódico que hace huelga suprimiendo las firmas se vuelve mudo, lo cual significa que la protesta sindical tiene su relevancia.
Por Umberto Eco
L'Espresso
(Traducción de Helena Lozano Miralles, tal como apareció hoy en La Nación de Buenos Aires)
Ahora bien: el problema no es personal. Estoy reflexionando, más bien, sobre mis sensaciones de lector que se ha encontrado ante artículos acéfalos, por definirlos de alguna manera, donde alguien me habla y no sé quién es, con la añadidura de que, como buen lector italiano, estoy acostumbrado a que los editoriales del periódico estén siempre firmados, no sólo las columnas de opinión.
Alguien podría objetar: “Perdona, un periódico da las noticias y se espera que lo haga de forma verídica, por lo cual si la noticia que te da es importante y tú supones que es verdadera ¿qué te importa quién te la ha dado?”. Objeción férrea si los periódicos fueran todos como esos cuadernillos que se distribuyen gratis en el subte, donde se nos dice, precisamente, que ha habido un nuevo atentado en Bagdad, que ha nevado en el Caribe mientras crecían plátanos en Estocolmo (casos, por desgracia, cada vez más probables), o que Silvio Berlusconi se ha sentido mal durante un acto político. El caso es que los diarios están dejando de ser así.
Han pasado los tiempos en los que se discutía si la prensa era objetiva y si se podían separar los hechos de las opiniones, y cómo. Me acuerdo de furibundas aunque muy cordiales discusiones con Piero Ottone. El defendía un periodismo que entonces llamábamos “a la inglesa”, en el que se separaban los hechos de las opiniones (creo que Ottone se ha resignado, puesto que ahora publica únicamente una columna de opinión), y otros sosteníamos que incluso allí donde esta diferencia se respeta formalmente (un ejemplo modélico es The New York Times, donde los artículos de opinión, firmados, están sólo en las últimas páginas, junto a las cartas de los lectores, y lo demás deberían ser hechos), pues bien, que incluso en ese caso el mero hecho de poner dos sucesos en la misma página (por ejemplo, dos noticias que tratan de un asalto a mano armada por parte de bandidos calabreses) se convierte ya en la sugerencia de una opinión, y que muchos reportajes anglosajones en los que se cita entre comillas a dos señores con opiniones contrarias sobre el mismo hecho suelen ser bastante hipócritas, puesto que es el periodista el que ha elegido a quiénes iba a citar. Pero el problema no atañe ya a aquella antigua polémica.
El problema es que un periódico hoy en día se encuentra en la situación de tener que hablar de hechos de los que ya ha hablado ampliamente la televisión un día antes, por no hablar de los que leen las noticias frescas en Internet. Y, por lo tanto, no puede comportarse como un periódico que, opiniones aparte, da noticia de los hechos, porque si no el lector dejaría de leer los periódicos. Véase, por ejemplo, el Corriere della Sera, que, en la página final, pone una especie de sumario de los hechos relevantes del día anterior. Excelente para los que tienen poco tiempo o no han visto los noticieros de TV (pero si el acontecimiento es notable ya le habrá llegado un mensaje de texto de un amigo). Ahora bien: si ésa fuera la función de un periódico, el Corriere della Sera podría distribuirse gratis en las estaciones con formato de tarjeta de visita, lo cual no llenaría de dicha a sus propietarios, supongo.
Yo cito siempre dos episodios. Uno, la bomba de Piazza Fontana. Cuando sucedió, yo estaba en Nueva York (me divierto coleccionando coartadas para todos los delitos y matanzas) y se me informó del hecho muy temprano, teniendo en cuenta que Nueva York está seis horas adelantada respecto de Italia.
Preocupado, llamé a Milán, y mi mujer, que todavía no había visto el programa de noticias de la noche, no sabía nada. Digo siempre que supe de la matanza con seis horas de antelación. No es verdad, pero da la idea. Muchos años después, a las seis de la tarde, un amigo periodista me llamó diciendo que había muerto Bettino Craxi. Inmediatamente después me llamó por otros motivos mi secretaria y me pareció interesante darle la noticia. Lo sabía ya: alguien le había mandado un mensaje de texto. Llamé a mi mujer. Lo sabía ya: se lo habían dicho por teléfono antes de que la televisión diera la noticia. Díganme ustedes, entonces, para qué sirve un periódico.
A estas alturas, un periódico sirve para empaquetar los hechos con opiniones. Es lo que ahora les pedimos, y puesto que se trata de opiniones sobre los hechos, queremos saber quién expresa esa opinión, si es un autor de quien nos fiamos o un escritorzuelo que habitualmente menospreciamos.
Por eso, un periódico que hace huelga suprimiendo las firmas se vuelve mudo, lo cual significa que la protesta sindical tiene su relevancia.
Por Umberto Eco
L'Espresso
(Traducción de Helena Lozano Miralles, tal como apareció hoy en La Nación de Buenos Aires)
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miércoles, 27 de diciembre de 2006
Dónde encontrar periodistas
Las escuelas de periodismo no son un buen lugar para encontrar buenos periodistas. Es al revés: son las escuelas de periodismo y las facultades de comunicación las responsables de la invasión de falsos periodistas en las salas de redacción. No es periodista quien tiene un título que lo acredita sino quien se contagia con esa enfermedad o la lleva congénita. No se contrae nunca en las escuelas o en las universidades; se pega en las redacciones.
Hay que buscar a esos enfermos apasionados en otras facultades. Los de Comunicación son endogámicos, todos iguales, y quieren ser famosos, que es un síntoma claro del falso periodista. Entre los de Ciencias Políticas, los de Filosofía y Letras y los de Economía suele haber buenos candidatos, enfermos de curiosidad y apasionados por cambiar el mundo. Esos son los que sirven.
Quién es un periodista, en Paper Papers, 27/11/2005.
Hay que buscar a esos enfermos apasionados en otras facultades. Los de Comunicación son endogámicos, todos iguales, y quieren ser famosos, que es un síntoma claro del falso periodista. Entre los de Ciencias Políticas, los de Filosofía y Letras y los de Economía suele haber buenos candidatos, enfermos de curiosidad y apasionados por cambiar el mundo. Esos son los que sirven.
Quién es un periodista, en Paper Papers, 27/11/2005.
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martes, 26 de diciembre de 2006
Los diarios y el matrimonio
Tom Clancy describe al diario como la mujer o el marido. No es un teórico de la comunicación, ni un estudioso de los diarios, pero la idea es buena.
La radio y la TV son novios y se quieren con pasión y también se dejan rápido. Pero el diario es con quien uno se ha casado. Lo quiere pacíficamente, como se quieren los matrimonios. Se critica también como se critican marido y mujer. Pero se mantienen juntos. Los buenos lectores de diarios hablan con él, como mis tías insultan al meteorólogo de la televisión.
Los lectores buscan lo que les gusta donde siempre. No quieren que su diario cambie de opinión. Saben lo que les va a decir, y les gusta que se los diga otra vez. Hasta lo critican por repetirse, pero se sentirían incómodos si el diario no fuera machacón. Es como decir siempre lo mismo cuando se pasa por el mismo lugar: "en esta casa vivía mi tía Fermina". El día que el marido no lo dice, lo dirá la mujer o sentirá que le falta algo.
El divorcio de un diario también es como el de los matrimonios. Se rompe la relación para siempre.
El peor enemigo del periódico en Paper Papers, 9/8/2006
La radio y la TV son novios y se quieren con pasión y también se dejan rápido. Pero el diario es con quien uno se ha casado. Lo quiere pacíficamente, como se quieren los matrimonios. Se critica también como se critican marido y mujer. Pero se mantienen juntos. Los buenos lectores de diarios hablan con él, como mis tías insultan al meteorólogo de la televisión.
Los lectores buscan lo que les gusta donde siempre. No quieren que su diario cambie de opinión. Saben lo que les va a decir, y les gusta que se los diga otra vez. Hasta lo critican por repetirse, pero se sentirían incómodos si el diario no fuera machacón. Es como decir siempre lo mismo cuando se pasa por el mismo lugar: "en esta casa vivía mi tía Fermina". El día que el marido no lo dice, lo dirá la mujer o sentirá que le falta algo.
El divorcio de un diario también es como el de los matrimonios. Se rompe la relación para siempre.
El peor enemigo del periódico en Paper Papers, 9/8/2006
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viernes, 22 de diciembre de 2006
Ditto Device
Ditto Device, Ditto Device, Ditto Device, Ditto Device, así, como una monserga, describe Marshall Mcluhan a los medios gráficos en The Medium is the Massage. Son artefactos de repetir.
La radio es ditto device, la televisión es ditto device, el teatro es ditto device, y sobre todo los diarios son ditto device. Los programas se repiten, a la misma hora, con la misma cortina y las mismas rutinas. Las obras de teatro y las películas se repiten hasta el infinito. Pero lo que más se repite es el modelo documental: basta con oir el ruido de las rotativas en el taller de cualquier imprenta, que es el más perfecto artefacto de repetición. Pero eso no es nada comparado con la verdadera repetición de los diarios: la realidad distinta y cambiante de cada día metida en las mismas páginas, las mismas secciones, las mismas firmas, a la misma hora, en la misma mesa...
Los diarios son repetición hasta que los cambiamos por la sobrecarga o el aburrimiento. Pero cuando cambiamos, nos vamos a otra repetición. Buscamos lo que nos gusta que nos digan y rechazamos lo que no nos gusta. Vamos a las secciones fijas y columnas preferidas más que a la nota de tapa. Leemos lo previsible más que lo imprevisto. Nos molesta el cambio: así somos los seres humanos.
La radio es ditto device, la televisión es ditto device, el teatro es ditto device, y sobre todo los diarios son ditto device. Los programas se repiten, a la misma hora, con la misma cortina y las mismas rutinas. Las obras de teatro y las películas se repiten hasta el infinito. Pero lo que más se repite es el modelo documental: basta con oir el ruido de las rotativas en el taller de cualquier imprenta, que es el más perfecto artefacto de repetición. Pero eso no es nada comparado con la verdadera repetición de los diarios: la realidad distinta y cambiante de cada día metida en las mismas páginas, las mismas secciones, las mismas firmas, a la misma hora, en la misma mesa...
Los diarios son repetición hasta que los cambiamos por la sobrecarga o el aburrimiento. Pero cuando cambiamos, nos vamos a otra repetición. Buscamos lo que nos gusta que nos digan y rechazamos lo que no nos gusta. Vamos a las secciones fijas y columnas preferidas más que a la nota de tapa. Leemos lo previsible más que lo imprevisto. Nos molesta el cambio: así somos los seres humanos.
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sábado, 16 de diciembre de 2006
Los periódicos deben decubrir Internet
Internet no es una amenaza para los diarios. Nunca lo fue ni lo será. Pero es una desgraciada distracción si no la saben aprovechar como la oportunidad más apasionante y vertiginosa que se presenta al periodismo gráfico de principios de siglo.
Están muy equivocados los editores que siguen insistiendo en buscar el futuro de la industria gráfica en internet. Y es un despropósito gastar tiempo y recursos en talleres y seminarios sobre internet y extensiones electrónicas de los periódicos. Tan absurdo como un taller para periodistas de diarios sobre cómo editar noticias para la radio.
Los medios siempre han producido hechos que el periodismo puede y debe cubrir, o decubrir. Si el promedio de horas de televisión por día es alto, quiere decir que ocurren muchas cosas en la televisión. Por eso los medios gráficos le dedican páginas a la televisión, como lo hacen también con el cine y el teatro. Nadie piensa que esos medios sean una amenaza para los diarios. Al revés, son una realidad a decubrir, criticar, ordenar, celebrar, orientar...
Lo mismo ocurre con internet, pero potenciado por la inmensa oferta de sitios, blogs, portales, medios y mensajes de la red. Además esos sitios serán, dentro de poco tiempo, anunciantes importantes de los diarios y las revistas.
Están muy equivocados los editores que siguen insistiendo en buscar el futuro de la industria gráfica en internet. Y es un despropósito gastar tiempo y recursos en talleres y seminarios sobre internet y extensiones electrónicas de los periódicos. Tan absurdo como un taller para periodistas de diarios sobre cómo editar noticias para la radio.
Los medios siempre han producido hechos que el periodismo puede y debe cubrir, o decubrir. Si el promedio de horas de televisión por día es alto, quiere decir que ocurren muchas cosas en la televisión. Por eso los medios gráficos le dedican páginas a la televisión, como lo hacen también con el cine y el teatro. Nadie piensa que esos medios sean una amenaza para los diarios. Al revés, son una realidad a decubrir, criticar, ordenar, celebrar, orientar...
Lo mismo ocurre con internet, pero potenciado por la inmensa oferta de sitios, blogs, portales, medios y mensajes de la red. Además esos sitios serán, dentro de poco tiempo, anunciantes importantes de los diarios y las revistas.
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Plan de marketing: PERIODISMO
Todos los años la WAN organiza una conferencia titulada Generar Ventas. Esta vez se reunieron en Madrid a fines de noviembre en la Conferencia y Expo de marketing para diarios 2007. La exposición se instaló en un hall con mesas donde los principales fabricantes de promociones y coleccionables intentaban pescar a gerentes incautos. La conferencia se centró en las promociones, programas de fidelización y otros tónicos capilares que prometen el oro y el moro a gerentes ávidos de fórmulas salvadoras. Aparecieron algunos chispazos interesantes, como el de John Hay, el joven gerente del Globe and Mail de Toronto, que confesó que había comprobado que las promociones hacen subir la circulación, pero al terminar, las ventas vuelven a bajar (había descubierto los anabólicos). Otro experto nos explicó que las noticias locales venden más periódicos (este decubrió la máquina de escribir).
Abundaron también las presentaciones de los patrocinantes de la reunión. Contaron las bondades maravillosas de sus productos. Patética fue la presentación de Mike Newman, el Responsable de ventas de Associated Newspapers, y David Owen, Vice Presidente de Edición de NewspaperDirect: contaron al alimón lo bueno que resulta NewspaperDirect para sus ediciones a distancia. También hubo una presentación comercial de Paperview, otro de los sponsors del encuentro, con coleccionables para toda ocasión.
Todos nos fuimos con una idea clara: lo que más vende son los dvd y los cursos de idiomas.
Nadie habló del periodismo. Para los gerentes comerciales la redacción es un estorbo. El chairman de la reunión fue Tomas Brunegard yuppie CEO del Grupo Stampen de Suecia, que por todo currículum ostenta el haber sido durante 10 años gerente de Burger King: comida chatarra, siempre igual. Haría las delicias de Pablo Mendelevich (cfr. post sobre los periodistas y las hamburguesas del 27 de octubre pasado).
El mejor plan de marketing para un diario, el que realmente sube las ventas de ejemplares y publicidad, el que fideliza a los lectores hasta la muerte, es el periodismo puro y duro, el de sangre y fuego, el de siempre. Es que el negocio de los diarios es vender diarios y no discos compactos, música, películas o cursos de idiomas. Mientras no entendamos esto, nos estamos degollando con el filo de un dvd.
Abundaron también las presentaciones de los patrocinantes de la reunión. Contaron las bondades maravillosas de sus productos. Patética fue la presentación de Mike Newman, el Responsable de ventas de Associated Newspapers, y David Owen, Vice Presidente de Edición de NewspaperDirect: contaron al alimón lo bueno que resulta NewspaperDirect para sus ediciones a distancia. También hubo una presentación comercial de Paperview, otro de los sponsors del encuentro, con coleccionables para toda ocasión.
Todos nos fuimos con una idea clara: lo que más vende son los dvd y los cursos de idiomas.
Nadie habló del periodismo. Para los gerentes comerciales la redacción es un estorbo. El chairman de la reunión fue Tomas Brunegard yuppie CEO del Grupo Stampen de Suecia, que por todo currículum ostenta el haber sido durante 10 años gerente de Burger King: comida chatarra, siempre igual. Haría las delicias de Pablo Mendelevich (cfr. post sobre los periodistas y las hamburguesas del 27 de octubre pasado).
El mejor plan de marketing para un diario, el que realmente sube las ventas de ejemplares y publicidad, el que fideliza a los lectores hasta la muerte, es el periodismo puro y duro, el de sangre y fuego, el de siempre. Es que el negocio de los diarios es vender diarios y no discos compactos, música, películas o cursos de idiomas. Mientras no entendamos esto, nos estamos degollando con el filo de un dvd.
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jueves, 14 de diciembre de 2006
Información y periodismo
No es lo mismo informar que hacer periodismo. El informador dice lo que pasó. El periodista produce hechos con la verdad. Se puede informar sobre el resultado de un partido de fútbol, la cantidad de muertos y heridos en un atentado o la temperatura que hizo ayer en la ciudad. Para eso no hace falta más que un data entry, una especie que sobrevive con salud envidiable en todas las redacciones. El periodista, en cambio, manipula la realidad hasta convertirla en verdad o mentira.
Y la verdad -que es una relación entre los hechos y los dichos- tiene la virtud de cambiar la realidad futura, como la verdad de las religiones tienen la fuerza de convertir a los que la aceptan. Los lectores siguen la verdad y rechazan la mentira: por eso compran o dejan de comprar los diarios. Decía un viejo periodista de La Nación de Buenos Aires que el periodismo es un sacerdocio: quizá se refería a esta condición evangelizadora de la profesión.
Los medios sirven al periodisimo y a la información, igual que al entretenimiento y a la publicidad. El periodista está al servicio de la verdad y no de la realidad, que es algo bien distinto. Pero es determinante en su trabajo su capacidad de acercarse a la realidad para conseguir la verdad. El que lo hace con más pasión es el mejor, como les pasa a los artistas. Los periodistas hacen cosas con la verdad: crea nuevas realidades. La información, en cambio, se queda en la propia realidad que representa. Sirve a los lectores, pero solo porque produce en ellos la incorporación de datos a su conocimiento.
Los diarios son una industria. El periodismo es una profesión (y una enfermedad) que produce hechos. La información es un contenido y la comunicación un fenómeno.
Informar es producir hechos en Paper Papers, 12/10/06
Y la verdad -que es una relación entre los hechos y los dichos- tiene la virtud de cambiar la realidad futura, como la verdad de las religiones tienen la fuerza de convertir a los que la aceptan. Los lectores siguen la verdad y rechazan la mentira: por eso compran o dejan de comprar los diarios. Decía un viejo periodista de La Nación de Buenos Aires que el periodismo es un sacerdocio: quizá se refería a esta condición evangelizadora de la profesión.
Los medios sirven al periodisimo y a la información, igual que al entretenimiento y a la publicidad. El periodista está al servicio de la verdad y no de la realidad, que es algo bien distinto. Pero es determinante en su trabajo su capacidad de acercarse a la realidad para conseguir la verdad. El que lo hace con más pasión es el mejor, como les pasa a los artistas. Los periodistas hacen cosas con la verdad: crea nuevas realidades. La información, en cambio, se queda en la propia realidad que representa. Sirve a los lectores, pero solo porque produce en ellos la incorporación de datos a su conocimiento.
Los diarios son una industria. El periodismo es una profesión (y una enfermedad) que produce hechos. La información es un contenido y la comunicación un fenómeno.
Informar es producir hechos en Paper Papers, 12/10/06
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martes, 12 de diciembre de 2006
Banderas para un diario
Por si faltaran problemas a nuestras sociedades, van algunas cuestiones pendientes de las que los diarios no pueden ni deben olvidarse. La industria es tan responsable de su solución como las autoridades y demás dirigentes sociales. Podemos mirar para otro lado, como hicieron en otro tiempo los periodistas ascépitos y objetivos cuando pasaban delante de sus narices los cadáveres de sus compatriotas.
Medio ambiente / Corrupción / Terrorismo / Ciudades / Donación de órganos / Libertades públicas / Indocumentados / Derechos humanos / Sida / Tránsito / Derecho a la vida / Desnutrición / Tráfico de influencias / Narcotráfico / Tráfico de niños / Niños de la calle / Drogadicción / Independencia de la Justicia / Delincuencia juvenil / Seguridad / Policía / Democratización de la sociedad / Servicios públicos / Respeto de la Constitución / Discriminación / Xenofobia / Fair play / Virtudes cívicas / Homeless / Invasiones / Cuarto mundo / Hambre / Adopción / Ancianos / Gente sola / Sectas / Trata de blancas / Esclavitud / Mutilación femenina / Mujeres golpeadas / Violencia familiar / Abuso de menores / Abuso de autoridad / Acoso sexual / Ruidos molestos / Olores molestos / Pandillas / Hinchadas violentas / Maras / Falsificación / Vendedores ambulantes / Inmigración / Emigración / Piratería / Escapes / Reciclaje / Basura / Chamberos / Justicieros / Armas / Cólera / Dengue / Obras sociales / Endemias / Epidemias / Mafias, mafias, mafias, mafias, mafias y más mafias...
Medio ambiente / Corrupción / Terrorismo / Ciudades / Donación de órganos / Libertades públicas / Indocumentados / Derechos humanos / Sida / Tránsito / Derecho a la vida / Desnutrición / Tráfico de influencias / Narcotráfico / Tráfico de niños / Niños de la calle / Drogadicción / Independencia de la Justicia / Delincuencia juvenil / Seguridad / Policía / Democratización de la sociedad / Servicios públicos / Respeto de la Constitución / Discriminación / Xenofobia / Fair play / Virtudes cívicas / Homeless / Invasiones / Cuarto mundo / Hambre / Adopción / Ancianos / Gente sola / Sectas / Trata de blancas / Esclavitud / Mutilación femenina / Mujeres golpeadas / Violencia familiar / Abuso de menores / Abuso de autoridad / Acoso sexual / Ruidos molestos / Olores molestos / Pandillas / Hinchadas violentas / Maras / Falsificación / Vendedores ambulantes / Inmigración / Emigración / Piratería / Escapes / Reciclaje / Basura / Chamberos / Justicieros / Armas / Cólera / Dengue / Obras sociales / Endemias / Epidemias / Mafias, mafias, mafias, mafias, mafias y más mafias...
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miércoles, 6 de diciembre de 2006
Populares familiares o de sangre y sexo
Supongo hay dos tipos de diario popular sin contar los deportivos. El familiar y el de sangre y sexo. El de sangre y sexo es un género conocido: apelan a los bajos instintos de los lectores. De éstos hay dos tipos: los de ficción y los de no ficción. Unos no respetan los hechos reales, como el National Enquirer de Nueva York. Otros, como The Sun de Londres, pretenden respetar la verdad de los hechos.
En Guayaquil se da una peculiar competencia entre dos populares, el Extra y el Súper. El Extra pertenece el grupo Granasa, propietario también del Expreso. El Súper es de la compañía editora de El Universo (un estándar tradicional de gran circulación, con 86 años en el mercado). Extra es un popular de sangre y sexo subido, destinado principalmente a lectores varones de calle. No es un diario para la casa, aunque algunas mujeres dicen -según ellos mismos- que lo quieren para que sus hijos aprendan dónde terminan los delincuentes. Además de cadávares descuartizados y sangrantes el Extra publica grandes fotos de mujeres desnudas y en poses eróticas.
Súper es el caso del popular familiar. Un diario destinado a las casas, sobre todo a las madres. Las noticias policiales no se publican con fotos escabrosas y tiene una excelente sección deportiva y contratapa de farándula. También una doble página de consejos útiles, desde gramática hasta recetas para el día. La empresa editora sabía que no podía bastardear la credibilidad de El Universo con su título popular, lanzado hace un año y medio. Extra, en cambio, tiene ya 32 años en el mercado, y es algo anterior a Expreso, el serio de la familia Granasa.
Paradójicamente Extra y Expreso comparten el inmueble, la cartelería, los móviles y hasta las direcciones de correo electrónico que hacen hincapié en la empresa editora de ambos títulos. Esta promiscuidad atenta contra la credibilidad y la pretendida seriedad de Expreso. Súper, en cambio, se edita en el centro de Guayaquil, lejos de la redacción de El Universo, con quien no comparte ninguna información (más bien compite) ni gerencia. Sólo el taller.
En Guayaquil se da una peculiar competencia entre dos populares, el Extra y el Súper. El Extra pertenece el grupo Granasa, propietario también del Expreso. El Súper es de la compañía editora de El Universo (un estándar tradicional de gran circulación, con 86 años en el mercado). Extra es un popular de sangre y sexo subido, destinado principalmente a lectores varones de calle. No es un diario para la casa, aunque algunas mujeres dicen -según ellos mismos- que lo quieren para que sus hijos aprendan dónde terminan los delincuentes. Además de cadávares descuartizados y sangrantes el Extra publica grandes fotos de mujeres desnudas y en poses eróticas.
Súper es el caso del popular familiar. Un diario destinado a las casas, sobre todo a las madres. Las noticias policiales no se publican con fotos escabrosas y tiene una excelente sección deportiva y contratapa de farándula. También una doble página de consejos útiles, desde gramática hasta recetas para el día. La empresa editora sabía que no podía bastardear la credibilidad de El Universo con su título popular, lanzado hace un año y medio. Extra, en cambio, tiene ya 32 años en el mercado, y es algo anterior a Expreso, el serio de la familia Granasa.
Paradójicamente Extra y Expreso comparten el inmueble, la cartelería, los móviles y hasta las direcciones de correo electrónico que hacen hincapié en la empresa editora de ambos títulos. Esta promiscuidad atenta contra la credibilidad y la pretendida seriedad de Expreso. Súper, en cambio, se edita en el centro de Guayaquil, lejos de la redacción de El Universo, con quien no comparte ninguna información (más bien compite) ni gerencia. Sólo el taller.
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sábado, 2 de diciembre de 2006
Diarios para la base de la pirámide
No hay verdaderos populares en la Argentina, ni en Buenos Aires, una capital que merecería por lo menos dos de ellos. Crónica y Diario Popular solo parecen populares -por el nombre o por el lenguaje- pero no lo son realmente.
Popular es un diario de bajo precio y de gran circulación. Son periódicos para la base de la pirámide, con agenda adecuada a ese público. No son periódicos con la misma agenda que los serios en lenguaje llano. Los días de semana Diario Popular y Crónica cuestan 1,50 pesos (medio dólar) contra 1,60 de Clarín. Y Clarín tiene -por lo menos- diez veces más páginas y los mismos temas, mejor tratados.
Un verdadero popular en Buenos Aires debería vender 700.000 ejemplares a 25 centavos. Es cuestión de agenda, de precio y de distribución. Pero nadie puede decidir su precio y su sistema de distribución si no pasa antes por el Sindicato de Canillitas. Es el verdadero escollo al negocio de los diarios en la Argentina de hoy.
Popular es un diario de bajo precio y de gran circulación. Son periódicos para la base de la pirámide, con agenda adecuada a ese público. No son periódicos con la misma agenda que los serios en lenguaje llano. Los días de semana Diario Popular y Crónica cuestan 1,50 pesos (medio dólar) contra 1,60 de Clarín. Y Clarín tiene -por lo menos- diez veces más páginas y los mismos temas, mejor tratados.
Un verdadero popular en Buenos Aires debería vender 700.000 ejemplares a 25 centavos. Es cuestión de agenda, de precio y de distribución. Pero nadie puede decidir su precio y su sistema de distribución si no pasa antes por el Sindicato de Canillitas. Es el verdadero escollo al negocio de los diarios en la Argentina de hoy.
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