Los correctores son fósiles de la era Mergenthaler, el inventor del linotipo. Entonces se escribía dos veces cada texto: los redactores escribíamos nuestros textos a máquina en hojas pautadas. Esas notas iban a los linotipistas y regresaban para ser corregidos en la redacción, cuando el redactor ya se había ido a su casa. Los jefes de cierre decidían la extensión de cada artículo y el tamaño del título, adecuado a la diagramación de las páginas. Los correctores y tituladores volvían sobre los textos y se fijaban si había líneas trabucadas (un error típico de la era Mergenthaler) y corregían los errores que podía haber cometido el linotipista (aunque generalmente era al revés: los linotipistas mejoraban los textos de los redactores).
Cuando los linotipos fueron reemplazados por la composición en frío, se terminó la era Mergenthaler. Pero no los correctores porque los textos se seguían escribiendo dos veces. Hasta que se instalaron las computadoras en las redacciones. Fue entonces cuando descubrimos que los redactores escribían muy mal, y los correctores siguieron instalados en los diarios como una red de seguridad para los periodistas. Generalmente escondidos en su gueto, son un nudo molesto y tardío al final del flujo de la información.
El proceso de corrección es al revés. El principal responsable de que un texto esté escrito correctamente, con buena redacción y sin errores, es el periodista que lo redacta. El segundo responsable es su editor. El tercero, al final, será el Jefe de Redacción, o los editores de cierre, encargados de la coherencia y consistencia de los contenidos del diario, pero nunca de la corrección de los textos.
Me he encontrado con gravísimas dificultades en muchos diarios para terminar con los correctores antediluvianos. A veces por cuestiones gremiales. Otras, por razones de poder en la redacción. Pero la mayor parte de las veces por el miedo de los jefes a perder el filtro de su ignorancia.
Como al nudo gordiano, hay que cortarlo sin miedo: no pasa nada.
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