Es el estándar que propone Jorge Fontevecchia, donde ubica a Jacobo Timerman y Allen Neuharth, y que es casi imposible intentar a esta altura de la historia. Recuerdo dos hechos que tienen que ver con este intento anacrónico de pelear contra el estilo actual de periodistas que se creen estrellas y son apenas ignorantes:
El primero sucedió en un diario del Ecuador. Su director y propietario me pidió un buen día que fuera más duro con los periodistas. Insistió con que debía "putearlos" y me aclaró que lo decía con ese término para que lo entendiera un argentino, así no quedaban dudas. Yo era entonces el Editor General, y como se ve, tenía el mismo estilo de gobierno que tengo ahora: confío en la responsabilidad de los periodistas y no sospecho nunca de su profesionalismo, hasta el día en que me demuestran que no lo tienen, entonces los echo. Lo aprendí de boca de Ben Bradlee, otro duro de la prensa. Me dejo convencer y me gusta cambiar de opinión cuando me doy cuenta de que estaba equivocado o que hay un criterio valioso o interesante a pesar de no ser el mio. Algunos lo ven como debilidad, pero no concibo otro modo de hacer un diario independiente si no es con periodistas inteligentes que trabajan con libertad.
Al poco tiempo se dio la oportunidad y traté con dureza a una escribiente (calificarla de periodista sería una afrenta a la profesión). A propósito, y por seguir el consejo del director, usé una interjección del estilo, "¡putamadre!". El mismo día el director me llamó a su despacho para recriminarme que había puetado a una periodista y que eso no era propio de un Editor General y todas esas cosas.
El segundo hecho ocurrió en el Paraguay. Me negué a publicar algo que pidió la Gerencia de Publicidad del diario en el que ocupaba la subdirección. Se lo dije de muy buen modo, hasta con humor, a la empleada que vino a la redacción a proponernos que engañemos a los lectores. Estaban presentes los jefes de la redacción. Le faltó tiempo para acusarme por "levantarle la voz".
En ambos casos esas personas fueron despedidas, pero el tiempo perdido en solucionar esos conflictos fue tan desproporcionado que se te van las ganas de ser director/dictador. Para colmo de males, en el Ecuador me encontré con la escribiente puteada y despedida en otro medio para el que suelo trabajar.
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