La civilización del espectáculo es el título de un artículo de Mario Vargas Llosa publicado en La Nación de Buenos Aires del pasado 9 de junio. Allí don Mario expresa su preocupación por la irrupción de la diversión en el periodismo. Concluye, derrotado, que "cualquier intento de frenar legalmente el amarillismo periodístico equivaldría a establecer un sistema de censura y eso tendría consecuencias trágicas para el funcionamiento de la democracia. La idea de que el poder judicial puede, sancionando caso por caso, poner límite al libertinaje y la violación sistemática de la privacidad y el derecho al honor de los ciudadanos, es una posibilidad abstracta totalmente desprovista de consecuencias, en términos realistas. Porque la raíz del mal es anterior a esos mecanismos: está en una cultura que ha hecho de la diversión el valor supremo de la existencia, al cual todos los viejos valores, la decencia, el cuidado de las formas, la ética, los derechos individuales, pueden ser sacrificados sin el menor cargo de conciencia. Estamos, pues, condenados, nosotros, ciudadanos de los países libres y privilegiados del planeta, a que las tetas y los culos de los famosos y sus 'bellaquerías' gongorinas sigan siendo nuestro alimento cotidiano."
Es una contradicción: o somos libres o estamos condenados. Puede ser una metáfora, pero es triste en este caso hablar de condena y de libertad al mismo tiempo. No es la única contradicción: no es periodismo el que se dedica a divertir. Es otra industria y otra ocupación, que usa de los medios, como la publicidad, el entretenimiento y muchas más. Y ojo que considero periodistas a los papparazzi y periodismo a su profesión. En el caso de las fotos de Cecilia Bolocco, además, es evidente esa condición.
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