Bruselas es la segunda capital del mundo. Lo atestigua la cantidad de lobbies que actúan ante los organismos de gobierno de la Unión Europea, solo superadada por Washington DC. Ahí están instalados desde los detractores del tabaco para pipa hasta los defensores de los derechos de los tiburones.
Trabajé en Bruselas a principios de los 90. Cubría los organismos de gobierno de la Comunidad Europea antes de que fuera Unión. Todos los días a las 12 había un briefing de prensa en el salón de conferencias del edificio Berlaymont, la sede de la Comisión Europea. Asistíamos cientos de periodistas que después contábamos lo mismo en distintos idiomas: lo que los políglotas porte-parole querían que dijéramos. Uno o dos periodistas hacían las preguntas que pensábamos todos.
No todos... Andrés Garrigó no iba nunca. En esa época dejaba la corresponsalía de La Vanguardia de Barcelona y fundaba una agencia especializada en temas de salud y medio ambiente para la que yo trabajaba. Cuando le contaba las novedades del día, habitualmente me retrucaba con el doble de información. Era exasperante.
Desde entonces odio las conferencias de prensa tanto como los carnets de periodista. Las ruedas de prensa son una herramienta para hacernos decir a todos lo mismo. Son culpables en gran parte de la comoditización de los diarios, del aburrimiento de los lectores y de la estupidización de los periodistas. Dicen que los periodistas de El País de Madrid no van a ruedas de prensa. No lo encontré en su Libro de Estilo y los vi seguido en las de la Unión Europea. Sería muy saludable para cualquier diario establecer esa norma.
Los diarios commodity, en Paper Papers, 28/1/06
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