A Sócrates lo condenaron los cínicos por llamarse filósofo: fue el inventor de la filosofía y cada día tiene más vigencia, mientras que nadie conoce a sus verdugos. A Jesucristo lo crucificaron con una corona de espinas por decir que era rey y clavaron su título -que a la vez era sentencia- en lo más alto de la cruz. Su patíbulo se convirtió en el signo que distingue a miles de millones de sus seguidores dos mil años después de su muerte.
En nuestro idioma se llama mentiroso al que no dice la verdad, ladrón al que roba, déspota al que se arroga la suma del poder. Cínico es el que miente con descaro y sin que se le mueva un pelo. Los cínicos confunden la verdad con la mentira y el bien con el mal. No les molesta ser mentirosos, ladrones, coimeros, cobardes o inmorales; lo que les molesta es que se sepa y solo porque les puede costar la pérdida del poder. No les molesta el periodismo independiente, lo que les molesta es que sea independiente de ellos. No les molesta que El Territorio tome partido: les molesta que esté del lado de los honestos.
La honestidad es una bofetada cotidiana en su caradurismo y la verdad los hacen temblar. Por eso arremeten contra el periodismo con su discurso plagado de sofismas. No saben hablar ni razonan con lógica cuerda, pero sus verbo hueco lo repiten como una campana destemplada los falsos periodistas que les vendieron su pluma, su trasero y hasta su alma porque la promesa de un negocio efímero los convirtió en mercenarios del poder y extorsionadores del capital. A ellos más que a nadie les incomoda la verdad que los despierta todos los días cuando zarandea su conciencia.
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