Un periodista que vende su pluma es tan poco creíble antes como después de venderla. Si antes era periodista -que todo puede ser- dejó la profesión cuando claudicó ante el billete, pero lo más probable es que nunca lo haya sido. Como un policía ladrón, que no es más que un ladrón disfrazado de policía.
De mil mentiras no sale una verdad, por más fuerza y dinero que se ponga en el empeño. Y una sola verdad se impone a mil mentiras. Por eso es imposible cambiar la realidad con falsos periodistas, mercenarios de la pluma. Ya lo advirtió Ryszard Kapuściński: los cínicos no sirven para este oficio.
Alquilar periodistas es comprar billetes falsos con verdaderos: una locura y un pésimo negocio. Cambian a Sócrates por Pinocho. Los inmorales que lo intentan en realidad no pretenden más que quedarse con parte de ese dinero. Para colmo, los falsos periodistas cambian esas monedas mal habidas por el escarnio sempiterno de sus colegas y el ultraje despiadado de los mismos que compran su voluntad. A partir de entonces los maltratan como a la basura que son: no hay nada más despreciable que un vendido y ellos son bien concientes de haberlos comprado y de lo barato que les salió.
Ocurrió en estos días en Misiones. El gobierno articuló en la compra de periodistas toda su estrategia informativa para intentar ganar unas elecciones. No consiguió más que enriquecer al pagador, un señor que se llama Walter López, por sobrenombre Ventajita.
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