A raíz de la exposición en Buenos Aires de los premios anuales de la World Press Photo se sucitó una vez más la discusión sobre la perturbadora belleza del dolor. Tal es el título del artículo de Daniel Merle que publicó La Nación el pasado domingo.
Cuenta Merle que un estudio sobre las preferencias visuales de editores y lectores realizado por la Associated Press dio un interesante resultado. Se les pidió que eligieran de un mismo grupo de fotos las imágenes que, a su juicio, eran las mejores para publicar. Los editores seleccionaron las fotos de conflictos, los lectores prefirieron las de vida cotidiana, la noticias positivas que no reflejaban dolor ni destrucción.
¿Debemos dar al público lo que ellos quieren o lo que nosotros creemos y sabemos que debemos darles? Lo tenía bien claro José María Desantes cuando sostenía, con toda razón, que la relación de justicia entre los medios y el público exige que a las audiencias no se les oculte la verdad. Esto quiere decir, entre otras cosas, que no podemos ni debemos dosificarles la realidad para que tomen su desayuno sin contratiempos. Mostrar los horrores de las guerras y las miserias humanas es nuestro modo de ayudar a evitarlas. Al no mostrarlas nos hacemos cómplices de los que las provocan.
Ese es el tema de la fotografía de Spencer Platt (Getty Images) que ganó este año el primer premio de la World Press Photo: un grupo de libaneses recorre en un descapotable los desatres de la guerra en el sur de Beirut. Es la historia del efecto que producen las fotos del horror. No lo dice con estas palabras Merle, pero lo sugiere al final de su artículo. Me hizo acordar a la vehemencia con que Marta Botero arremetía contra la prueba del desayuno: argumentaba que los diarios deben publicar las fotos del horror precisamente para arruinarles el desayuno a los lectores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario