"Yo creo que la publicidad oficial no debería existir," dice convencido Nelson Castro en la entrevista triple de Perfil que por fin terminé de leer (no está publicada en el sitio web del periódico). Y sigue: "salvo en situaciones muy puntuales de interés público, de anuncio de un concurso de profesores en la universidad, de un cronograma de pago..." y más adelante: "No ha cambiado el concepto del Gobierno de utilizar la publicidad oficial no solo como presión sino como injerencia sobre los medios; y extendido a buena parte de la dirigencia política es un modus operandi de las estructuras de poder".
De acuerdo. No debe existir publicidad corrupta de ningún tipo. Creo que tampoco la de los concursos o cronogramas. Para eso están los diarios, las noticias, los servicios y el periodismo. Si se deja un resquicio, habrá cronogramas y concursos todos los días.
Aclara al final Jorge Fontevecchia que "en los países donde no hay publicidad oficial, como Inglaterra o Estados Unidos, el Estado tampoco es dueño de empresas. Aquí pasa a ser pública una publicidad que en otros países sería privada". Se refiere a la publicidad de las empresas del estado, que esas sí deberían contratarla para aumentar sus ventas, como cualquier empresa privada. Pautar esos espacios con fines extorsivos es la peor de las corrupciones de la publicidad. Ese abuso en la Argentina es moneda corriente, igual que las presiones a empresas privadas para que no anuncien en un medio determinado, en contra de sus mismas necesidades comerciales.
La corrupción de la publicidad, en Paper Papers, 4/12/07
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