Siempre pensé que la lengua es lo más democrático que hay. Se crea y recrea cuando hablamos y escribimos y no hay autoridad que pueda modificarlo, aunque muchas lo intentan. Imponer o desterrar vocablos, modos de decir y hasta un idioma completo es una de las conductas más totalitarias. Es lo que pasa con Cristina Kirchner cuando pretende que le digan presidenta a como dé lugar. No me gusta que La Nación haya optado por usar el término en femenino, que quiere decir más mujer del presidente que mujer presidente y no entiendo las razones de Lucila Castro. Presidente es tan ambiguo (común a los dos géneros) como teniente, pretendiente, doliente... dentista, deportista y periodista.
En la columna de hoy, Castro agrega una dato muy interesante al debate sobre la discriminación en los medios. Decir ciudadanos y ciudadanas, argentinos y argentinas, parece una exigencia de la corrección política pero sobre todo es una discriminación de los argentinos y de los ciudadanos. Cuando en castellano usamos los dos géneros para referirnos a las mujeres y los varones dividimos al pueblo en dos grupos discriminados. Eso "no es políticamente correcto, sino, en el fondo, machista". Por cierto, la corrección política es una de las mayores tonterías paridas por la estupidez humana en las últimas décadas del siglo pasado.
Curioso fenómeno, como para que lo estudie el Observatorio de la Discriminación.
Derecho a la información, en Paper Papers, 6/4/08
Odian la libertad, en Paper Papers, 5/4/08