El post de ayer sobre los nuevos y viejos periodistas, inspirado por The New Blog Times via eCuaderno me hizo acordar al episodio del alcohol en las redacciones y escribí que suprimirlo no había sido una buena idea.
Cuando empecé a trabajar como periodista -y no fue hace tanto tiempo- no había ninguna restricción ni para el alcohol ni para el tabaco en las redacciones. En realidad no se concebía un periodista que no fumara o fuera abstemio. Whisky y cigarrillo eran el combustible de aquellos personajes y cuanto más alto era el cargo que ocupaban en el diario, más capacidad para beber. Casi todos tenían una botella o petaca en un cajón de su mesa y en la cantina del periódico se servían bebidas sin problemas ni restricciones. Todos los periódicos eran iguales.
Pero un mal día se prohibió el alcohol y los periodistas empezaron a escaparse a donde sí lo podían beber. Hasta ese día la reunión más interesante del diario se hacía en el comedor, después de cerrar, muchas veces hasta la llegada de los primeros ejemplares impresos en la planta baja. Era una reunión espontánea, en la que se hablaba de las cosas del día que pasó y las del siguiente y de mil historias de las que hablamos los periodistas, sobre todo si tenemos un par de copas encima. Esos periodistas serían borrachines, pero también expertos en humanidad y en historias. Ahora son yuppies que beben agua mineral: una desgracia.
Nuevos y viejos periodistas, en Paper Papers, 22/5/08