
Neustadt era uno de los testigos de mis ganas de fundar un Centro de Estudios de Medios en Buenos Aires. Siempre pensé que sería un magnífico sponsor del Centro ya que, sin sucesores directos y con mucho dinero (dos rarezas del periodismo) podía contribuir con su patrimonio a la creación de un fondo que sirviera para solventar una institución dedicada al estudio del periodismo. Mi idea repetida era que la gente conoce a Joseph Pulitzer por los premios más que por su historia y a Nelson Poynter por el Instituto de Estudios de Medios de St. Petersburg (Florida) que lleva su nombre. Nadie los recuerda como polémicos, santos o corruptos ni como grandes operadores de sus propias ideas.
Esteban López del Pino, ex alumno mio de la Universidad Austral, conocía esos sueños con nombre y apellido y organizó una reunión a la que además me acompañó. Así que caí a la casa de don Bernardo con la idea de convertirlo de un plumazo en Centro de Estudios de Medios y arreglarle su fama para siempre. Estaba seguro de que, si conseguía viajar con él al Poynter, lo convencería. Pero Neustadt salió con su agenda de siempre y terminamos hablando de sus proyecto y no de los míos. Así nació y murió, mirando al Río de la Plata desde el ventanal de su casa colgada en la barranca y entre mis desvelos por mejorar el periodismo argentino, el Centro Bernardo Neustadt de Estudios de Medios.