Conversaba con un editor del interior de la Argentina, en uno de tantos pasilleos de la 46ª asamblea anual que ADEPA celebró en la magnífica ciudad de Río Cuarto el jueves y viernes de la semana pasada. Los dos estábamos preocupados por la camarilla que dirige la asociación que reúne a los editores de diarios de la Argentina. Hace años que se eligen entre ellos, practican las listas negras, censuran a quienes no piensan igual y usan al resto de los socios para su propio provecho.
Resulta que la mayoría de los miembros de ADEPA no tienen tiempo ni para asistir a las reuniones o las asambleas. Menos lo tienen para perder el tiempo en esos cabildeos inútiles. Su actividad principal, como es natural, es el periódico, con sus problemas y presiones. Una de las secundarias es ocuparse de ésta u otras asociaciones y lo hacen con el entusiasmo de proteger una pasión casi genética.
Pero hay unos pocos cuya actividad principal, si no la única, es la asociación. Como es lógico, aunque son los menos, son los que van. Unos son empleados de empresas grandes y se dedican solo al lobby para conseguir los objetivos que les imponen sus gerencias. Otros se convierten en asociacioneros: su vida es ADEPA. Allí ocupan su tiempo y medran en las mesas del poder en las que no dejan sentarse al resto de los colegas. Su negocio es el tarjeteo, las relaciones públicas y el tráfico de influencias. Están en ADEPA para exprimir a los peces gordos. No son periodistas y algunos ni siquiera tienen periódico.
Lo paradójico es que esos directivos se llenan la boca para decir que allí están representados los grandes y los chicos, de todas las ideologías y de todas las regiones del país. Deberían ser menos cínicos. Todos sabemos que mientras la gran mayoría de los miembros trabajan como fieras para mantener independientes sus periódicos, la camarilla se aprovecha de su sudor, de sus penurias y hasta de sus cuotas sociales.
1 comentario:
¿Cómo? ¿También ocurre así en la Argentina?
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