
No sólo se regalan los diarios de pago en los aviones y en los hoteles. Se pueden leer en los bares, en las reparticiones públicas y en las oficinas, en las casas de los vecinos y hasta de ojito en el transporte público. Toda esa energía se nos escapa como por un sumidero y disminuyen las ventas, especialmente en los días laborables. En un estudio súper serio que hicimos en la provincia de Misiones (un millón de habitantes) hace ya unos diez años, el 78% de los encuestados dijo leer El Territorio por lo menos una vez a la semana, lo que nos daba ¡780.000 lectores!
Basta con instalarse a la mañana en la guardia de la entrada del periódico: una procesión de móviles de las fuerzas de seguridad pasa por su ejemplar (a muchos les cuesta más el combustible que comprar el diario en un quiosco cercano). La lista de gratuitos es inmensa e imposible de reducir. Los repintados apenas alcanzan para los empleados del diario. Una señora, jubilada hace diez años, sigue mandando al marido -suboficial retirado del ejército- a buscar su ejemplar; el día que lo tachamos de la lista armó un escándalo (para colmo la mujer fue contratada a cambio de buen trato al anterior dueño durante su servicio militar).

El periodismo es fuego que calienta sin preguntar a quién ni cómo. Y no se consume con el uso: calienta aunque no haya nadie cerca. El problema es medirlo para cobrarlo a los anunciantes, pero es un problema porque ellos prefieren contar solo los ejemplares vendidos. Y así nos va.
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