No es fácil comprender la psicología del periodista: van corriendo de un lado para otro como sabandijas; Dios tiene confianza en ellos. A lo largo de los años van formándose una extraordinaria capacidad para localizar el lugar donde ocurrirá la próxima victoria. Si alguien da una conferencia de prensa y al final de ella no se ve rodeado de reporteros, no tiene por qué preguntarse cómo van sus cosas, porque los reporteros se lo han dado ya a entender. Por esta razón, los periodistas tienen fama de ser ellos quienes encauzan el rumbo de las cosas, y es que realmente son las únicas antenas en la concatenación de los sucesos, los tentáculos que nos indican el ritmo de la historia según va discurriendo. A pesar de todo, no hay realidad psicológica como la idea que cada uno tiene de sí mismo. Incluso cuando un escritor ha perdido lo mejor de su talento, dando, año tras año, datos que han perdido ya sus matices, es decir, escribiendo artículos de periódico, así y todo sigue teniendo una idea de sí mismo: que su atención personal puede ser vital para informar correctamente sobre un suceso determinado. Ahora bien, metamos a 500 periodistas en un cuarto para que informen sobre la fase final de un acontecimiento "cuya importancia es equivalente a la del momento de la evolución en que la vida acuática emergió a tierra", y pongamos ante ellos una pantalla cinematográfica y una transmisión televisada en la mencionada pantalla, que no solamente es el primer intento de comunicación desde un satélite situado a más de 300.000 kilómetros de distancia, sino que también, y de esto pueden estar ustedes seguros, está completamente desenfocada. Los periodistas se ponen gafas para no perderse la letra pequeña, pero una pantalla desenfocada añade una herida nueva a la llaga de la herida anterior. Algo en ellos se volvió del revés: observando la Luna en la pantalla eran como universitarios un viernes por la noche en el cine de la ciudad: no se podía predecir de qué se reirán la próxima vez, pero su sentido de lo absurdo era rápido y violento.
Esta descripción tiene 40 años. Es de Norman Mailer y la encuentro en la revista de La Nación de Buenos Aires de ayer, dedicada, como todo por estos días, a la Luna. Aclaran que es una adapatación de Moonfire (Un fuego en la Luna), el nuevo libro que Taschen ha lanzado en dos ediciones de 1969 ejemplares. (gracias MRA)
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