Es una mañana fría de y soleada de invierno en Buenos Aires. Acabo de llegar a mi oficina, bien en el centro de la ciudad. Me preparo un mate para disfrutar de los primeros momentos del día mientras leo y contesto el correo electrónico y veo los sitios que me interesan.
Me sorprende la yerba que encuentro en la alacena. Una marca que jamás compraría, no porque no sea buena, sino porque conozco a sus dueños. Y entonces pienso que, por conocer a gran parte de los molineros del nordeste de la Argentina, donde se produce toda la yerba mate que se consume en el país, decido cuál tomar más por sus dueños que por su gusto (que soy incapaz de distinguir).
Muy mal. O muy bien. Lo mismo me pasa con los periódicos y con otros medios. Los leo, veo o escucho más por sus dueños que por sus contendios. Es que primero creo o no creo en lo que me dicen sus dueños y después en sus periodistas. No es cuestión de hacer nombres (ni en la yerba ni en los medios) pero es así.
Es una deformación profesional, pero lo de la yerba me sorprende. Quizá le pasa lo mismo al lector medio. Ahora mismo no sé que porcentaje sabe quién es el dueño de cada empresa de contenidos, pero estoy seguro de que ese número va en aumento.
Y me acabo de dar cuenta que esta yerba no me gusta...
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