Cómo reconocer si es una democracia lo que se tiene delante. Es el título del libro de Francisco Gómez Antón que leíamos en la Facultad hace ya unos cuantos años. Lo hacíamos en una universidad española y pretendíamos analizar la real democracia de nuestros países: el de ellos y los de aquí. Este trabajo, que era ciertamente complicado hace unos años, se ha vuelto coser y cantar a partir de la corriente despótica que ha germinado en algunas repúblicas latinoamericanas.
La elección de los gobernantes no es ni la única ni la más importante de las expresiones de la democracia: lo que pasa es que nuestros políticos se llenan la boca los días de elecciones con palabras rimbombantes que no dicen nada y se ufanan en que la elección popular los legitima a hacer lo que les da la regalada gana con el mismo pueblo que los eligió.
Espero que ni Platón ni Montesquieu se enojen si digo –así rapidito– que la democracia es una forma de vida basada en la igualdad esencial de las personas y la república es la sabia y consciente limitación del poder en los sistemas democráticos. Eso, más o menos, dice Gómez Antón en su libro, pero no me interesa ahora hablar de democracia en nuestros países, por más repúblicas que sean. Lo que me interesa es darle unas vueltas a la idea de las instituciones democráticas que deberían ser un ejemplo cabal para nuestras repúblicas. Y hace muchos años que no encuentro nada más democrático que la lengua: el idioma que se habla.
No hay elecciones en la lengua, ni parlamento ni leyes que lo rijan: hay, apenas, academias que limpian y pulen lo que hacen los hablantes. Las lenguas se hacen hablando y escribiendo y son los iguales que hablan y escriben quienes la crean –votan– a cada minuto con sus palabras, neologismos, giros, frases hechas, dichos y refranes (su pragmática diría un semiólogo). Por eso nunca ha funcionado, en ningún idioma, la imposición de la autoridad. Fracasaron aquellos que han intentado autoritariamente imponer una lengua en una región determinada (o lo han conseguido a fuerza de matar a todos los que hablaban esa lengua). Y también naufragan quienes pretendieron imponer palabras o modos de decir a sus súbditos.
Es la clave escondida en el epílogo de 1984, la conocida novela de George Orwell: si se destierra la palabra libertad del diccionario, los hablantes crearán otra palabra para designar esa realidad. Por eso lo que intenta hacer el déspota imaginado por Orwell es cambiar el significado de la palabra: libertad es hacer feliz al tirano.
La segunda institución más democrática que conozco es la redacción de los periódicos independientes: un formidable ejercicio constante de inteligencia colectiva, emparentado a fuego con el idioma. Paso mi vida en ellos y todos los días me sorprenden. No hay mejor ejercicio de democracia que la reunión de apertura de un diario, cuando todos opinan, critican, discuten y deciden lo que va y lo que no va y cómo va en el diario de mañana. Cuando no hay diálogo, por más reuniones que haya, se acaba la democracia. Diálogo, periódicos e idioma son casi la misma institución. Quizá por eso los odian tanto los déspotas. Ya dije que nadie vota para establecer el idioma: tampoco hay elecciones en los periódicos independientes (en realidad los otros son panfletos) y sin embargo, son ejercicios formidables de democracia.
Permítaseme ahora una breve alusión a un tema caro a cualquier argentino: calificar de payaso a un ex presidente votado por la mayoría de su pueblo es una afrenta a todo su pueblo. Y que me perdone el presidente Rafael Correa si me meto en sus asuntos, pero es que estos son tan míos como de todos los argentinos. Aclaro que en mi país se difundió profusamente el video en el que habla de los lujos del avión presidencial y nos trata de estúpidos por elegir a un payaso como presidente por diez años. Por eso las agrias quejas del ex presidente Carlos Menem, a quien confieso que me cortaría las manos antes de votar.
Una cosa me quedó clara en la intrínseca contradicción antidemocrática del discurso inaugural del presidente Correa, que no se cansa de pedir respeto para su investidura votada por la mayoría de los ecuatorianos: si los gerentes de los diarios fueran elegidos por voto popular, igual los trataría de payasos.
Publicado hoy en El Universo de Guayaquil
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