No niego el derecho de la presidente argentina a pretender que el resto de la humanidad piense igual que ella. Tampoco el derecho a presentar una nueva ley de radiodifusión autoritaria. Ni el derecho a intentar el control de los medios para estupidizar a su propio pueblo. Ni siquiera les niego el placer de vengarse de Clarín. Todo eso me provoca ansiedad y tristeza, pero lo que me mata es que lo hagan mintiendo descaradamente.
La verdad no es ni oficial ni privada ni es propiedad de nadie en particular. Lo que quieren los dictadores democráticos latinoamericanos es apropiarse de ella y empezar a llamar verdad a las mentiras que dicen. Está en 1984 de Orwell.
El congreso argentino actual no tiene legitimidad para debatir ni el reglamento de la rayuela. El poder K lo está usando para vengarse de quienes los hicieron caer: los productores rurales y la prensa. Es legal, pero ilegítimo. Consuela saber que la mentira tiene las patas cortas, como el gobierno actual. Por eso se apuran.
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