Mi experiencia en los jurados es tétrica y siempre pienso que si así son los que conozco...
Me provocó este pensamiento uno muy de Tomás Ondarra que aparece en el
blog de Chiqui Esteban. Aclaro que no discuto la libertad de darle los premios a quien los organizadores quieran (o no dárselo a quienes no quieran): lo que no me gusta es que usen jurados inocentes para intentarlo.
Suelo alentar a participar en los premios con el argumento de que el único que seguro no gana es el que no participa. Pero me parece presumido declarar el mejor del mundo al mejor del barrio. Serán mejores entre los que se presentaron y también pagaron por participar (la excusa del pago es para limitar la cantidad de
entries).
¿Entonces cómo decirlo?
Entonces no hay que decirlo.
En muchos concursos el que más piezas envía es quien más posibilidades tiene de ganar y más cuando hay que pagar un precio por cada pieza que se presenta. Así es la lotería, pero es azar y no talento. Sería como medir una tesis por la cantidad de páginas y no por las ideas que aporta.
El año que me tocó ser jurado de la SND en Syracuse, mientras trabajábamos como hormigas para encontrar los mejores, vino un enviado de la organización a decirnos que estábamos siendo muy duros y que teníamos que dar más premios. En ese mismo concurso elegíamos los bronces, las platas y los oros por votación, pero cuando había empate en el oro, se volvía a votar y ganaba uno de ellos y el otro se caía a la basura. Cuando lo advertí a los organizadores, no me entendieron la suspicacia latina. Me traje a la Argentina muchos de esos oros frustrados que debieron ser por lo menos plata y no recibieron ni siquiera una mención (y hoy adornan felices las paredes de mi oficina).
Hace un par de años me dieron el premio a la Libertad de Prensa en ADEPA. Un jurado me preguntó el año anterior a qué esperaba para presentarme. Expliqué que no creía que debía hacerlo por una cuestión de tiempos, pero al año siguiente me presenté y me lo dieron. Supongo que lo merecía...
En los Malofiej, y en otros premios, cuando se juzga una pieza presentada por uno de los jurados o por su empresa, el candidato debe retirarse y se queda merodeando: no hay modo de no darle el premio. Así ocurre, supongo, con los del 11th European Newspaper Award, en los que algunos jueces y hasta el anfitrión se han premiado a sí mismos copiosamente. Y no estoy diciendo que no se lo merezcan...
Y ya que estamos con los Malofiej, debo confesar que he tratado de ser lo más imparcial y objetivo que pude al juzgar los trabajos de mis amigos y conocidos. Por serlo, más de uno de ellos ha sospechado que daba los premios por amiguismo.
Los jurados de los premios son como las cocinas de los restaurantes: mejor ni conocerlas. También ocurre lo mismo que pasa con algunos cardenales cuando hay cónclave: llegan papables, se van sin nada y entonces sospechan.
Hay tantas anécdotas de premios y jurados que voy a crear un
tag ya mismo...