Prometí un nuevo post sobre los premios y sus cocinas en un comentario al de ayer. Allí decía que estoy de acuerdo con TP en que, a pesar de los errores, los premios ayudan a mejorar nuestro trabajo. El bien y el mal están felizmente mezclados y por eso las medallas tanto sirven para elevar estándares como para premiarse mutuamente. Como comenta Mario Benito, ya hay ciberespacio de sobra para el buenrrollo a ultranza que pinta la realidad sin sombras.
Recuerdo ahora dos jurados impecables en los que me tocó participar. El de FundTV en la Argentina y el interno de El Universo en el Ecuador. Debe haber muchísmos más que no conozco. Va mi reconocimiento. Los otros son también impecables, pero con sus cosillas...
En unos Malofiej casi le damos un premio mayor a un gráfico de página sábana completa sobre un eclipse de sol. Lo interesante -y premiable- era que buena parte de la información aconsejaba a los lectores sobre cómo proteger sus ojos y cómo prevenir daños a la vista en el momento de mirar el eclipse. Hasta que nos dimos cuenta de que en ese país de América del Sur no se vería nada de semejante fenómeno (la franja del eclipse total pasaba por Escandinavia).
El año que me tocó el jurado de la SND en Syracuse en mi grupo había un juez americano de origen vietnamita que no nos dejó premiar un solo gráfico que no hubiera sido dibujado en la computadora/ordenador. Los miraba con lupa para averiguarlo y los vetaba.
Otro día cuento cómo La Nación de Buenos Aires premió al falso Giovanni Papini o cómo Carlos Menem, cuando era presidente en la Argentina, gastó millones en los Cascos Blancos, una fuerza humanitaria internacional creada por él con el único fin de calificar para el Nobel de la Paz.
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