Cuando era decano de una facultad, hace muchísimos años, me llamaron para juzgar un concurso de fotografía organizado entre los alumnos, que usaban seudónimos para no influir en los jurados. Después de decidir los premios, el organizador abrió los sobres para ver si le estábamos dando el premio a quien no se lo merecía.
Algo parecido nos pasó con unos premios que entregaba el diario. En un caso se sorteaba un auto entre los que habían enviado sus cupones para no recuerdo qué concurso. Hacíamos fuerza para que le tocara a alguien que lo necesitara, pero le tocó al padre de una empleada del diario, que ya tenía un buen auto y que lo vendió enseguida. Se nos cayó la nota.
Quizá fuera para evitar estos disgustos que los proveedores de un bingo nos ofrecieron digitar el ganador como una gran fortaleza del producto: "¿dónde quieren que salga? ¿quién quieren que gane? Eso se puede decidir cuando quieran..."
En una fiesta de fin de año en la que se sorteaban premios entre los empleados, uno del taller -que debía ser tan matemático como los del bingo- se vino con su mujer y dos hijos. No se cómo hicieron, pero se llevaron los mejores premios y se tomaron hasta el agua de los floreros.
La Liga de Madres de Familia entrega todos los años unos Óscar de madera con toca de Santa Clara a quienes han cumplido con ciertos méritos: un par de ellos sostienen libros de mi biblioteca. Cuando asistí a la primera ceremonia conocí la razón: había unas 300 estatuitas y en la sala no más de 200 personas.
Me queda el mejor de todos, el premio de Gazeta Mercantil, para otro post.
1 comentario:
No sigas, que a mí, que no me han dado nunca ninguno, se me está poniendo aún más cara de tonto
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