“(…) que marcará un antes y un después”y
“los expertos aseguraron (…) que se inicia una nueva era (…)”deben encendérsele todas las luces de alarma inmediatamente, sea la pieza sobre astrofísica, voleibol, el spread de los bonos del Tesoro o el VII Congreso Confederal. Porque el benchmark occidental oficial para “una nueva era” y “un antes y un después” es, si me lo permiten, antes y después de Cristo. O sea, con las “eras” y con los “antes y después” hay que hilar muy fino.
En este caso, el artículo que contiene esas expresiones, publicado en El País, se refería a un analgésico. ¿Pudieron escapársele a una redactora experta esas frases? Sí y no. Sí, amigos y amigas porque hemos visto y cometido cosas increíbles. No, porque esas frases son hipérboles muy chillonas. Pero ¿qué importa eso? Sea por negligencia o dolosamente, el artículo está mal lo mismo.
Importa, y mucho más, que falló el sistema, el proceso, la cadena de mando…
Sin embargo, nada de esto aparece en la columna de la Defensora del lector de ese diario, que analiza ese artículo y concluye que nunca debió publicarse. No pide cuentas a quien editó la pieza, a quien dio el OK, que debe ser un JS, un RJ. Raro. Suele ser lo primero que se te ocurre: "pero ¿quién editó esto?". Ya sé que la responsabilidad del reportaje es de quien lo firma, etc. –lo dice el mismo Libro de Estilo de El País. En este caso, además, se trata de una colaboradora (entiendo que no trabaja en la redacción), especie con la que los diarios tienen más cuidado y más lupa. En fin, cualquiera que haya sido JS o RJ en algún papel sabe de qué hablo.
Sí, bueno, aparece la subdirectora al final de la columna, que pide disculpas. Ya. ¿Pero qué K sabía la subdirectora?
¿Se le pudo escapar a la Defensora el papel del editor? ¿Pudo evitar esa reacción tan típica? Sí y no, etc. Pero aquí importa más el olvido, pues nadie edita a la Defensora, por lo que la responsabilidad es toda suya. Por ejemplo, cuando dice:
Todos los estudios sobre nuevos fármacos (…) están financiados por los laboratorios productores (…)¿Todos los estudios? Vaya. ¿Y los de los doctores que cita en su apoyo? ¿O esos no? ¿Porque lo dice ella? Tsk, tsk. Se le fue la mano. Overreaction. No se puede más que lamentar su mala suerte (de ella) por no contar con un buen editor que le revise.
Mira por dónde, a la colaboradora le pasó lo mismo: el editor lo dejó pasar.
La impresión que uno tiene al leer la columna es que la Defensora se faja para atribuir a la colaboradora todos los desaguisados éticos posibles en la historia del periodismo científico en lugar de tratar un caso concreto.
El procedimiento que se usa para dar esa impresión es clásico y simple. Identificado y descrito un mal comportamiento o un error, se amontonan a su lado –sin relacionarlos con un nexo causal– sus posibles orígenes, de preferencia prefiéranse los más siniestros. Lo que suele ocurrir es que hasta el lector más avisado establece por su cuenta ese nexo que el periodista se cuidó bien de omitir. Y se hace así para poder defenderse luego, cuando acusen. Siempre podrá decir: "esa relación la establece usted, caballero/señora. Yo no acuso de nada a nadie".
La Defensora se retrata magníficamente en esa columna.
Por suerte, en El País ese debate se habrá llevado a fondo y seriamente, sin confidenciales ni alharacas. Para eso tienen un comité profesional que ya quisieran otros.
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