Explicar que lo que uno hace no es censura es como tener que asegurar que no te ponen los cuernos cuando se ven a simple vista. Eso le pasa a El Telégrafo de hoy en este asombroso editorial en el que justifica la censura con la confidencialidad [<- clic amplía]. No es que algunos de sus ex empleados violaron ningún pacto de confidencialidad: los echaron por escribir en contra del gobierno. Además la confidencialidad se puede pactar entre ciudadanos libres y en la vida privada, no entre el diario público y funcionarios públicos, pagados con dinero público (estarían violando otra norma del sistema republicano que es la transparencia de los actos de gobierno y la obligatoria rendición de cuentas por esos actos).
Para colmo, en su comunicado de hoy el directorio de El Telégrafo intenta explicar a la opinión pública que los otros medios no tienen por qué meterse en los asuntos del diario. Confiesan que la auditoría interna está a cargo ¡de la Contraloría General del Estado! (de nuevo nuestra plata). Y a la vez que se queja de las desautorizaciones de los otros medios... desautoriza a los otros medios. Están en un embrollo totalitario de primera magnitud.
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