MARTÍN ACOSTA / Reuters |
El caso es que Perfil y La Nación la llevan dentro a tamaño gigantesco –o sea: saben que es un fotón como un castillo.
Es la maldición del fotógrafo de agencia y de la foto de agencia. Una injusticia. No tiene sentido. Protesto.
Estos han sido días para dejar hablar a las imágenes, no para la verborragia hueca –esas televisiones que retransmitían el duelo en directo.
Todos admitimos la muerte. Es parte de nuestra vida. Pero no es cosa fácil de entender ni asunto cómodo de hablar. Quizá por eso siempre resulta tan difícil, dificilísima, de explicar. Reconocemos que la muerte imprevista es sobrecogedora y, sin embargo, no hallamos nada nuevo que decir. Porque lo tenemos claro: la parca nos hace a todos cadáveres por igual. Todos somos el mismo cadáver. Y ahí las palabras no llegan. No sirve de nada narrar lo que se ve porque lo que realmente pasa no se ve. En cambio, imágenes mudas, como la de Martín Acosta, corren más profundo. Explican por empatía, sin razón ni argumentos, lo que bulle por dentro y no se puede, no se debe o no se sabe explicar.
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