Este breve homenaje es debido: a la mayoría de los jefes y maestros de uno en la cosa los formó Josep Pernau. Agradece uno aquí al maestro de sus maestros. También porque fueron Pernau y sus muchachos quienes transformaron el periodismo en una profesión digna, en lugar de mantenerlo como una ocupación secundaria y vespertina para funcionarios espesos y municipales.
Los de mi generación fuimos los primeros en beneficiarnos de esas luchas.
Otros que lo conocieron bien le dirán mejor cómo era la persona y el profesional. Uno no tiene mucho que decir. Además de por tercero interpuesto, solo lo traté personalmente cuando arrancábamos el Sindicat de Periodistes de Catalunya. Nos animó, nos estimuló. Podía haber optado por defender su trinchera –era el decano del Col·legi de Periodistes de Catalunya (CPC)– porque nosotros veníamos un poco gallos. Pues no: hasta nos prestó las instalaciones. Supongo que eso –dar alas a la gente– es lo que hizo toda su vida. O quizá ya advertía que la esclerosis corporativista del Colegio era irreversible. No sé. Por entonces me animó a pedir una beca importante y firmó una de las cartas que necesitaba. Y eso a pesar de que con ME* habíamos intentado impedir que el Colegio pusiera en debate el código deontológico que Pernau y los más veteranos promovían. Nos comportamos casi como reventadores en las dos o tres primeras reuniones. Con razón podía haberme mandado allá lejos. Pero firmó. Debíamos ser el tipo de personas con quienes él sabía lidiar: jóvenes, insolentes… Naturalmente, a nosotros se nos acabó la gasolina enseguida y el código salió adelante.
Son detalles mínimos: es lo que tengo.
A su lado crecieron y se formaron en el periodismo verdadero muchos de los periodistas que decidían la información durante la transición española a la democracia y años posteriores –algunos de los jefes y maestros de uno, ya digo. Uno de ellos me escribe: "Estoy muy tocado. A mitad de la década de los setenta pude volver al mundo del periodismo gracias a la valentía y el coraje de Josep Pernau. Nunca lo olvidaré".
Todos ellos cuentan cosas parecidas.
La lectura de las memorias de Pernau me dejó la impresión de que eligió "devolver" con un enorme afán de servicio público tanto la muerte de su padre bajo las bombas franquistas como la dureza y las amarguras de la vida generadas per la Guerra Civil y la dictadura, sin exigir más contrapartida que la libertad que llegó después. Vea: fue maestro de primaria en Durro, un pueblo del Pirineo, semaislado del mundo; se metió a periodista a mediados de los 50, en aquella época inhóspita. Dos profesiones de influencia social. Y no se conformó con aguantar, con ir tirando. Se comprometió. Pernau trabajó en los diarios donde bullía el periodismo más interesante y comprometido de los 50, 60 y 70 en Catalunya: El Correo Catalán, Tele/eXprés, Diario Femenino, Diario de Barcelona, Destino, Mundo, Mundo Diario… Fue uno de los fundadores en 1978 de El Periódico de Catalunya, su última playa. Fundó el clandestino Grup Democràtic de Periodistes en 1966, que luego "tomaría" el Col·legi de Periodistes de Catalunya. Formó y dejó paso a los jóvenes sin atornillarse en la silla… y publicó su columna Opus Mei hasta hace dos años.
Nos vendrían bien unos cuantos Pernaus más.
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