He seguido muy de cerca –aunque no tanto como me hubiera gustado– los últimos episodios de la arremetida del presidente del Ecuador, Rafael Correa, contra los medios independientes y los periodistas de ese país. Dada la amistad que me une a los propietarios de la C.A. El Universo he preferido no escribir nada hasta ahora. Lo hago a vuelapluma y en este texto, que seguiré editando en los próximos días. Sin ponernos de acuerdo lo ha hecho TP, con la perspectiva y la distancia que merece el tema.
Hoy no tengo ninguna duda sobre la naturaleza del perdón –la remisión– del presidente del Ecuador a Emilio Palacio, exeditorialista de El Universo y autor de la columna que enfureció a Correa, y a sus propietarios a quienes persiguió por coadyuvar a la comisión del delito de desacato (o injurias, como quieran llamarlo). Los cuatro fueron condenados a tres años de prisión más una indemnización de 30 millones de dólares. También y solidariamente persiguió a la Compañía Anónima El Universo, a la que condenó a pagar una indemnización de diez millones de dólares. En total 40 millones, que iban a parar al bolsillo del ciudadano Rafael Correa (lo que hiciera después Correa con ese dinero es un acto de disposición de sus propios bienes y además no pagaría impuestos por esa cifra).
Correa desistió de su acción cuando ya estaba firme la sentencia, tal como salió del juez que falló en primera instancia y que redujo la indemnización de 80 a 40 millones. Esa sentencia se redactó en la computadora/el ordenador de Gutemberg Vera, abogado, junto con su hijo Alembert, de Rafael Correa. El mismo Gutemberg ofreció dinero –está grabada la conversación– a la jueza encargada de presentarla, Mónica Encalada, que debió exilarse a Colombia luego de confesar el intento de coima por parte de Vera.
La Comisión Interamericana de los Derechos Humanos (CIDH), que tiene jurisdicción en todos los países miembros de la Organización de los Estados Americanos (OEA), decretó medidas cautelares en favor de Emilio Palacio y de Carlos, César y Nicolás Pérez el 21 de febrero, seis días después de quedar firme la sentencia en la noche del miércoles 15 de febrero. Esa misma noche, Carlos Pérez Barriga, director del diario, se había asilado en la embajada de Panamá en Quito donde todavía está. Los otros dos hermanos estaban ya en los Estados Unidos, preparando la apelación ante la CIDH para provocar las medidas cautelares urgentes que permitiera continuar el trabajo del diario y mantenerlos a ellos con libertad de movimientos. El gobierno dijo que esa medida era imposible de aplicar por improcedente.
Sabedor de que la CIDH protegería la libertad de expresión en el Ecuador, Rafael Correa promueve hace tiempo una reforma en la OEA que separe a los Estados Unidos de esta organización continental y reduzca el poder de la relatoría para los derechos humanos de la OEA. Es apoyado en esa pretensión por Hugo Chávez y Daniel Ortega.
Pero la presión externa fue generalizada. Correa está casi solo contra El Universo y sus propietarios y contra el resto de los periodistas del Ecuador (también perdonó el lunes a Juan Carlos Calderón y Christian Zurita, condenados por escribir el libro El Gran Hermano sobre los negocios de Fabricio Correa con el estado). En enero recibió la visita de Mahmud Ahmadineyad, presidente de Irán, y no ha parado de alabar al régimen de Gadafi –hasta que cayó, claro.
Nadie, ni la propia tropa de Rafael Correa, cree en la justicia de los procesos que se siguieron contra El Universo, Emilio Palacio, los hermanos Pérez, Calderón y Zurita. Todos conocen la Justicia del Ecuador y su facilidad para amoldarse a los deseos de los poderosos. Saben que las sentencias se amañan con dinero (esto no ocurre solo en el Ecuador, pero resulta que ahora estoy hablando del Ecuador).
Durante todo el proceso, los hermanos Pérez han aguantado sin chistar y han contestado con periodismo los embates del poder político y las insultaderas del presidente Correa. Esos insultos son suficientes para querellarlo por cien millones de dólares si se tiene en cuenta que los 40 millones se concedieron a Correa como simple ciudadano. No hubo ni hay ninguna moneda de cambio por el perdón del presidente. En la portada de su edición de ayer, El Universo explica que seguirá como todos los días. Me consta que sus dueños estaban dispuestos a perder la empresa si era necesario. La libertad no es negociable en nuestra América y se gana poniendo en riesgo la misma vida.
Correa hubiera querido que los hermanos Pérez claudicaran. Los puso ante la disyuntiva de aparecer como culpables al irse del país para proteger la misma libertad que necesitaban para seguir luchando o caer presos a pesar de su inocencia, con todo lo que eso significa en las cárceles de nuestra América. Pero quedó finalmente desarmado por la valentía de los Pérez, la que solo tienen los inocentes de verdad. Correa perdió la batalla –desigual como pocas– contra la sangre y el fuego de los periodistas.
Hoy Correa sabe que se equivocó y que el costo de cerrar el asunto lo ha puesto en una situación de debilidad que nunca quiso demostrar. Necesita recuperar poder y no lo hará persiguiendo a la prensa como hasta ahora. No mientras el costo político sea tan alto y no consiga deshacerse de la CIDH. Además, aunque los jueces hayan archivado la causa, los periodistas perseguidos tienen todo el derecho a seguir el proceso que ya iniciaron ante la CIDH y resarcirse por el daño fenomenal que el presidente Correa les ha causado.