"Sallusti en la cárcel y los delincuentes, libres" |
"Arrestadnos a todos" |
La pataleta de Sallusti es su reacción operística a la sentencia del Tribunal Supremo, que confirma otra anterior. Es un asunto viejo, de cuando dirigía Libero, otro órgano de opinion berlusconiano. En 2007 ese diario llevaba una pieza, firmada con seudónimo, en que se lamentaba la decisión judicial de autorizar a una niña de 13 a abortar. "Si hubiera pena de muerte este sería el caso para los padres, el ginecólogo y el juez", decía el artículo. La sentencia argumenta que "la noticia era falsa", porque la menor abortó por propia voluntad.
El mundillo político y periodistico italiano está que arde. Debate si la condena restringe la libertad de opinión y si la difamación debe llevar aparejadas penas de cárcel o basta con imponer una indemnización al condenado.
Sallusti no cae bien a mucha gente. Con razón. Es un bruto y un manipulador conocido. Usted ya sabe de Il Giornale porque en Esta Casa nos hemos ocupado de la cosa aquí y aquí.
A propósito de estos asuntos, Dice IA*, que es un crack, en El Sónar, su blog, que "la necesaria defensa de la libertad de expresión no impide preguntarse si lo que se publica tiene algún valor que merezca ser defendido". El valor que merece ser defendido es la libertad de expresión misma. Del resto se ocupa el código penal. Los diarios de Sallusti son dos panfletos títeres que no pasarán a la historia del periodismo. Pero eso no es delito. Si Sallusti no puede opinar lo que opina, nadie puede opinar nada. Ocurre que es dudoso el fondo del asunto: que una niña de 13 años pueda decidir libremente un aborto. Naaaaa. Y es dudoso también que sea ponderada la opinión al respecto publicada en el diario que dirigía Sallusti. En este caso hablaron los jueces y, aunque sean italianos, no hay mucho que añadir: difamar es un delito. Erraste el tiro, Sallusti, y mira que el elefante estaba a tres metros. Cuando se pierde la razón y se comporta uno como el gamberro del barrio tarde o temprano se acaba traspasando la línea. ¿Era necesario desear la pena de muerte al juez, los médicos y los padres de la niña para defender tus principios? Naaaaa. Indro Montanelli, el noble fundador de Il Giornale, debe estar hoy un poco más tranquilo.
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