El sábado pasado me llegaron algunos mensajes de colegas del Ecuador a través de las redes sociales; decían que el presidente me estaba citando. Era la hora del enlace ciudadano que esa mañana se emitió desde Naranjal. Ya saben que los argentinos somos bastante cholulos, así que quería saber más detalles de cómo había sido. Alguien me dijo que habían puesto mi foto “tan largo eres” y pocas cosas más. Pero recién pude ver una grabación en YouTube unos días después. Al comenzar el segmento ‘La libertad de expresión ya es de todos’ y detrás de la cortina que lo introduce, apareció la frase: Si el diario dice que usted se murió cuando usted sigue vivo hay un solo modo de arreglarlo: publicar su resurrección seguida de mi nombre y una foto bajada de internet. No explicaba nada más: ni el medio donde se había publicado ni el contexto en el que lo había dicho. Después el presidente glosó esas palabras, como si las hubiera cantado el mismísimo Piero con su aureola de hippie viejo. El mes pasado sostuve en esta misma columna que no se puede hacer periodismo sin periodistas. Me refería al lamentable error que cometió el diario El País de Madrid al publicar una foto falsa de Hugo Chávez. Para introducir el tema de los errores en la prensa y de sus correcciones –que hoy sabemos que son siempre a favor de la credibilidad del diario– conté lo que se decía de muchos periódicos cuando no estaba tan claro qué debían hacer para rectificar un error porque probablemente en los diarios pensaban que reconocer un error era una catástrofe. Escribí y se publicó: Se decía de La Nación lo que de otros periódicos de su género: si el diario dice que usted se murió cuando usted sigue vivo hay un solo modo de arreglarlo: publicar su resurrección. El artículo entero es a favor de la necesidad de que haya periodistas de verdad en las redacciones de los diarios y de la corrección lisa y llana y sin dar más vueltas de los errores que se cometen. Hoy a ningún editor se le escapa que cuando se comete un error informativo en su periódico tiene que pedir perdón y rectificarlo enseguida. Reconocer los errores aumenta la credibilidad de cualquiera, también la de los diarios. Los sabios cambian de opinión cuando saben más: los ignorantes, en cambio, son incapaces de saber si se equivocaron y por eso son tozudos. Pero además ocurre que en nuestra profesión llegamos a la verdad después de mucho trabajo y tantas veces luego de desentrañar marañas de mentiras: trampas que nos tiende casi siempre el poder, sea el que fuere y en su sentido más amplio. La verdad no es tarea de un solo día, quizá por eso los diarios salimos todos los días y siempre intentamos mejorar el de mañana. No me explico cómo fue que el equipo de comunicación del presidente Correa ocupó esa frase para decir exactamente lo contrario de lo que yo había dicho, que para colmo era bien a favor del pensamiento de Correa. Pero menos entiendo que hayan dado vuelta a un texto que dice que está mal dar vuelta textos. No puedo conocer los vericuetos de los cerebros ajenos y me niego hace tiempo a manejar las pasiones de los otros; apenas puedo manejar las propias. Lo que está claro es que los que tergiversaron mis dichos son los que acusan a la prensa de tergiversar los de ellos. Y si me defraudan en el único caso que puedo comprobar debería sospechar que ocurre más seguido y que este no fue un error circunstancial… que por cierto todavía no han corregido. ¿Será que solo corrige la prensa? Estuve haciendo cuentas: la ansiedad que me provocaron los mensajes + el tiempo que gasté para encontrarlo + los viáticos + la incertidumbre + mi honor + mi fama + unas horas de sueño + el desgaste de mi computadora + el disgusto + tener que trabajar un rato en horas de vacaciones = 40 millones de pastillas de menta. Me divertía pensando que debería demandar por defraudación a los integrantes del equipo que prepara esos enlaces y solidariamente a quienes coadyuvaron: el ciudadano Rafael Correa y el Estado ecuatoriano. Pero no. He decidido perdonarlos, entre otras razones porque los abogados se quedarán con casi todo. Quiero proponer, en cambio, el Moors Cabot, el premio Pulitzer, el Óscar y hasta el Nobel de Prensa, si existieran, para Rafael Correa y sus equipos de comunicación. En esta época en que la gente lee menos, ellos han demostrado que –sin importar lo que entiendan– son lectores afiebrados de periódicos. ¡Campeones de lectura hasta la última línea! Ejemplos así necesitamos en la industria. ¡Felicitaciones!
viernes, 1 de marzo de 2013
Premio para Rafael Correa
Les paso mi columna de hoy en El Universo de Guayaquil. En ella me refiero a esta intervención de Rafael Correa en el enlace ciudadano del sábado pasado.
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Ética,
Rafael Correa
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