Algo así fue mi columna en El Territorio de hoy. Se las comparto con algunas modificaciones formales. El fox terrier está bajado del mismo sitio de internet del la bajó el diario La Nación de Buenos Aires.
El escrache es una de las peores señales de la intolerancia. Promocionar esas actitudes como señales más o menos positivas no es sólo de mal gusto, es una irresponsabilidad que nace de un razonamiento adolescente: como ellos lo hacen conmigo, yo lo puedo hacer con ellos. Es la justicia por mano propia; la vuelta al primitivismo de la era de las cavernas pasando por los camisas negras de Mussolini. Para esa lógica el malo de la película es el escrachado y no el escrachador intolerante que patotea, como si el maleducado fuera el que recibe el insulto y no el que insulta. Ya no podemos saber si existió o no el supuesto escrache al gobernador. Él mismo desmintió casi todos los datos que daba Clarín. Pero eso no es nada: no parece ser una noticia de relevancia que un desubicado que ni siquiera tiene nombre haya insultado a un padre de familia con nombre y apellido –sea quien sea– que cenaba con los suyos, para colmo en el mismo restaurante que el desubicado.
Otro modo de arrojar basura sobre una persona fue la operación contra el exgobernador Rovira, aprovechándose del supuesto escape de su fox terrier. En ese caso se usan adjetivos improbables pero terroríficos, verbos en condicional para decir cosas que ni ellos pueden probar y nudos para atar cabos imposibles, como si de la mera proximidad en el texto se pudiera deducir algo cierto. Así, el perrito perdido –que de noticia no tiene nada– es una excusa para embarrar al funcionario por el viaje, las vacaciones, los reclamos mal atendidos de la policía, los sueldos de los docentes… ¿Es que no tienen las agallas para decirlo directamente, sin usar a una pobre mascota? ¿No se animan a afirmar lo que dicen, en pretérito perfecto y en voz activa?
Les consta a nuestros lectores y a los protagonistas que, a pesar de nuestros errores, en El Territorio no hemos bajado nuestras plumas en momentos de máxima tensión con los gobiernos de Carlos Rovira y de Maurice Closs, aun a costa de cometer, de un lado y del otro, algunas exageraciones injustas, producto del calor de la batalla. Pero nada –ni siquiera la desproporción de la pelea– justifican jamás la injusticia, los golpes bajos o la mentira para defenderse. El periodismo no se ejerce con operaciones ni escraches sino con justicia y verdad y no es posible sin autoridad moral. No es buen momento para avivar el fuego de una lucha estéril sino para construir juntos el futuro complicado que nos espera en este 2014 que se vislumbra bastante movido.
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