El domingo pasado salió a la calle la última edición impresa del periódico Hoy de Quito. A raíz del cierre, la Sociedad Interamericana de la Prensa emitió un comunicado titulado: Autoritarismo antilibertad de prensa impulsa cierre de edición impresa de diario Hoy en Ecuador. Por su parte varias asociaciones latinoamericanas de periódicos han repudiado las presiones contra la prensa independiente por parte del gobierno del Ecuador, a las que atribuye la causa principal del cierre de Hoy solo como periódico impreso, ya que el ahora exdiario sigue haciendo periodismo minuto a minuto en su edición web.
Con mi solidaridad para el amigo Jaime Mantilla, debo advertir que donde más diarios cierran no es en los países en que sus gobiernos autoritarios persiguen a la prensa independiente, sino en los países que más respetan la libertad de expresión y de prensa. En Estados Unidos, sin ir más lejos, han muerto doce grandes diarios desde 2007 a la fecha. Y en el Reino Unido, donde también han cerrado grandes diarios, en catorce años la venta neta de periódicos ha caído de doce a ocho millones de ejemplares.
Todo el mundo sabe –y, por supuesto, lo sabemos en la industria– que no es buena época para los periódicos impresos porque las nuevas generaciones tienen hábitos diferentes de los de sus padres y abuelos. Eso no quiere decir que no sea buena época para el periodismo, que renace una y otra vez en los medios que sea. Que le vaya mal a los diarios no quiere decir que le vaya mal al periodismo. Por eso siempre se van a equivocar los autoritarios cuando, queriendo perseguir a los periodistas, persiguen a la industria.
No se hagan ilusiones los déspotas y sus aprendices que leen esto: al periodismo no se lo puede vencer. Es como una gelatina rebelde que cuando la aprietan por un lado, sale por otro. Así es la libertad y así funciona el pensamiento humano: se puede esclavizar y hasta matar a los cuerpos, pero no se pueden asesinar las ideas. Si se acaba el papel, escribiremos en las piedras; pero mientras compramos martillos y cinceles nos conformaremos con las tabletas, los celulares y las redes sociales.
No creo que sea una buena idea quejarnos de entrar en el futuro obligados por la persecución del poder político. Las presiones del gobierno –a las que sobrevivimos los periódicos durante siglos– no son nada comparadas con la crisis de la industria. Pero déjenme dar un paso más: los diarios están mal en gran parte de nuestra América gobernada por regímenes democráticos antidemocráticos porque mientras unos se han convertido en militantes fanáticos del poder, otros se han vuelto combatientes a ultranza contra el poder. Como consecuencia se han perdido más lectores por aburridos de esas peleas que los que se pierden por razones vinculadas a las nuevas formas de difundir y recibir contenidos de las generaciones digitales.
Los periódicos que quieran sobrevivir tienen que aprender a entender y satisfacer las exigencias de sus lectores. Ellos necesitan mucho más de lo que les estamos dando y además lo quieren de otro modo. No podemos hacer diarios para nativos digitales con dinosaurios de la era de Gutenberg, del mismo modo que nadie contrataría pasteleros polacos para fabrica tuercas en Yakarta. Tampoco se puede echar toda la culpa de los males de una industria muy madura al gobierno, al boicot publicitario y a la anulación de contratos con el estado. Aunque todo eso sea verdad, los diarios viven del periodismo, de su credibilidad y de la necesidad de los anunciantes de llegar a quienes llega ese periodismo y esa credibilidad. Si no tienen eso, mejor sería no llamarlo periodismo o cerrar la tienda sin más trámites.
Igual y a pesar de todo, algo puede hacer el Estado por la industria de la prensa gráfica, para salvaguardar su salud económica que es presupuesto básico para su independencia y por tanto para que puedan hacer el periodismo que les lleve a ofrecer grandes masas de lectores a los anunciantes, sean privados o públicos. Los periódicos son bienes culturales que al estado le convendría preservar del mismo modo que ayuda a la educación, al teatro, a los museos, a la industria del cine, al deporte y a los espectáculos y tantas otras actividades que conforman el patrimonio intangible de una nación. Una prensa fuerte e independiente, que haga pensar a los ciudadanos, es garantía para un poder político sólido y honesto. Y al revés, cuando el poder político ve en la prensa a un enemigo, no está haciendo otra cosa que demostrar su propia debilidad, generalmente proporcional a los niveles de desaciertos o de corrupción que pretende esconder. Usted sabrá distinguir.
Esta columna se publicó en El Universo de Guayaquil de hoy.
Excelente excusa para cerrar un diario, en Paper Papers, 30/6/2014
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