Hay periodistas de televisión que tienen que mirar un papel para decir de una y sin equivocarse el nombre del entrevistado. Empiezan así y siguen con otros datos que leen mal en un portanotas tan bonito como delator. En la radio ocurre lo mismo aunque no se vea: ni 100 años de profesión disimulan que está leyendo un texto que no entiende y es evidente la falta de preparación de un locutor o periodista con solo oír sus preguntas. La prensa gráfica y sus tiempos son más indulgentes ya que permiten corregir un poco estas fallas: si no sabíamos nada antes de la entrevista, podemos saberlo después y agregarlo antes de imprimirla. Sea como sea, la falta de preparación es igual de grave en el periodismo sin importar el medio por el que se publica..
Pero hay otra especie de entrevistador que me revienta un poco más y resulta sobrecargado para el público. El que aprovecha la entrevista para hablar de sí mismo. El que induce las respuestas. El que aparece más que el entrevistado. El que no deja hablar. El que se pone de ejemplo. En fin, el que no puede parar de amarse y lo demuestra a cada segundo… Además de amarse sin medida, esa gente suele cometer otro error: cuenta cómo pactó la entrevista, cómo llegó hasta el lugar, las penurias que pasó, las cosas feas que tuvo que comer y lo poco que durmió….
Todas esas lacras del periodismo que desprecio están en la entrevista de Sean Penn al Chapo Guzmán que se publicó el pasado 11 de enero en la revista
Rolling Stone. Lo curioso es que apareció apenas lo recapturaron y hay serias sospechas de que la logística de la entrevista sirvió a la inteligencia de las fuerzas de seguridad mexicanas para encontrar el escondite de Guzmán en el llamado Triángulo Dorado del norte de México..
En la nota, tal como se publica, Sean Penn comete todos los errores de un falso reportero. Tan falso es que por razones de seguridad la revista debió admitir que Penn fue el 2 de octubre del año pasado a tomarse la foto de arriba y pactar la futura entrevista con Guzmán. Pero parece que después no pudo ir, así que le mandó las preguntas por mensajes de texto encriptados (BBM). Es decir que Guzmán conocía las preguntas, contestó las que quiso y no hubo repreguntas ni se veían las caras mientras hablaban: antiperiodismo absoluto y total. Aclaro ahora que la entrevista fue grabada por un secretario del Chapo y que
puede verla en YouTube o en el sitio web de la
Rolling Stone, igual que la larga autonota de Sean Penn titulada
El Chapo Speaks.
Quizá porque Guzmán eligió las preguntas la entrevista no contiene ninguna declaración relevante de un narco que se ufanó de serlo y de haber asesinado a miles de personas. Lo que dice Guzmán lo podíamos haber dicho usted o yo si contamos cómo fue nuestra infancia, si nos gusta más el helado de mango o de chocolate o si estamos conformes con la vida que nos tocó vivir...
He leído unos cuantos comentarios a la entrevista de Sean Penn. El más conocido es
Circo y periodismo de Mario Vargas Llosa, que por ser premio nobel de literatura y publicar en
El País de Madrid y otros periódicos abonados a su firma puede ser el más leído. Pero Vargas Llosa aprovecha la columna para alimentar su indignación contra sus enemigos de siempre a quienes ahora agrega los artistas progres de Hollywood que se las dan de periodistas.
El que sí vale la pena es
El gran jefe blanco, de Leila Guerriero, publicado en su blog de
El Mercurio, de Santiago de Chile, el sábado 23 de enero. Leila es periodista de verdad y dice lo que, creo, la mayoría de los periodistas pensamos de estas cosas: cualquiera tiene derecho a entrevistar al Chapo o al mismísimo Lucifer si es importante para entender la realidad, pero es responsabilidad del medio la publicación del material si lo considera relevante o interesante para sus lectores: “Un buen periodista repregunta, pone en contexto, habla con los familiares de las víctimas, con los lugartenientes del Chapo. ¿Que da miedo? Muchísimo. Pero si uno decide meterse con gente como esta, y no hace ninguna de todas esas cosas, debe saber que el resultado no será un artículo malo, sino una completa aberración” (Leila también publicó
Hola, Sean, un suelto en
El País de Madrid).
Y después se refiere a la única pregunta que le hizo Guzmán a Sean Penn: “¿Cuánto cobrará por esta entrevista?” A lo que Penn contestó que cuando trabaja de periodista lo hace gratis. Qué más quiere que le diga. Solo en México han asesinado a casi 100 sufridos periodistas en la última década: todos ellos juntos debían cobrar lo que Sean Penn tiene esta mañana en su bolsillo paseando por las calles de Nueva York. Digamos la verdad: la entrevista de Rolling Stone no fue al Chapo Guzmán sino al ego de Sean Penn.
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NOTA: Versión final de la
columna que se publicó el viernes 5 de febrero de 2016 en
El Universo de Guayaquil.