Está usted leyendo un diario, pero El Territorio no es un diario. Bueno, le concedo que es apenas una parte de algo que fue un diario. En honor a sus pergaminos tenemos que darle por lo menos la condición de buque insignia o de bisabuelo de lo que es hoy El Territorio. Se lo explico, aunque supongo que ya se está usted dando cuenta de por dónde van los tiros…
El jueves que viene –2 de junio– El Territorio cumple 91 años. Ya sabe, somos una de las empresas más antiguas de Misiones si no la más antigua, tanto que El Territorio es anterior a la provincia de Misiones y eso está esculpido en su mismo nombre y marca. Para hacerse una idea, cuando nació El Territorio, la Argentina independiente tenía 109 años y ahora está a punto de cumplir 200.
Durante muchos años de su historia El Territorio se identificó con el diario. Bastaba con decir el diario para que todo el mundo entendiera El Territorio. Pero resulta que hace ya unos años que El Territorio no es un diario: es una empresa periodística de contenidos que sirve a Misiones y al Nordeste de la Argentina, pero también al resto del país y al mundo y sobre todo a los misioneros y nordestinos que viven desparramados por el planeta y también a cualquier habitante de la Tierra que quiera servirse de sus contenidos.
El Territorio es, al fin y al cabo, una usina de periodismo que tiene un diario. Pero no sólo tiene un diario como tuvo a lo largo de gran parte de su historia y por eso se identificaban: hace ya unos cuantos años que El Territorio llega a sus audiencias por medios diferentes del papel impreso. Alguien podría pensar, y quizá usted también, que esos soportes –esos medios– eran extensiones del diario. Bueno, no es así y en realidad nunca lo fue. Lo que quiero decir es que si Sesostris Olmedo hubiera fundado El Territorio en 2015 no habría fundado un diario, por eso me atrevo a decir, seguro de no equivocarme, que Olmedo no fundó un diario sino algo que supera ampliamente lo que siempre entendimos como un producto impreso que sale todos los días y se mete por debajo de su puerta, lo busca en el quiosco o lo pide en el bar para saber qué pasó, cómo pasó y porqué pasó.
Muchos mantenemos la costumbre de leer el diario a la hora del desayuno o quizá a la tardecita, o cuando termina el día y estamos con más tiempo. Pero la inmensa mayoría de la audiencia de El Territorio recibe sus contenidos en las pantallas que están encima de su escritorio de trabajo, o en una tableta sentados cómodamente en un sillón, o en la calle, o en un medio de transporte… gracias al teléfono que es una pantalla más pequeña, para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero, como dicen los vendedores en el colectivo. Resulta que esos cacharros que sirven para hablar, mensajear, sacar fotos y compartir todo lo que se nos ocurra que no sea material, además sirven para llegar a casi todo el conocimiento: tenemos a mano millones de bibliotecas y basta con tipear cuatro palabras para saber quién fue el cuarto faraón de la dinastía de los Ptolomeos, cómo se resuelve el cubo mágico en tres minutos o encontrar la receta de los txipirones rellenos.
Hoy El Territorio da información confiable, con el sello de su marca, para todos aquellos que la necesiten, estén dónde estén. Y la pueden ver, escuchar, leer...
Cambian los medios pero lo que no cambia es el periodismo, que tiene la misma misión que tenía hace 91 años cuando Sesostris Olmedo y su inmediato sucesor, Humberto T. Pérez, empezaban con la aventura de El Territorio. Informamos, celebramos, testimoniamos, abogamos, impulsamos, defendemos y certificamos lo que pasa en nuestra provincia y en el Nordeste de la Argentina.
Por eso El Territorio no es un diario. Porque en realidad nunca lo fue. Y aunque algunos de nuestros lectores tengan ahora un diario en sus manos, lo más probable es que esté leyendo esto que ahora escribo en una pantalla. Y está leyendo El Territorio, como hace 91 años.
* Mi columna de hoy en El Territorio.
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