El periodista es un testigo directo de lo que pasa (de la historia actual, diría algún académico usando un oxímoron del tamaño de un castillo) y es el periodista quien tiene que informar de estos hechos con su propia experiencia. En lugar de pedirle declaraciones, los jefes deben pedirle que compruebe él mismo si hay o no hay invasión de mosquitos en Guayaquil y también que cuente su experiencia en carne propia (y aclaro que deberían pedirle sólo si es un novato, porque a la tercera ya sabrá cómo es la mecánica de la cosa). Pero además de saber si hay o no hay invasión de mosquitos, el periodista tiene que averiguar qué mosquitos son, si transmiten alguna peste, qué está haciendo el municipio para solucionar el problema en caso de existir, alertar a los vecinos si esa especie es o no es peligrosa para su salud, buscar las medidas de protección y publicarlas para que sepan cómo protegerse de una improbable invasión de mosquitos…
Hace poco apareció en El Territorio de Posadas (Argentina) otra noticia de estas:
Las declaraciones valen cuando alguien dice algo nuevo, impactante o emocionante y la noticia es por tanto la declaración de esa persona. En esos casos el hecho es la declaración conectada a la persona que lo hace. No es lo mismo que yo diga que alguien maltrata a las mujeres que lo diga la esposa y mucho más si él o ella o los dos son conocidos actores de cine. En los medios hay cientos de esas, sobre todo en las secciones de farándula y muchas veces en las de política y casi siempre los periodistas corremos el riesgo de ser usados en provecho de quienes hacen las declaraciones.
Se me ocurrió escribir este post cuando leí este título de Clarín. Creo que es el caso más sorprendente de declaracionismo que he visto en mi vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario