1. El tráfico.
2. No hacer las cuentas.
3. La credibilidad.
4. El poder.
El poder es, de hecho, el cuarto problema. A los directivos lo único que les interesa es la política, entendida como cercanía al poder y como forma de influir en él. En España los medios no son un contrapoder, son un poder (aunque cada vez más débil), no aspiran a controlarlo, sino a cenar con él. Mantienen un doble discurso en el que por la vía de los hechos son establishment, pero por la de la narrativa defienden una épica trasnochada y machista llena de máquinas de escribir, humo de tabaco, señores en tirantes, watergates y blanco y negro. Ojalá algún día un nuevo medio nazca diciendo la verdad: “Vamos a seguir haciendo lo mismo de siempre, solo que en internet que es más barato, niña, instálame el Twitter”. A diferencia de lo que ocurre en otros lugares del mundo, el problema en España no son las presiones, las amenazas, la asfixia económica, sino que ni siquiera son necesarias. El acto de valentía cotidiano no consiste en enfrentarse al Estado, a la Iglesia, a las empresas, sino en decidir no publicar el bulo de que Adele ha perdido 68 kilos. Todo en un oficio que aspiraba a ser justo lo contrario.
5. Escribir para uno mismo.
6. Desconexión con las audiencias.
7. Desinterés por el talento.
Nadie puede exigirles que sostengan una industria desconcertada.y agrega
...tienen otros dos problemas. El primero, que los lectores fieles que quedan caigan en la tentación de convertirse en fans, olvidándose de que no siempre es bueno que te den exactamente lo que esperas y que incluso el mejor de los medios necesita una reprimenda de vez en cuando. El segundo, el peligro de que usen los contenidos periodísticos para automedicarse: administrarse a conveniencia una dosis de ira, alegría o tristeza lista para contagiar a los demás en redes sociales, arrastrándonos a todos en una espiral viral de emociones colectivas cuando lo que mejor nos sentaría a todos, periodistas, lectores y periodismo, es romper ese ciclo con un poco más de cerebro.Encontré la columna gracias a otra de Diego Salazar en Perú 21 y que también recomiendo como reflexión de fin de año.
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