La entrevista provocó la bronca negra de Juan Grabois, referente de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular y líder del Movimiento de Trabajadores Excluídos, que los acusó de montar la entrevista y secuestrar al Polaquito. Dialoga con Jorge Lanata en el programa de radio Lanata sin filtro del lunes 17.
Hoy Perfil publica esta columna de Patricia Nigro:
Me pareció interesante el artículo de Facundo Falduto publicado el 18 en Perfil:
Pobre Polaquito, pobre Lanata
Pobre Polaquito. ¿Alguien puede dudar de que ese nene de 11 años es la víctima en toda esta situación? Los hechos delictivos que contó (coaccionado o no, secuestrado o no) a las cámaras de Periodismo Para Todos pueden ser reales, o no. Pueden ser la fabulación de un chico con un problema de adicción, o no. Lo que es muy real es la situación en la que vive. El testimonio de Fernanda (su madre) quien denunció además que el menor fue obligado a hablar con los periodistas, es mucho más desgarrador incluso que el suyo. "Gano ocho mil pesos, tengo las AUH de los dos hermanitos y alquilo. Dormimos todos juntos. "El papá está preso desde que el Polaquito tiene 10 meses. La primera vez que me di cuenta que se drogaba con pegamento y la verdad le pegué, lloró y salí a pedir ayuda. Nunca se hizo cargo de que robaba. Cuando se drogaba quedaba como tonto. Mi hijo llega a casa y mira Disney Junior. Un año estuve pidiendo la internación. ¿Ahora me lo van a internar?", son algunas de las frases que dijo la mujer en diálogo con Radio 10, entrevistada por Marcelo Zlotogwiazda.Este es el monólogo de Jorge Lanata en el comienzo del programa del domingo 23:
El problema para el Polaquito es que todos lo miran por lo que representa. Para los impulsores del punitivismo, es una excusa para bajar la edad de imputabilidad. No importa que las cárceles estén colapsadas y en condiciones subhumanas, no importa que sólo uno de los 175 homicidios cometidos en la Ciudad de Buenos Aires en 2015 haya sido perpetrado por un menor de 16 años. Para quienes reclaman mayor asistencia social, es un motivo para reforzar su pedido, aunque 12 años de políticas de inclusión hayan sido insuficientes para ayudar al chico. Para mí es un motivo para escribir esto, lo reconozco, y para muchos que leen es un motivo para indignarse. Nadie lo mira por lo que es: un chico que necesita ayuda. ¿Qué tan alienado hay que estar para ver a un nene de 11 años y con un problema de drogadicción y pensar "esto es una buena nota"?
Grabois tiene razón en cuestionar a Lanata. Haya sido coaccionado o no; sean verdad los crímenes que dijo haber cometido o no; la "nota" de PPT no ayuda a nadie. Menos al Polaquito. ¿Sirvió el informe para impulsar un debate franco sobre asistencialismo y consumos? ¿Ayudó a diseñar o modificar alguna política pública? ¿O funcionó para que cada uno refuerce sus prejuicios, para que quienes piensen que "hay que matarlos a todos" crean que hay que matar a alguien más? Usamos a un chico para enojarnos con quien ya estábamos enojados, y de paso nos enojamos con él. Pobre Polaquito.
Lanata tampoco tiene la culpa de esto. Él también es víctima de una sociedad enferma, aunque en este caso pueda parecer, por momentos, para algunos, victimario. Hace una década que el fundador de Página/12 se dedica al show. Él puede intentar negarlo, y muchos le creerán, pero lo suyo es el espectáculo, al que disfraza de periodismo. Pero hace rato que no es periodismo. En el momento en el que decidió abandonar los cierres de Crítica de la Argentina para hacer stand-up en el Maipo, hace nueve años, él eligió. Y lo que eligió no es el periodismo. No lo cuestiono por eso, es entendible. Hay drogas mucho más duras que el pegamento, el paco, la cocaína o el tabaco. Lanata lo sabe: sigue fumando en un espacio cerrado frente a sus compañeros de radio, a pesar de que le cuesta respirar y de que haya tenido un transplante de riñón. Hay drogas que no están calificadas como sustancias prohibidas, pero que pueden generar mayores dependencias. La adulación, el aplauso, la pantalla son algunas de ellas, y el combo con narcisismo suele pegar muy mal. El problema no es dedicarse a buscar el aplauso; el problema es cuando la droga del aplauso te formatea para ver todo en función del aplauso, para que tu prioridad sea el circuito que satisface esa necesidad, incluso ante un nene de 11 años que tiene un problema con las drogas.
El episodio del Polaquito recuerda a uno que pasó hace 15 años, el de Barbarita, la chica tucumana que lloraba porque tenía hambre. Pueden parecer comparables, pero no lo son. En 2002, Lanata ayudaba a visibilizar a chicos que eran invisibles a la fuerza, que necesitaban algo que la exposición podía, de alguna forma, ayudar a proveer. El Polaquito también necesita ayuda, sí, y visibilizarlo podría a priori parecer la forma de hacerlo. Pero exponerlo en cámara no solo no lo ayuda, sino que lo perjudica, lo estigmatiza, lo hace objetivo de odio. Montar un show en torno al Polaquito no solo no tiene casi nada de periodismo: tiene también muy poco de empatía y humanidad.
Pero Lanata no puede verlo, porque el aplauso solo te prepara para recibir aplausos. No puede siquiera entender en qué términos lo critica Grabois, que intenta apelar, sin éxito, a su sensibilidad. "Ganamos todos los juicios", se limita a responder ante el cuestionamiento. Y no puede hacer otra cosa, aparte de insultar, gritar y cortar. El Lanata que lloraba con Barbarita debería llorar por el Polaquito, pero ante todo debería llorar por lo que el aplauso hizo de sí mismo. Ya es tarde: el aplauso le impide pensar que puede estar equivocado. Pobre Lanata.
Hoy Perfil publica esta columna de Patricia Nigro:
Polaquito: estrategias para hablar sobre los ‘pibes chorros’ en el hogar
Decir algo que aporte, que sume, al caso del Polaquito, parece superfluo. Como todo “caso mediático” –recomiendo para este tema consultar el libro de Damián Fernández Pedemonte, La violencia del relato–, su impacto emocional y las diferentes aristas que el periodismo llevó a la exacerbación merecen una mirada amplia y comprehensiva.
Hemos escuchado hasta el cansancio a adultos que se intercambian acusaciones unos contra otros, que sólo confunden y dividen a la opinión pública argentina, que lo que no necesita son más divisiones.
Hemos visto una y otra vez la entrevista a este niño que se acusa a sí mismo de delitos reales o ficticios, que sorprende con su conocimiento sobre las armas, que habla de su padre preso, de su adicción a la droga desde los 8 años, que muestra lo que todos sabemos y que nadie quiere ver: la pobreza es la madre de todos los males. El niño es uno en miles, su familia es una en miles. Lo que nos interpela no es el miedo a los llamados “pibes chorros”; lo que nos incomoda es saber que todos somos responsables, en mayor o menor medida, de que tantos argentinos vivan en condiciones indignas.
Es cierto que es una vergüenza la forma en que se politizó la entrevista, que es una vergüenza que haya personas que quieran beneficiarse del horror cotidiano en que viven tantos compatriotas. Desvalidos, sumidos en el hambre y la ignorancia, esclavizados por los grupos que deberían ayudarlos, maltratados por las autoridades que deberían protegerlos.
Además, el responsable de la entrevista nunca respondió cómo se consiguió realmente esa nota. Decir que en un programa como el suyo iba a hacerse una investigación en un jardín de infantes de Lanús roza el surrealismo. Caballero, usted tiene una responsabilidad frente a su audiencia. No insulte la inteligencia de los que lo escuchábamos mal defenderse. Jamás nos explicó cómo se produjo realmente esa edición que vimos en la tele. Nunca supimos qué fines se perseguían al presentar a un chico que le preguntaba al periodista por qué quería saber sobre su vida y éste le mentía al callar que era una nota para la televisión. Si hubiera admitido un solo error, si se hubiera disculpado, muchos pensaríamos distinto de usted.
Claro que hay que hacer visible lo invisible. Claro que la gente que come todos los días, que manda a sus hijos a la escuela, que tiene un trabajo, debe ver la realidad. Porque los gobiernos usan a estos argentinos como les conviene, porque las agrupaciones que dicen defenderlos se enriquecen a costa de ellos, porque nadie los escucha, porque nadie quiere verlos.
¿Qué queda de todo este espectáculo repulsivo? ¿Qué mensaje educativo les dejamos a nuestros hijos que no son pobres? ¿Quién se hará cargo del tremendo desamparo y de la estigmatización, no sólo de los niños sino de todas las familias pobres? Ese es el problema de fondo. Cómodos en nuestras casas, nuestros chicos discuten por qué todavía no les compramos el último modelo de celular; la publicidad les dice que merecen ir a Orlando a conocer Disney World; nosotros los dejamos horas ante las pantallas, porque estamos tan cansados de trabajar que no tenemos tiempo para hacer de padres.
Y muchos de nuestros chicos, a quienes a diario otros chicos les roban sus celulares, pasado el susto ya tienen el nuevo modelo de repuesto. No pienso siquiera en los ricos. Viven tan lejos de esto que no les llegan ni unas cosquillas. Muchos ricos se precian de sus galas fastuosas para recolectar dinero para los pobres. Encerrados queden en su incoherencia.
Pienso, sí, en la indiferencia de los que componemos la clase media respecto de las familias que viven en la indigencia. El padre del Polaquito fue a la cárcel por primera vez a los 18 años. ¿Dónde están nuestros hijos a esa edad? La mayoría estudiando en la universidad. La mayor parte no busca trabajo, porque nosotros, sus padres, trabajamos el doble para que ellos estudien tranquilos, salgan con sus amigos, vacacionen y, con suerte, se vayan de intercambio estudiantil.
Poco les hemos enseñado la cultura del esfuerzo y del ahorro que signó a nuestros padres y abuelos. Pero ¿quién les enseñó algo a tantas familias pobres, a tantas madres, niñas que llevan a sus hijos a la escuela, temprano, con frío, uno en el cochecito, dos caminando con sus mochilas y el cuarto en el vientre? Porque de eso soy testigo todos los días cuando salgo a trabajar. Y, cobarde, nunca me detengo a decirles cuánto las admiro y compadezco a la vez. Porque la lástima nos sale fácil y dura poco.
Nos rasgamos las vestiduras porque la cara del pequeño, del Polaquito, no estaba bien oculta en la nota, clamamos desde los organismos internacionales cómo debe realizar un periodista la cobertura de los menores de edad. (Perdón por usar la palabra “menor” pero, en mi época significaba más pequeño, y ahora los llamados políticamente correctos, como diría Umberto Eco, nos dicen que “menor” alude a criminal).
No son las palabras las que van a mejorar la vida de tantos argentinos. Hagamos silencio de una buena vez. No perdamos el tiempo discutiendo minucias. Sordos al dolor del prójimo, de nuestras bocas fluyen palabras huecas, increíblemente absurdas.
La televisión, los diarios, la radio, se llenan de voces intemperantes. Cada cual lleva agua para su molino y no se acuerda de los miles de polaquitos ni de sus familias, hundidas en el pozo del olvido del 70% de los argentinos que sí tiene agua corriente, que paga la alta tarifa de la luz pero la paga, que tiene auto, que puede darles a sus hijos la leche, el pan, las vacunas, que los manda a la escuela y que les regala muchas otras cosas que no necesitan. De esta manera, a nuestros chicos, que no son pobres, sin darnos cuenta estamos preparándolos para perpetuar la indiferencia por el otro.
Y sí, la voz del Polaquito no se distorsionó como indicaba la normativa. Sin embargo, esa falta de ética periodística permitió –no hay mal que por bien no venga– que la voz del pequeño sonara y clamara en el desierto del corazón de tantos argentinos. Porque así hablan los analfabetos, señores, así hablan los chicos que pasan sus días en la calle, con malas compañías que los inician en la droga, y todos sabemos quiénes se benefician con ese negocio. También sabemos que la droga lleva al crimen.
A diario nuestras propias familias se ven destrozadas por la violencia impune. No obstante, nada mejora. Nos falta el coraje de exigir a funcionarios y políticos que no nos roben más y que usen el dinero de nuestros impuestos para crear viviendas, hospitales bien provistos, cloacas, escuelas en las que los maestros enseñen, trabajo honesto para los padres, jardines maternales para las madres que trabajamos fuera del hogar. Nos falta coraje para demandar justicia por nuestros compatriotas condenados a la pobreza y a recibir migajas de nuestras mesas o subsidios inmorales que los tornan cautivos de delincuentes disfrazados de defensores de los derechos humanos. Lobos con piel de cordero.
No alcanza con el optimismo y con creer que se puede. “Argentinos, a las cosas”, nos dijo Ortega y Gasset. Argentinos, a trabajar por todos, a demandar por nuestros derechos humanos y los de los más indefensos. Basta de discursos. Basta de escuchar y de que nos digan más mentiras. Miremos a nuestros hijos a la cara y preguntémonos a nosotros mismos: si no te enseño el coraje para luchar por tu dignidad y por la de los otros, ¿para qué te estoy educando?