domingo, 2 de octubre de 2022

Pagar por periodismo

Con el permiso presunto de Fernán Saguier les subo este resumen del ecuntro de la WAN de Zaragoza.

El periodismo se reinventa en la era digital

Desafiados por la revolución tecnológica, los medios se aferran a la calidad y la excelencia para enfrentar nuevos retos

ZARAGOZA, España.- Silencio vaticano en el auditorio. Más de 1200 periodistas y ejecutivos de medios de comunicación de todo el mundo asisten, después de tres años de interrupción por la pandemia, a la reunión anual del Congreso Mundial de Editores de Noticias.

Con sus casi dos metros de altura y una estampa señorial que irradia autoridad, el orador toma el atril y lanza cuatro sentencias inapelables:

“Los medios son el enlace entre los ciudadanos y los hechos”.

“Las falsedades, la simplificación y la desinformación representan serias amenazas sobre nuestras sociedades”.

“La prensa soporta presiones, demandas y propaganda”.

“Más que nunca, se necesitan medios de comunicación independientes y responsables, centrados en el análisis y que exijan la mayor capacidad crítica por parte de sus profesionales”
.

No se trata de un disertante más. Quien ostenta el micrófono no es el presidente de la entidad que nuclea a los publishers del planeta ni el mandamás de una organización de defensa de la libertad de expresión. Tampoco un representante de The New York Times, The Washington Post o The Financial Times, acaso los máximos templos del periodismo de calidad, aquí presentes.

Quien asume como una máxima irrenunciable la defensa de la tarea periodística como garantía de la democracia en un mundo amenazado por guerras, una pandemia y autoritarismos de distinto pelaje es nada menos que el rey de España, Felipe VI.

No hace falta agregar más. Acaso recordar aquella sentencia del gran editor de The Washington Post, Marty Baron, hoy retirado: “La principal misión del periodismo es que sirva para que las instituciones y el poder rindan cuentas de sus actos a los ciudadanos”.

Con ese espíritu y en un clima de emoción desbordante por la presencia de colegas ucranianos de heroico desempeño en su país, sube inmediatamente al escenario para recibir la Pluma de Oro, el mayor reconocimiento mundial a un medio de prensa, Joanna Krawczyk, de la Fundación Gazeta Wyborcza, el primer diario independiente de la Polonia libre, creado en 1989, hoy bajo ataque permanente del gobierno de Mateusz Morawiecki, que se traduce, entre otras represalias, en no recibir publicidad oficial ni de compañías relacionadas con el Estado. Los últimos ocho años en Polonia están marcados por una atmósfera de opresión y adoctrinamiento de los estudiantes. Millones de refugiados ucranianos han escapado a su territorio y Gazeta Wyborcza ha dado asistencia a centenares de periodistas ucranianos. Polonia parece seguir el triste camino de la Hungría de Viktor Orban, convirtiéndose en una amenaza sistemática para todos aquellos que no siguen el discurso único. “Estamos bajo un escrutinio constante”, dice Joanna.

* * *

Diez o quince años atrás el futuro de los medios tradicionales, la llamada legacy media, asomaba jaqueado por la incertidumbre y los pronósticos sombríos. La industria de la información ha sido una de las más atravesadas por la revolución digital. Hábitos de lectura centenarios se han visto sacudidos en un pestañeo con la fuerza de un terremoto.

Hoy, el escenario depara menos incógnitas y luce más promisorio, ciertamente distinto. Nunca antes la población mundial tuvo al alcance de la mano tanta información en tiempo real. Nunca antes los medios tuvieron tanta audiencia. Nunca antes supimos al instante qué contenidos elige el lector y cuáles descarta rápidamente. Inauguraron la huella precursores como Spotify y Netflix, hoy acompañados por una legión infinita de aplicaciones y servicios de streaming. Así, lentamente, fue germinando otra cultura: el público está dispuesto a pagar por el periodismo digital que considera de calidad.

En las redacciones proliferaron las métricas sobre el consumo de las noticias y con ellas también irrumpieron actores originales: lectores de audiencias, intérpretes de buscadores, editores en redes sociales, especialistas en nuevas narrativas, creadores de mapas interactivos, seguidores de suscriptores, emisores de podcasts y newsletters, y realizadores de video, entre otros. El mundo noticioso cambió su nomenclatura en un santiamén y dejó de hablar de ejemplares para hablar de suscriptores digitales, usuarios únicos (dispositivos que entran a los sitios de noticias) y páginas vistas en los sitios web. La prensa escrita seguirá siendo sinónimo de orden y jerarquización, con toda la fuerza de la tradición, de distinción y prestigio, algo así como un libro de actas que resume lo más importante que pasó y está por ocurrir. Pero hoy el principal desafío consiste en cautivar a las audiencias entre los miles de entretenimientos y distracciones a los que se accede en el universo digital.

Existen ejemplos de resonancia a escala planetaria, como The New York Times, con sus más de diez millones de suscriptores, o The Washington Post, con cerca de tres millones. La Argentina está adaptándose ágilmente a este nuevo modelo de negocios: entre los medios nacionales (LA NACIÓN, Clarín, El Cronista, Página 12 y Perfil) y varios del interior (La Gaceta, de Tucumán; La Voz del Interior; Los Andes, de Mendoza; La Capital, de Rosario, y El Día, de La Plata, entre otros) más de un millón de suscriptores digitales en total pagan diariamente para mantenerse informados, convirtiéndose en un faro de referencia para toda América Latina. La WAN invitó a exponer los casos argentinos al secretario general de Redacción de LA NACIÓN, José Del Rio, y al CEO de AGEA y vicepresidente del Grupo Clarín, Héctor Aranda.

De izquierda a derecha, la editora de The Sunday Times, el profesor Rosental Alves, de la Universidad de Austin
(Texas), el secretario general de Redacción de LA NACIÓN, José Del Rio, y el editor del Globe and Mail de Canadá.

Hablar de suscripciones implica necesariamente hablar de periodismo de relevancia, de investigación, análisis y opinión, de reportar desde el lugar donde ocurren los hechos y de interpelar al poder, básicamente a través de las dos herramientas de las que dispone la prensa: la información y la opinión, esta última muchas veces expresada en ámbitos hostiles a través de la sana irreverencia del humor y la sátira política, géneros de los cuales han sido objeto presidentes, reyes y hasta papas, y que tanto incomodan al poder.

Se advirtió aquí que una luz colorada se enciende en el horizonte. La carga de negatividad que muchas veces transmitimos los medios está ahuyentando a lectores, especialmente a los jóvenes, saturados de esa atmósfera tóxica que construye la polarización política en tantos países del mundo. Términos como “fatiga de noticias”, “no estresar al lector” o “evitar la información” se han impuesto en la industria y circulan con preocupación por los pasillos de este centro de convenciones. Obligan a preguntarnos si estamos haciendo lo suficiente para ser también vehículos de esperanza y rescatar entre tanto infortunio experiencias de éxito y de progreso que puedan resultar inspiradoras. Las audiencias piden que ventilemos nuestros medios con más espacio para historias aleccionadoras, temas de salud, familia, el hogar, entretenimiento, deportes, cocina o simplemente juegos.

Vivimos tiempos de desinformación y noticias falsas, se argumentó también, en los que los medios de referencia estamos llamados a cumplir un papel fundamental: verificar y certificar aquello que circula por las redes sociales sin rigor alguno. Las redes están instaladísimas en nuestra vida diaria y a menudo dan cuenta de hechos reveladores, pero son una ruidosa avenida que trafica falacias e inventos, exageraciones y distorsiones, manipulaciones y “medias verdades”. Sorprenden muchas veces al lector desprevenido e imposibilitado de procesar sus contenidos, ya que están plagadas de emisores anónimos, en los que suelen prevalecer la emoción sobre el razonamiento y la velocidad sobre la veracidad. Carecen estas, además, de editores responsables que auditen las barbaridades que allí se vierten. Se expuso, sin embargo, un dato alentador: una encuesta hecha en veinte países reveló que el 70 por ciento de los suscriptores lo hacen para chequear y comprobar hechos que leyeron en algún lado y necesitan ratificar en medios creíbles.

La pandemia introdujo a la prensa en otro callejón de riesgo. “Debemos salir a la calle, volver al reporterismo”, advirtió Pepa Bueno, directora de El País, de Madrid, en alusión al abuso que se hace desde las redacciones de la búsqueda de información por internet o WhatsApp, atajos propios de esta era virtual, pero opuestos a lo que dictan las mejores y más elementales prácticas profesionales: el contacto personal, cara a cara, con las fuentes será siempre la vía irreemplazable para obtener la mejor información.

El foro no ignoró acaso uno de los problemas más cruciales que enfrenta el periodismo independiente: la polarización. En una reunión a puertas cerradas, los principales editores de Singapur, Gran Bretaña, Francia, la India, Estados Unidos, México, Brasil y la Argentina pusieron en palabras lo que es una tendencia irreversible a nivel mundial. La polarización está en todas partes, al igual que la mirada hacia los medios como supuestos enemigos que emana desde el poder. Populismos de izquierda y de derecha buscan poner el foco en los mensajeros y no en los hechos como una fórmula para buscar su propia impunidad. El problema que procuran instalar no es la corrupción que denuncian los periodistas de investigación o los atropellos contra las instituciones de la democracia que se perpetran, sino la mera impugnación de la tarea periodística, todo esto acompañado por un coro de medios públicos que batallan ejerciendo un oficialismo recalcitrante. Se trata del mismo truco de siempre, que encuentra sustento en feligreses más que en lectores críticos que saben diferenciar deseos de opiniones. Pero impone el desafío de informar con precisión suiza los asuntos de Estado de modo de no ser susceptibles de caer bajo la propaganda oficial y los eslóganes de sus corifeos.

Ya ha sido dicho hasta el cansancio. Casi todo está cambiando en el periodismo, pero ciertos valores básicos permanecen inmutables: atenernos a las fuentes confiables, chequear hasta estar seguros antes de escribir una coma y rectificar los errores sin vergüenza ni disimulos.

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