En diciembre de 1988 se nos ocurrió iniciar desde Pamplona un grupo de usuarios de Macintosh en prensa. Pero no fue en Pamplona sino en un hotel de Sevilla donde coincidimos Juan Antonio Giner y yo, que viajamos desde Pamplona, y algunos editores, todos invitados por la gente de Apple España. Ahora no recuerdo si estaba Mario en aquella reunión y si fue allí donde nos conocimos. Las Mac eran mágicas por el efecto WYSIWYG (what you see is what yo get) y estaban cambiando todo el proceso de preprensa en los periódicos, pero nadie sabía muy bien cómo funcionaba y para colmo tenían muchos problemas, generalmente como consecuencia de lo poco que sabíamos de esas máquinas. Al final, el Grupo de Usuarios de Macintosh en Prensa resultó más una reunión de autodefensa que una de intercambio de experiencias entre periódicos.
Mario era un chico de Ponferrada que manejaba como un mago aquellas Macintosh que eran unas cajas cerradas, a veces sin memoria, que habíamos empezado a desentrañar en la Facultad de Ciencias de la Información –como se llamaba entonces– de la Universidad de Navarra. Cómo llegó a Pamplona la primera vez, no me acuerdo. Solo que vivía de Ponferrada y hablaba como hablan los del Bierzo: muy seguido decía que algo era una virguería para decir que era genial. La segunda vez vino en su coche y lo dejó en Pamplona porque seguimos en otro con Juan Antonio Giner y no recuerdo si alguien más: íbamos a una reunión en Barcelona y no nos dimos cuenta de que era justo el 11 de septiembre de 1989: la Diada. Tardamos tanto en llegar por la carretera colapsada por el feriado que decidimos parar en un restaurante del camino, de esos que cruzan la autopista como un puente, y esperar a que se desagote, ya entrada la noche.
Yo trabajaba en la revista Nuestro Tiempo y en el área de Proyectos de la Facultad, donde fungía de Ayudante en las clases de Juan Antonio, pero pasaba gran parte del tiempo tratando de desentrañar aquellas Macintosh que nos deslumbraban. Leía y releía los manuales, cosa que poca gente hacía, para exprimirlas. Con el tiempo fuimos consiguiendo los modelos que siguieron a aquellas primeras PC, que se volvieron excepcionales para lo que fue la otra revolución que causaron el la prensa: la infografía. Junto con los primeros programas de diagramación como el PageMaker, apareció el MacDraw que permitía dibujar las noticias. La infografía es tan antigua como la prensa, pero la facilidad que daban las Mac fue lo que provocó esa revolución en la que Mario se convirtió en una de las figuras destacadas en la prensa española.
En la Facultad, con la ayuda inestimable de un grupo de alumnos, lanzamos los primeros seminarios de diseño de periódicos. Decía Juan Antonio que el diseño de periódicos era la llave para entrar en todo el periódico. Así se fundó el Capítulo Español de la Society of Newspaper Design. Además de los talleres de Pamplona se organizaba todos los años un viaje de diseñadores españoles a la convención anual de la SND en los Estados Unidos.
Cuando un grupo de periodistas liderado por Pedro J. Ramírez fundó el periódico El Mundo en Madrid, fue Juan Carlos Laviana quien nos pidió alguien para trabajar en la documentación gráfica de las noticias y allí se fue Mario desde su Ponferrada natal.
Nos seguimos viendo en distintas ocasiones. Junto con Tomás Ondarra, que entonces estaba el El Correo de Bilbao, Jaime Serra, en El Periódico de Barcelona, y Pablo Ramírez Bañares, en Marca y otros medios del Grupo Recoletos de Madrid, formábamos un grupo de curiosos del arte de dibujar las noticias, pero sobre todo del uso de las Macintosh para hacerlo. Con el tiempo, Jaime trabajaría doce años para el diario Clarín de Buenos Aires y Tomás creo que fueron cinco en La Nación, también de Buenos Aires, así que hubo una época que con ellos nos vimos un poco más. Pablo siguió en el Grupo Recoletos y luego por su cuenta, hasta que murió en junio de 2021 de un cáncer fulminante. Con él me veía todos los años en su casa de Madrid y también coincidimos varios años en Guayaquil, donde trabajamos para El Universo.
Fernando Rubio (ABC), Mario Tascón, Pablo Ramírez Bañares, Joan María Piqué (Universidad de Navarra), Tomás Ondarra y Carlos Mutto (AFP) en 1997.
Salvo alguna rara ausencia, todos coincidíamos, también con otros colegas/amigos, una vez al año en la convención anual de la SND en alguna ciudad de Estados Unidos. Allí llegamos a presentar ponencias, pero sobre todo a pasarlo bien con el circo de los españoles y algunos sudamericanos colados en la turma. El otro evento en el que coincidíamos casi todos era en los premios Malofiej de Infografía que se celebran todos los años en Pamplona desde 1993; el algunos casos fuimos jurados, en otros profesores del taller de infografía llamado Show Don't Tell, que nacieron de la inagotable capacidad de Juan Antonio Giner para inventar estas cosas.
La historia por ese lado puede ser larga, pero nos desviaríamos del propósito de estos recuerdos de Mario Tascón.
Tengo en la memoria dos episodios que involucran a Mario y su trabajo. Del primero no sé todavía si me arrepiento, porque puede parecer negativo, pero creo que, entonces debía honrar la verdad y ahora también. Fue en unos premios de los que yo era jurado y Mario había presentado un trabajo muy bueno sobre las corridas de toros. Era en parte ilustración y en parte infografía, pero no tenía nada de noticia: simplemente mostraba como en una enciclopedia la lidia y cada uno de los tercios, con siluetas de toreros y toros muy bien dibujados y explicados, pero yo estaba seguro de haber visto esos mismos dibujos y esas ilustraciones en un póster colgado en la vidriera de una tienda de Las Ventas, en Madrid, por la que había pasado días antes. Dije entonces en la jura que creía que ese trabajo era plagio, pero cuando Nigel Holmes me miró fijamente, como diciendo ¿estás seguro?, le quité el pie de encima. Creo que fue la razón por la que no le dimos el Best of the Show.
Mario Tascón, Carmen Riera y Gonzalo Peltzer en 2002
La segunda anécdota que recuerdo bien ocurrió el 17 de marzo de 1992 en Buenos Aires. A las 14.45 de ese día explotó una potentísima bomba en la Embajada de Israel que mató a 22 personas e hirió a 242. Mario estaba trabajando esos días en el diario La Nación, como parte de la consultoría que realizaba Innovation (otro invento de Giner) en ese antiguo y clásico diario argentino.
A esa hora Mario estaba en el sexto piso, donde quedaba el comedor del diario, entonces en la calle Bouchard entre Lavalle y Tucumán. Desde allí se oyó la explosión, como desde gran parte de Buenos Aires, pero sobre todo se vio la columna de humo negro y denso que subía desde el barrio de Retiro. Asomados a la ventana, varios periodistas más o menos veteranos aventuraban lo que habría pasado: eso no es una bomba, dijo alguno con cierta autoridad por sus coberturas policiales o de guerra, y dio argumentos. Otros se jugaron con otras posibilidades y volvieron a sus mesas, todos menos Mario que salió corriendo hacia la columna de humo para saber qué había pasado. Ya decía Miguel Urabayen que cuando la muchedumbre escapa despavorida de algo, siempre hay alguien que va a contracorriente; es el periodista que quiere saber por qué escapan.
La última vez que vi a Mario fue con ocasión de una de esas reuniones en Pamplona, en el año 2002, cuando yo andaba medio exiliado en esa ciudad, amparado por Toni Piqué y la Facultad. Mario estaba desayunando con su madre en el bar del Baluarte, el nuevo y modernísimo Palacio de Congresos y Auditorio de Navarra al que yo había entrado para conocerlo y me los topé por casualidad. Me uní a desayunar con ellos y con María Moya, que llegó poco después.
Después vino el volcán, pero con eso no tuve nada que ver.
Mario murió el viernes pasado, día 29 de septiembre, en el Hospital Argerich de Buenos Aires. Había llegado el 25 gracias a Telecom, que lo traía para unas conferencias. Además pagaba su participación en la Asamblea General de ADEPA en San Juan, donde me habría gustado verlo, pero estaba en Posadas y había decidido no asistir antes de saber que vendría. Por un llamado de Tomás me enteré de su internación con un ACV grave. El mismo día de su muerte había participado por Zoom desde Buenos Aires en la Cumbre Global sobre Desinformación. No se sitió bien después de almorzar en un restaurante de Puerto Madero, de allí al hotel y del hotel al Hospital Argerich, desde donde ya no salió vivo. Su mujer, María Moya, y su hija Sofía, estaban viajando a Buenos Aires desde Madrid, donde se embarcaron apenas conocer la gravedad del cuadro.
La foto de abajo debe ser una de las últimas, si no la última, de Mario en plena presentación el 27 de septiembre en Buenos Aires. La subió él mismo a su cuenta de X.
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