miércoles, 30 de octubre de 2024

Nadie nos cree porque hablamos con nosotros mismos

Bastante revuelo causó la decisión de Jeff Bezos de que el Washington Post no apoye a la candidata demócrata Kamala Harris. Es que históricamente el WaPo lo hacía con el Partido Demócrata, sea quien sea su candidato. La decisión provocó la reacción airada de Martin Baron, que trató a su antiguo diario de cobarde, y de unos 250.000 suscriptores que, según parece, dejaron de pagar y de leer el periódico. También renunciaron tres miembros de su Consejo Editorial.

 Anteayer Jeff Bezos, el dueño del Washington Post, publicó esta nota en su periódico:


The hard truth: Americans don’t trust the news media

Jeff Bezos is the owner of The Washington Post.

In the annual public surveys about trust and reputation, journalists and the media have regularly fallen near the very bottom, often just above Congress. But in this year’s Gallup poll, we have managed to fall below Congress. Our profession is now the least trusted of all. Something we are doing is clearly not working.

Let me give an analogy. Voting machines must meet two requirements. They must count the vote accurately, and people must believe they count the vote accurately. The second requirement is distinct from and just as important as the first.

Likewise with newspapers. We must be accurate, and we must be believed to be accurate. It’s a bitter pill to swallow, but we are failing on the second requirement. Most people believe the media is biased. Anyone who doesn’t see this is paying scant attention to reality, and those who fight reality lose. Reality is an undefeated champion. It would be easy to blame others for our long and continuing fall in credibility (and, therefore, decline in impact), but a victim mentality will not help. Complaining is not a strategy. We must work harder to control what we can control to increase our credibility.

Presidential endorsements do nothing to tip the scales of an election. No undecided voters in Pennsylvania are going to say, “I’m going with Newspaper A’s endorsement.” None. What presidential endorsements actually do is create a perception of bias. A perception of non-independence. Ending them is a principled decision, and it’s the right one. Eugene Meyer, publisher of The Washington Post from 1933 to 1946, thought the same, and he was right. By itself, declining to endorse presidential candidates is not enough to move us very far up the trust scale, but it’s a meaningful step in the right direction. I wish we had made the change earlier than we did, in a moment further from the election and the emotions around it. That was inadequate planning, and not some intentional strategy.

I would also like to be clear that no quid pro quo of any kind is at work here. Neither campaign nor candidate was consulted or informed at any level or in any way about this decision. It was made entirely internally. Dave Limp, the chief executive of one of my companies, Blue Origin, met with former president Donald Trump on the day of our announcement. I sighed when I found out, because I knew it would provide ammunition to those who would like to frame this as anything other than a principled decision. But the fact is, I didn’t know about the meeting beforehand. Even Limp didn’t know about it in advance; the meeting was scheduled quickly that morning. There is no connection between it and our decision on presidential endorsements, and any suggestion otherwise is false.

When it comes to the appearance of conflict, I am not an ideal owner of The Post. Every day, somewhere, some Amazon executive or Blue Origin executive or someone from the other philanthropies and companies I own or invest in is meeting with government officials. I once wrote that The Post is a “complexifier” for me. It is, but it turns out I’m also a complexifier for The Post.

You can see my wealth and business interests as a bulwark against intimidation, or you can see them as a web of conflicting interests. Only my own principles can tip the balance from one to the other. I assure you that my views here are, in fact, principled, and I believe my track record as owner of The Post since 2013 backs this up. You are of course free to make your own determination, but I challenge you to find one instance in those 11 years where I have prevailed upon anyone at The Post in favor of my own interests. It hasn’t happened.

Lack of credibility isn’t unique to The Post. Our brethren newspapers have the same issue. And it’s a problem not only for media, but also for the nation. Many people are turning to off-the-cuff podcasts, inaccurate social media posts and other unverified news sources, which can quickly spread misinformation and deepen divisions. The Washington Post and The New York Times win prizes, but increasingly we talk only to a certain elite. More and more, we talk to ourselves. (It wasn’t always this way — in the 1990s we achieved 80 percent household penetration in the D.C. metro area.)

While I do not and will not push my personal interest, I will also not allow this paper to stay on autopilot and fade into irrelevance — overtaken by unresearched podcasts and social media barbs — not without a fight. It’s too important. The stakes are too high. Now more than ever the world needs a credible, trusted, independent voice, and where better for that voice to originate than the capital city of the most important country in the world? To win this fight, we will have to exercise new muscles. Some changes will be a return to the past, and some will be new inventions. Criticism will be part and parcel of anything new, of course. This is the way of the world. None of this will be easy, but it will be worth it. I am so grateful to be part of this endeavor. Many of the finest journalists you’ll find anywhere work at The Washington Post, and they work painstakingly every day to get to the truth. They deserve to be believed.

 

 Traducido por Jaime Arrambide aparece en La Nación (Buenos Aires) de hoy:


La cruda verdad: los norteamericanos no creen en los medios de prensa

En las encuestas públicas anuales sobre confianza y reputación que se hacen en Estados Unidos, los periodistas y los medios por lo general quedan cerca del fondo de la lista, apenas por encima del Congreso. Pero en la encuesta de Gallup de este año, los medios hemos logrado quedar incluso por debajo del Congreso: ahora, nuestra profesión es la menos confiable de todas. Algo de lo que hacemos claramente no está funcionando.

Me permito hacer una analogía. Las máquinas que se usan para votar deben cumplir dos requisitos: deben contar los votos con exactitud y la gente debe creer que los cuentan con exactitud. Y el segundo requisito es totalmente diferente y tan importante como el primero.

Lo mismo pasa con los diarios. Tenemos que ser precisos y la gente debe creer que lo somos. Y por difícil que sea de digerir, en ese segundo requisito estamos fallando. La mayoría de la gente cree que los medios son sesgados. El que no lo vea le está prestando poca atención a la realidad, y los que niegan la realidad pierden. La realidad siempre sale invicta. Sería muy fácil culpar a otros de nuestra larga y sostenida pérdida de credibilidad –y por lo tanto, del impacto de nuestro trabajo–, pero victimizarnos no nos va a ayudar. Y quejarse tampoco es una estrategia. Tenemos que trabajar más y mejor para controlar lo que podemos controlar para aumentar nuestra credibilidad con la gente.

El respaldo de un medio de prensa a un candidato presidencial no mueve el amperímetro de una elección. Ningún votante indeciso de Pensilvania va a decir: “Voy a votar por el candidato que respalda tal o cual diario”. Ninguno.

Lo único que logra el respaldo de un medio a un candidato es transmitir la sensación de que se trata de un medio sesgado. Una percepción de falta de independencia. Terminar con esos respaldos es una decisión de principios, y es la correcta. Eugene Meyer, editor del Washington Post desde 1933 hasta 1946, pensaba lo mismo y tenía razón. Por sí sola, la decisión de no respaldar a ningún candidato no es suficiente para hacer que el periodismo escale en la confianza de la gente, pero es un paso importante en la dirección correcta. Y ojalá hubiéramos introducido este cambio mucho antes, en un momento más alejado de las elecciones y de las pasiones que desatan. Fue un error de planificación y no una estrategia deliberada.

También quiero dejar en claro que acá no hay en juego ningún tipo de quid pro quo. Ninguno de los dos candidatos ni sus equipos de campaña fueron consultados ni informados en ningún momento ni de ninguna manera sobre esta decisión, que se tomó completamente de manera interna. Dave Limp, el director ejecutivo de una de mis empresas, Blue Origin, se reunió con el expresidente Donald Trump el día de nuestro anuncio. Cuando me enteré, sentí desazón, porque sabía que esa visita sería usada como un arma por quienes quisieran presentar nuestra decisión como algo más que una decisión basada en principios. Pero el hecho es que no me había enterado de la reunión de antemano.

En lo que respecta a los aparentes conflictos de intereses, no soy el dueño ideal para el Washington Post en este momento. Todos los días, en algún lugar, algún ejecutivo de Amazon, de Blue Origin, o de las otras organizaciones filantrópicas y empresas que poseo o en las que invierto se reúne con funcionarios del gobierno.

La gente puede entender mi riqueza y mis intereses comerciales como un blindaje contra la intimidación, o puede verlos como una red de intereses en pugna. Solo mis propios principios pueden inclinar la balanza de uno a otro lado. Les aseguro que mis opiniones aquí son, de hecho, basadas en principios, y creo que mi historial como propietario del Post desde 2013 lo respalda. Los desafío a encontrar un solo caso en donde me haya impuesto sobre alguien del Post para favorecer mis intereses. Nunca ocurrió.

La falta de credibilidad no es exclusiva del Post. Nuestros periódicos colegas enfrentan el mismo problema. Y es un problema no solo para los medios, sino también para el país. Mucha gente ahora recurre a podcasts improvisados, publicaciones inexactas en las redes sociales y otras fuentes de noticias no verificadas, que pueden difundir rápidamente la desinformación y profundizar las divisiones. The Washington Post y The New York Times ganan premios, pero cada vez más parece que le hablamos exclusivamente a cierta elite de lectores. Cada vez más, hablamos con nosotros mismos.

Si bien no impongo ni impulsaré mi interés personal, tampoco permitiré que este diario quede en piloto automático y se desvanezca en la irrelevancia, superado por podcasts no verificados y ataques en las redes sociales, no sin presentar batalla. Es demasiado importante. Es mucho lo que hay en juego. Ahora más que nunca, el mundo necesita una voz creíble, confiable e independiente, y ¿dónde mejor que la capital del país más importante del mundo para que surja esa voz? Para ganar esa lucha, tendremos que ejercitar otros músculos. Algunos cambios serán un regreso al pasado, y otros serán flamantes innovaciones. Y por supuesto que la crítica será parte integral de cualquier novedad. Así es el mundo. Nada de esto va a ser fácil, pero valdrá la pena. Estoy muy agradecido de ser parte de este esfuerzo. Muchos de los mejores periodistas que existen trabajan en The Washington Post y trabajan arduamente, todos los días, para llegar a la verdad. Ellos merecen que se les crea.

domingo, 27 de octubre de 2024

La verdad del periodismo

Vale la pena leer esta entrevista de Gastón Roitberg a Jim Brady, publicada hoy en La Nación de Buenos Aires. Está claro que el modelo del soporte publicitario para mantener al periodismo se está agotando definitivamente. Pero además ya existe la tecnología para pagar solo lo que se consume y abandonar el dispendioso esquema de los medios impresos que todavía rige en los digitales: pagamos por el 100 % pero con suerte consumimos solo el 10 %.


Resalto algunos párrafos, pero me gusta especialmente uno que explica aquello de que la verdad del periodismo está siempre en proceso; nunca es definitiva. Es la característica más sobresaliente de lo que suelo llamar verdad urgente, que es la verdad propia del periodismo.

Jim Brady “Los consumidores tendrán que financiar la mayoría de los medios del futuro”

Es uno de los pioneros del periodismo digital en los Estados Unidos y fue artífice del lanzamiento de la edición digital del Washington Post en 1996

por Gastón Roitberg

Actual vicepresidente de Periodismo de la Fundación John S. y James L. Knight, Jim Brady es uno de los referentes en el desarrollo del periodismo en la plataforma digital. Tiene una amplia trayectoria que abarca desde liderar marcas importantes como washingtonpost.com y Digital First Media, hasta crear desde cero una empresa que desarrolló y vendió sitios de noticias locales en tres ciudades de los Estados Unidos.

En Knight –institución a la que se unió en 2021–, lidera los esfuerzos de otorgamiento de subvenciones para el programa de periodismo de la fundación, con el objetivo de apoyar comunidades más informadas y comprometidas. Antes, fue director ejecutivo de Spirited Media, una consultora que lanzó y operó sitios de noticias locales como Billy Penn en Filadelfia, The Incline en Pittsburgh y Denverite en Denver.

Nacido y criado en la transición entre los medios tradicionales y las movedizas arenas digitales, Brady ocupó roles ejecutivos en la industria: fue editor ejecutivo del washingtonpost.com (donde formó parte del equipo de lanzamiento en 1996), editor en jefe de Digital First Media, jefe de Noticias y Deportes en America Online, y editor público de ESPN.

-Tiene 37 años de experiencia en periodismo, 30 de los cuales han estado marcados por la expansión de las plataformas digitales. ¿Cuál es el balance que se puede hacer del camino recorrido?

-No hay muchas personas que hayan estado en el periodismo digital durante 30 años, y lo único que puedo decir sin pausa es: el panorama nunca ha dejado de cambiar en esas tres décadas. Creo que la lección principal para mí es no acomodarme nunca con la forma en que están las cosas en un momento dado, porque no se mantendrán así por mucho tiempo. Cualquier herramienta genial que estés usando será reemplazada por una herramienta nueva y más genial. Así que debes mantener una mente abierta y nunca caer en la trampa de pensar que hay “una forma correcta” de hacer algo, y que no se puede cuestionar. Todo debe ser cuestionado constantemente, o de lo contrario podrías perderte –o, peor aún, descartar– lo próximo grande que venga.

-¿Cuál es su perspectiva sobre el cambio definitivo de las redacciones hacia un enfoque digital?

-Por ahora, está claro que las audiencias utilizan principalmente plataformas digitales para obtener noticias, por lo que es ahí donde los editores deben estar. Esto no significa que las organizaciones de medios no deban seguir intentando generar ingresos de la prensa escrita y la transmisión durante el tiempo que puedan. Todavía hay ingresos allí. Pero, como dije antes, debe haber un entendimiento de que esas plataformas heredadas no serán los principales motores de ingresos por mucho más tiempo. El mundo es digital ahora, y los consumidores más jóvenes nacen en ese mundo. No veo un resurgimiento de la prensa escrita o el broadcast, así que incluso si la mayoría de tus ingresos provienen de productos heredados, la mayor parte de tus recursos debe estar enfocada en lo digital.

-¿Cuáles deberían ser las prioridades periodísticas, tecnológicas y comerciales para los medios locales que buscan hacer sus productos digitales más sostenibles?

-Mi respuesta es la misma para las tres: crear productos que la gente quiera. El periodismo no puede tener mucho impacto si la gente no lo consume. La tecnología es irrelevante si la gente no puede usarla. Y ninguna redacción puede sobrevivir a menos que genere ingresos de sus productos. Así que salgan, hablen con los consumidores, obtengan una idea de lo que quieren y cómo lo quieren, y construyan productos que satisfagan esas necesidades y deseos. El periodismo ha tenido un problema de preciosismo, es decir, pensábamos que lo que hacíamos era tan importante que no teníamos que preocuparnos por las fuerzas del mercado. Los últimos 20 años nos han curado de esa ilusión. El periodismo no es un negocio de mostrador de delicatessen; no debemos simplemente tomar órdenes de los consumidores. Pero debemos hacer del desarrollo de productos valiosos el núcleo del negocio, y eso debe centrarse en los deseos del público.

-¿Deberían Google y Meta compartir sus ingresos de manera más equitativa con las organizaciones de noticias que proporcionan contenido de alta calidad para sus canales de distribución?

-No estoy seguro de por qué deberían hacerlo. Sí, esas plataformas han utilizado absolutamente las noticias para impulsar la adopción de sus servicios. Pero Google y Meta seguirían siendo actores dominantes aunque apenas hubieran tocado las noticias. Google revolucionó la forma de encontrar toda la información en la web, no solo noticias. Y Meta inventó la red social y explotó en popularidad antes de que hubiera noticias en el sitio. Sé que hay un argumento que dice que Google y Meta fueron más valiosos por la presencia de noticias y, por lo tanto, deberíamos ser pagados por crear ese valor. Pero también argumentaría que todos los periódicos se beneficiaron de tener publicidad. La publicidad hizo de los periódicos un producto más completo y diverso para el consumidor. ¿Les pagábamos a los anunciantes por poner avisos? No, ellos nos pagaban. Necesitábamos estar en Google y Meta por las mismas razones que los anunciantes estaban en los periódicos: ahí es donde estaban las miradas.

-Trabajó en America Online (AOL), una empresa que estaba adelantada a su tiempo. ¿Depende la innovación de una lectura precisa del contexto, las audiencias y el negocio para ser efectiva?

-Absolutamente. AOL cayó en la trampa que mencioné antes: tenía un negocio increíble de conexión dial-up y luego perdió por completo el cambio hacia la banda ancha. No sé si fue porque AOL esperaba que la banda ancha desapareciera o sabían que no lo haría y simplemente no pudieron pivotar lo suficientemente rápido. Pero la banda ancha rompió el modelo económico de AOL e hizo que el enfoque de “jardín cerrado” pareciera anacrónico. Los consumidores que AOL retuvo fueron aquellos que tampoco querían cambios. Y hubo suficientes de ellos para mantener el negocio por un tiempo. Pero AOL nunca volvió a ser una verdadera fuerza después de que se perdió ese cambio.

-¿Qué valor les asigna a las alianzas y colaboraciones entre los medios y las plataformas en el mundo digital en el que practicamos el periodismo?

-La colaboración es esencial en el nuevo mundo de los medios. Pero no es fácil. Muchos periodistas se criaron en un entorno hipercompetitivo donde lo peor que podías hacer era llevarte bien con los demás. Pero creo que hemos cambiado. No hay suficientes periodistas en la mayoría de las comunidades de Estados Unidos para proporcionar una cobertura adecuada, por lo que los que están allí deben trabajar estrechamente para asegurarse de que puedan cubrir la mayor cantidad de historias posible.

-¿Qué significa para usted el periodismo de calidad?

-Significa mantenerse fiel a los hechos, ser justo, dar espacio a todas las partes, realizar la tarea éticamente y estar abierto a la retroalimentación de la audiencia. El exeditor del Washington Post, Phil Graham, una vez llamó al periodismo “el primer borrador áspero de la historia”. Y lo es. La palabra clave allí es “áspero”. La mayoría de nosotros nunca hemos publicado una historia en la que supiéramos todo. Así que el buen periodismo también requiere humildad y una pasión implacable por hacer que las historias sean menos ásperas con el tiempo.

-¿Cuáles son sus pensamientos sobre la integración de la inteligencia artificial en las redacciones, especialmente en cuanto a su impacto en la integridad periodística y el papel de los periodistas de carne y hueso?

-La IA está aquí, nos guste o no. Personalmente, mi esperanza es que, por una vez, el periodismo decida ver la IA primero como una oportunidad y luego como una amenaza. El periodismo tiene una larga historia de ver toda nueva tecnología como una amenaza, y su respuesta generalmente es tratar de minimizar o demonizar lo nuevo. Sí, hay problemas de derechos de autor con la IA que debemos abordar, y seguramente otros problemas legales, éticos y morales. Pero la IA también puede ayudar con el periodismo de investigación de maneras inimaginables hace una década. Puede ayudar a automatizar tareas monótonas que consumen tiempo valioso del personal. Puede escanear registros públicos más rápido que cualquier humano, o grupo de humanos, podría hacerlo. La IA tiene tantos usos que pueden ayudarnos tanto periodísticamente como económicamente. Y si desperdiciamos eso viendo la IA principalmente como una amenaza, será una vergüenza para nosotros.

-¿Cuáles son los mayores desafíos que ve en el desarrollo de modelos de negocios sostenibles para los medios locales?

-Este es un negocio difícil en este momento. El dinero no fluye ni cerca de como lo hacía antes. Muchos equipos están trabajando increíblemente duro solo para sobrevivir. Pero diría que el mayor desafío probablemente sea el consumidor. No podemos construir negocios sostenibles a menos que los consumidores quieran lo que producimos. No digo que debamos hacer solo lo que los consumidores quieren; debemos seguir buscando y contando historias que los consumidores ni siquiera saben que deben pedir. Pero también debemos enfrentarnos al hecho de que estamos sufriendo tanto un problema de confianza como de evasión de noticias. La filantropía puede proporcionar fondos para ayudar a las redacciones en este período, pero serán los consumidores quienes tendrán que financiar la mayoría de los medios en el futuro. Así que asegurarse de que tienes personal dedicado al análisis y desarrollo de audiencias es crucial.

-¿Qué lecciones aprendió de sus emprendimientos con startups de noticias locales, su campo de acción en la actualidad?

-Muchas. La más grande, sin embargo, tiene que ver con la estructura de costos para las startups. Cuando lancé Billy Penn en 2014, tomó mucho dinero y mucho tiempo para lanzarlo. Así que, para cuando salimos al aire, ya estaba bastante avanzado en la autopista financiera. Y eso limita el tiempo disponible para encontrar un ajuste producto-mercado y construir un negocio. Entonces, en Knight, nos hemos centrado mucho en apoyar infraestructuras escalables para las redacciones, de modo que podamos ayudar a hacer que el lanzamiento sea más barato y rápido. Hacer eso extiende la vida de una publicación y le da el tiempo necesario para construir un negocio. Y estos sistemas no son solo útiles para las startups; tenemos muchas redacciones heredadas que también están aprovechando estas herramientas. Ya sea News Revenue Hub, Newspack, CatchLight, ProJourn o las muchas otras organizaciones que financiamos, creemos que estamos impulsando un verdadero progreso en el frente de la infraestructura.

miércoles, 23 de octubre de 2024

¿Qué es la libertad de prensa?

De la asamblea de la Sociedad Interamericana de la Prensa queda todavía la entrevista a su nuevo presidente publicada por La Nación el domingo 20 de octubre, y el editorial de La Prensa Gráfica (San Salvador) de ayer. Dan lugar a un largo comentario que pondré abajo. Aclaro que es una opinión disruptiva sobre el concepto de libertad de prensa tal como lo plantea la SIP y la industria en general en nuestros países. Voy a intentar exponer de un modo integral mis argumentos, uniendo lo que he expresado de muchos modos y durante mucho tiempo en este blog. 

 

José Roberto Dutriz. “La prensa vive tiempos complicados en la región”
 
El salvadoreño director de La Prensa Gráfica asume en una asamblea en Córdoba como presidente de la SIP; encontró similitudes en el vínculo de Bukele y de Milei con los medios
 
por Gabriela Origlia

José Roberto Dutriz será el primer salvadoreño en presidir la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). Asume el cargo en el marco de la asamblea que se realiza en la ciudad de Córdoba. Presidente y director de La Prensa Gráfica en El Salvador, asegura sentir “lástima” de que en su país y en varios otros de América Latina gobiernos y medios no puedan dialogar. “Nos hace falta escucharnos tanto el gobierno como la prensa. No se puede estar señalando y estigmatizando; polarizar la sociedad no es bueno para nadie. La libertad de prensa es una piedra angular para la democracia”, plantea.

En diálogo con La Nación, Dutriz planteó que “hay un punto de encuentro, un parecido” entre el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, y el argentino Javier Milei, respecto a la forma en que se relacionan con el periodismo, a cómo lo cuestionan y a cómo reaccionan ante las críticas. Planteó que la popularidad de ambos “puede verse afectada positivamente con la legitimidad que le pueden dar los medios, no hay que desistir de intentarlo”.

Hace un mes la SIP realizó una misión a El Salvador; sus representantes no fueron recibidos por nadie del gobierno. En ese contexto, el presidente saliente de la institución, Roberto Rock, alertó sobre las condiciones cada vez más hostiles para ejercer el periodismo en el país. Remarcó que hay un creciente acoso judicial, fiscal y en las redes sociales a los periodistas y un acceso limitado a la información pública.

Bukele estuvo en la Argentina hace dos semanas después de encontrarse en la Asamblea General de la ONU con Milei, en Nueva York, donde ambos hicieron críticas al organismo multilateral. Los dos presidentes mantienen cierta sintonía de sus agendas y simpatizan mutuamente.

–¿Cómo evalúa la situación que vive la prensa salvadoreña?

–Estamos en tiempos complicados en la región. En El Salvador, en Nicaragua, en Venezuela, en Cuba. Parece que hubiéramos regresado a algunas conductas que son peligrosas. Afrontamos un desafío doble. Por un lado, la sostenibilidad de los medios que es un reto continental y global. Estamos en ese proceso. Cuando nació internet y los periódicos avanzaron en sus webs en 1995 o 1996 teníamos 20 años para prepararnos. Con la Inteligencia Artificial (IA) y las nuevas tecnologías que son más disruptivas, estamos mucho más urgidos. El otro de los problemas es competir contra la desinformación; las fake news son un atentado. Es una defraudación a los millones de audiencias que tenemos los medios con credibilidad. Hay que saber pelear, escoger la batalla. Los medios hacemos énfasis en la sostenibilidad y en la defensa contra la desinformación. Son las avenidas principales que transitaré como presidente de la SIP.

–¿A qué adjudica ese “regreso” al ataque a los medios, a los hostigamientos a los periodistas?

–Mucho tiene que ver con los gobiernos, con los líderes que están ahora.

Hay diferentes estilos. Por ejemplo, está un Milei que es libertario, que tiene una visión muy amplia, una mentalidad empresarial; el paraguayo Santiago Peña, un empresario y académico, preparado. Son estilos que tienen que convivir, que tienen parecidos y diferencias. Peña es más inclusivo. Está Bukele, el presidente con mayor popularidad de América Latina. Todos se mueven en un contexto en el que quieren progreso económico, que las sociedades de sus países sean libres, con desarrollo humano. Hay que sacar lo mejor de las experiencias, pero están cometiendo el error de cerrar el acceso la información. Hay que decirlo con sinceridad. Milei sacó el decreto que apagó el instituto de acceso a la información pública; Bukele hizo lo mismo.

–¿Ve parecidos entre Milei y Bukele?

–Hay una línea similar. Milei se ha pasado de tono; ha llamado a los periodistas “ensobrados”. Esto existió en el pasado en la Argentina, no lo podemos desconocer. En El Salvador ese no es un tema que ahora sea relevante. El mandatario salvadoreño tiene rasgos similares a Milei. Usar su liderazgo, que lo tiene, y está haciendo cosas importantes, pero desde la óptica de la prensa independiente sentimos que se puede hacer mucho más. Uno de los tres Nobel de Economía, James Robinson, estuvo en un encuentro nacional de la empresa privada en El Salvador, y señaló que el país necesita estar de frente a las instituciones y no tenerlas atrás del poder. El deber hacer que es que funcionen las instituciones.

–Además del periodismo, ¿qué otros sectores reclaman por la institucionalidad? ¿Asusta la falta de institucionalidad?

–Asusta, sí. El fenómeno en El Salvador es que el empresariado está tomando cierta confianza, saliendo del letargo en el que estuvo en los gobiernos de izquierda. Los grupos locales aprovechan la coyuntura; hay inversión, está creciendo el empleo. Bukele logró una imagen muchísimo más positiva del país que la de los últimos 10 años y eso se ve, por ejemplo, en la demanda turística. Lo puso en el mapa, también con la criptomoneda. Eso es lo positivo; está claro que el país tiene que avanzar y salir de la pobreza.

–Mencionó al empresariado local, ¿a los extranjeros les preocupa la institucionalidad?

–Hay un potencial pero se necesita profundizar la institucionalidad, reglas más claras, mejor seguridad jurídica y respeto a las libertades que exigen un rendimiento de cuentas por parte del gobierno, respeto a la libertad de prensa. Con el FMI no avanzó porque no estableció aristas que debería haber generado, como es haber impuesto el bitcoin como moneda de curso legal. Tenemos tres monedas: el Colón, el dólar y el bitcoin, que solo tiene el 3,5% de la población, el resto se maneja con el dólar. Es una paradoja que los niveles de Inversión Extranjera Directa (IED) no crezcan; no se logra atraer capital y espero que eso se supere.

–¿Cómo lo afecta a usted el hostigamiento a la prensa de Bukele?

–Hostigamiento es una palabra importante. Digamos que hay un proyecto deliberado en socavar la sostenibilidad de los medios en general y, principalmente, de los medios escritos. Existe un diario propagandístico nuevo que podría señalarse como innecesario. Podría haber un periódico público pero no está bien hacerlo en un plano oculto, en una sociedad subsidiaria en la no puede entrar la Corte de Cuentas (auditoría). Su contenido es un esfuerzo propagandístico no informativo. La SIP hizo una misión a El Salvador hace un mes y lastimosamente vimos lo que también sucedió en la Argentina: Bukele no la recibió, tampoco nadie de su gabinete. Como lo que vivimos en esta asamblea, a la que Milei mandó una carta diciendo que no podía estar acá ni tampoco su jefe de gabinete [Guillermo Francos], ni la canciller Diana Mondino como se había anunciado.

–¿Qué le provocan esas decisiones?

–Lo que sentimos es lástima de no poder sentarnos y escucharnos. Nos hace falta escucharnos tanto el gobierno como la prensa. No se puede estar señalando y estigmatizando; polarizar la sociedad no es bueno para nadie. La libertad de prensa es una piedra angular para la democracia, que es el sistema más exitoso en que se puede vivir y desarrollarse. El exceso de autoritarismo no es bueno. Lo hemos visto con Hugo Chávez en Venezuela, con Cristina Kirchner en la Argentina. Tenemos esperanza en que este tipo de cónclaves y sus conclusiones puedan hacer cambiar estas actitudes.

–¿Confía en que Bukele o Milei podrían cambiar sus conductas para con la prensa?

–Hay un punto de encuentro, un parecido entre los dos. No ofrecen conferencias de prensa, por ejemplo. Respetamos esas decisiones, pero no las compartimos. Los dos saben que su popularidad puede verse afectada positivamente con la legitimidad que le pueden dar los medios. No hay que desistir de intentarlo. Si esa insistencia no funciona a nivel de salas de redacción, hay que hacerlo desde la cúpula empresarial de los medios.

–Cada vez son más los dirigentes que prefieren enviar audios a través de sus oficinas de prensa en vez de conversar.

–Hay que aprender a escucharse. Si esa manera es cómoda puede ser un primer paso, pero los ciudadanos merecen acceso a una información que les permita tomar decisiones, todos tienen derecho a que el gobierno les rinda cuenta. Los ciudadanos constituyen los recursos del erario público y tienen derecho a saber qué hacen con sus impuestos, con su dinero. El Salvador, por ejemplo, tiene una modalidad ‘de reserva’, de no acceso a determinadas inversiones del Estado y eso no es saludable.

–¿Qué planes tiene al frente de la SIP en una región donde la prensa es atacada en forma creciente por el poder político?

–La SIP tiene 80 años y yo seré su presidente número 80 y va a seguir intentando crear los espacios para poder hacer sociedades libres y desarrolladas a través de la libertad de prensa y de expresión. Visitaré Panamá el mes próximo, donde el presidente Laurentino Cortizo suscribirá el Acta de Chapultepec y la Declaración de Salta. Ese es el deber hacer nuestro. Me reuniré con Claudia Sheinbaum en México, donde Andrés López Obrador tampoco nunca recibió a las misiones de la SIP. En estas reuniones con referentes y legisladores, se trata mejorar condiciones. Por caso, se avanzó en la despenalización de la crítica periodística; ya quedan pocos países que sostienen la penalización. En El Salvador quedó en el ámbito civil gracias al lobby de la SIP.

 

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Es evidente que no hay democracia sin periodismo y que el periodismo necesita un ámbito de libertad para su ejercicio. Pero el periodismo es un negocio, aunque el negocio sea cambiar el mundo (y cambiar el mundo es el mejor negocio de todos).

En esta casa hemos escrito suficiente sobre el negocio del periodismo y sobre la necesidad de la independencia económica para que sea un negocio de verdad y no caiga en la extorsión al poder o en otros modos de conseguir dinero que no sean la provisión de certezas a las audiencias. 

En muchos medios de nuestra América están pasando cosas parecidas a un hecho reciente que relato : un anunciante importante, enojado con una columna de opinión, decide retirar toda la publicidad del periódico más importante de un país sudamericano. Está claro entonces que no necesitaba la publicidad para vender sus productos sino para que el periódico leo proteja. Eso se llama extorsión pasiva.

Si el periodismo no es independiente no es periodismo y por tanto es otro negocio. Y no son independientes los medios públicos, ni los que arreglan sus finanzas con el gobierno, ni los que intercambian pauta publicitaria por favores a cualquier poder.

Entonces resulta imperioso ganar dinero, porque si no, no hay periodismo.

¿Debe/puede tener privilegios el negocio del periodismo? ¿Puede/debe distinguirse de otros negocios? Si partimos de que tiene que ganar dinero, no creo que deba tener privilegios, aunque sea esencial para la democracia. ¿O alguien piensa que los medios deben estar subvencionados por el estado por ser esenciales para la democracia? 

Bueno, sí, son muchos los que lo piensan y lo reclaman.

En lugar de quejarse, la SIP debería celebrar su mala relación con los gobiernos, porque lo peor que le puede pasar al periodismo es que esa relación sea buena, por lo menos si se cumple el rol fundamental de controlar al poder. Si el poder se enoja con el periodismo es señal de que estamos haciéndolo bien y que por tanto ganaremos dinero genuino en lugar de caer en la extorsión o en la mendicidad, que es la mejor garantía de la decadencia de la industria y es a donde nos lleva el discurso de la SIP o de ADEPA. 

La política es un factor meteorológico; cuando llueve hay que salir con paraguas y no sirve de nada quejarse. El periodismo es una profesión y una industria de próceres a quienes no les interesa el dinero y por eso ganan dinero. Y no es un negocio de millonarios que lloran ayuda a los gobiernos y les piden privilegios para no perder dinero.

La libertad de prensa no es la protección de un negocio sino la posibilidad irrestricta de hacerlo. Si se respeta o no la verdad –que es la misma esencia del negocio– no le corresponde decidirlo al gobierno sino a las audiencias; y a los jueces en el caso de que alguien se sienta afectado por una publicación. Esta condición se da solo en un esquema constitucional que garantice tanto esa libertad como la plena independencia del poder judicial.

La fortaleza económica y la libertad de prensa son dos naipes que se sostienen uno al otro. No hay negocio sin libertad y solo si hay negocio hay libertad. Mientras haya audiencias ávidas de verdad habrá proveedores de esa verdad, pero sobre todo habrá próceres que la buscan afiebrados aún a costa de su fortuna, de su libertad y de su vida.

martes, 22 de octubre de 2024

El tour de Martin Baron

Martin Baron ha seguido su tour por la Argentina con sus consiguientes apariciones en los medios. Los temas han sido los mismos –y también la monserga por los embates del poder– en cada una de sus presentaciones que se publicaron en los medios del país. Aunque sea decadente y lamentoso, Baron representa lo mejor del periodismo norteamericano de las últimas décadas y pienso que vale la pena registrarlo en este blog. 

Ayer presentó su libro Frente al poder en salón de actos del Malba:


Al terminar, en el mismo escenario, Mariel Fitz Patrick lo entrevistó para Infobae.


Insisto en la misma idea de los últimos posts: el problema y el defecto más grande del periodismo de nuestros días es la brecha cada vez más acentuada con las audiencias. Baron ayer lo dijo así:
La aprobación del pueblo de los medios de comunicación ha bajado mucho. La sociedad ahora tiene la oportunidad, con Internet, de ir a cualquier sitio para encontrar mala información, falsedades, con las que refuerza sus puntos de vista. El peligro que tenemos es un descenso del apoyo a la prensa en la sociedad.

Nuestra cobertura será validada a largo plazo porque al final de cuentas muchas personas van a ver que están recibiendo mentiras que no pueden ser validadas. No deberíamos caer en el derrotismo, tenemos que mantener nuestro optimismo sobre el rol de la prensa en la sociedad y convencer al público de la fiabilidad de nuestras coberturas.

lunes, 21 de octubre de 2024

El Presidente también es libre

A raíz de la queja de Fernán Saguier, me preguntaba en el post anterior quién es la SIP o ADEPA para decir si alguien tiene que sentarse en la mesa de honor de la fiesta que suele clausurar los eventos. O quién es el diario La Nación para decir lo que tiene que hacer el Presidente de la Nación. Pienso hace rato, y está escrito en muchos posts de este blog, que el más grave problema del periodismo de nuestro tiempo es la brecha entre el periodismo y sus audiencias. Parte de ese problema es la escasa comprensión del público y, por supuesto, de la política de nuestro tiempo. Y en gran medida, la culpa la tiene el asociacionismo, esa enfermedad que nos aleja de la realidad para recocernos en el caldo endogámico de la industria, algo que pasa muy seguido en instituciones como la SIP o ADEPA.

 El sábado 12 de octubre La Nación publicó este artículo de Roberto Gargarella:

Que fue contestado ayer por Ricardo Ramírez-Calvo en Seúl. Le ahorro la lectura del de Gargarella porque está de algún modo contenido en el de Ramírez-Calvo. Lo subo como link porque se puede acceder libremente y porque creo que vale la pena que quede registrado en este blog. Usted sabrá distinguir y con qué opinión quedarse.

domingo, 20 de octubre de 2024

Proveedor de certezas


Subo el artículo de Fernán Saguier que publica La Nación de hoy. Es un relato/resumen de la Asamblea de la Sociedad Interamericana de la Prensa que terminó ayer en la ciudad de Córdoba (República Argentina). El título es una expresión muy acertada, lo dice todo y no me resisto a resaltar en negritas los párrafos que lo desarrollan. Las elucubraciones acerca de la libertad de prensa y la situación de esas libertades en nuestra América son la monserga de siempre, relacionada con la incapacidad de los medios tradicionales de entender a las audiencias y a la política. El último párrafo es fiel reflejo de ese complejo. ¿Qué tienen que hacer los políticos en la Asamblea de la SIP? ¿Podemos quejarnos porque no van? ¿No es mucho mejor que no estén? ¿Tienen que ir a agradecernos que hayamos hecho nuestro trabajo en favor de la democracia y las libertades públicas? ¿Hacemos ese trabajo para que nos lo agradezcan? ¿Será que el Presidente de la República tiene que hacer lo que dice el diario La Nación, ADEPA o la SIP?

Influencers e IA: el periodismo como proveedor de certezas 
por Fernán Saguier 

Todos hablan de ella, de su extraordinario atractivo, magia y de la infinidad de posibilidades que abre. No brilla con plumas ni escotes, pero resulta imposible resistirse a sus encantos. La vedette deslumbrante de la reunión de editores de las Américas que termina hoy aquí ha sido la inteligencia artificial (IA).

Su irrupción es vista como un punto de inflexión para el periodismo tal como lo conocimos hasta ahora. Estamos ante un cambio radical, brutal, que viene a trastocarlo todo, coinciden los expositores más autorizados que asistieron a la 80ª Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP).

El uso de la IA ya es moneda corriente en los medios de comunicación del planeta.

Aquí se han brindado ejemplos deslumbrantes ante rostros absortos por sus hechizos y fantasías. Uno de los casos más cautivantes, una verdadera demostración de astucia ante uno de los regímenes más sanguinarios que proliferan en las Américas, es el de los editores venezolanos de Operación Retuit, que informa en redes sociales mediante avatares, figuras “humanas” que son casi imposibles de distinguir de las personas de carne y hueso, mediante las cuales protegen la integridad física de los periodistas en un país donde la libertad de expresión no existe, con medios cerrados, bloqueados y una larga lista de colegas asesinados, torturados y detenidos por la dictadura de Nicolás Maduro. Así, mediante esos avatares Operación Retuit reportó 1000 detenidos y al menos 23 muertos durante las protestas de los últimos meses. Su éxito es una brisa de aire fresco, una luz de esperanza para el periodismo en esos territorios desamparados. Tuvieron 41 millones de interacciones en redes sociales y, lo más importante, con sus autores intelectuales a salvo.

Otro modelo expuesto fue el de Semafor, un sitio nativo digital norteamericano que con solo un año de vida utiliza la IA para identificar con precisión milimétrica desde dónde se conectan los usuarios. Así, les ofrece información y contenidos personalizados de acuerdo con el lugar de conexión. Fue creado por dos experiodistas de The New York Times y de Bloomberg bajo el lema “Inteligente, transparente y global”. Ofrece así lo que resulta cercano, familiar y próximo a sus intereses. Un menú a la medida de cada usuario.

En lo que a nosotros concierne, La Nación se vale a la IA desde hace tiempo ya. En el debate presidencial del año pasado entre Sergio Massa y Javier Milei esta herramienta logró capturar los gestos y las emociones de cada uno, identificando sus momentos de entusiasmo, alegría, tensión y enojo. También sirve para analizar la equidad de género en las fuentes de los artículos de modo de conocer cuán equilibrado es el origen de nuestros informantes. Pero la más grata y útil novedad la ofrecerá próximamente: la nacion permitirá que los lectores escuchen las columnas de sus principales periodistas con la voz de los propios autores. La inteligencia artificial lo hará posible clonando las voces de nuestras plumas más destacadas, ya sea la de Joaquín Morales Solá, Carlos Pagni, Jorge Fernández Díaz, José Del Rio, Jorge Liotti, Inés Capdevila o Martín Rodríguez Yebra, por citar solo algunas firmas.

Pero ojo. La IA es un arma de doble filo, que tanto puede seducir como también engañar a los más desprevenidos. También entrega respuestas sin sentido, descontextualizadas, y puede ser vehículo para adulterar fotos o videos que consumimos sin dudar. ¿Cómo olvidar aquella imagen fraguada del Papa con una campera blanca acolchada, parecida a una sotana, que recorrió el mundo hace un año, generada por la IA? ¿O aquella campaña de desinformación del propio Donald Trump al compartir imágenes de la IA que sugerían una ola de apoyo de fans de Taylor Swift, que adhiere a Kamala Harris, o la de Ryan Reynolds fotografiado con una camiseta de Harris, o el falso apoyo del Partido Comunista a la extinta campaña del presidente Joe Biden?

Las tecnologías digitales modificaron drásticamente la forma de producir, distribuir y consumir contenido periodístico. La oferta se expande con actores impensables años atrás, que convocan audiencias y compiten con los medios tradicionales procurando equipararlos en condiciones de igualdad y relevancia. Una nueva especie son los influencers, microcelebridades que muchas audiencias no distinguen de los periodistas y disputan tanto nuestra atención como la de las marcas comerciales.

¿Qué tienen los influencers que no tenemos los medios de comunicación y qué tenemos nosotros que no tienen ellos?, se preguntó el director de la carrera de Comunicación de la Universidad Católica Argentina (UCA) y periodista de La Nación Hernán Cappiello.
 
“Ellos tienen un ritmo de publicación constante, generan audiencia joven, tendencias, comunican en primera persona, algunos tienen credibilidad, crean relaciones a largo plazo, valoran las relaciones interpersonales, crean contenidos patrocinados no declarados, no tienen jefes sino managers o representantes comerciales. Son figuras que logran popularidad de nichos específicos que no solo producen materiales virales, sino que establecen relaciones de confianza y cercanía con sus seguidores”, dijo Cappiello.

Puso como ejemplo el del activista ultraconservador Tucker Carlson, que tiene 11,6 millones de seguidores en X y es un medio en sí mismo, más allá de la escasa credibilidad que esa figura tan controvertida merece. Habitantes de las redes sociales, los influencers logran popularidad en nichos específicos que no solo generan contenidos, sino que establecen relaciones de confianza y cercanía con sus seguidores, convirtiéndose así en actores influyentes en la creación de tendencia y narrativas. En cambio, en las redes los periodistas estamos obligados a no ir más allá de lo que informamos por nuestros medios, no damos a conocer nuestra vida personal y seguimos ciertas prácticas inflexibles de rigor y chequeo de la información, sin caer en el error de editorializar, lo que sucede con desgraciada frecuencia. Como dijo aquí el exdirector de The Washington Post Martin Baron, “la gran diferencia con los influencers es nuestra determinación de buscar la verdad”. Está claro que no somos, no queremos ser ni seremos lo mismo.

Entre la creciente competencia, un modelo de negocios bajo constantes desafíos y el atropello de líderes autoritarios que buscan desacreditar nuestra tarea, ¿está en riesgo el periodismo?, se preguntó un editor aquí. Rosental Calmon Alves, el respetado profesor brasileño del Centro Knight para el Periodismo en las Américas, radicado desde hace 30 años en Austin, Texas, se remitió con sabiduría a la prehistoria para brindar una mirada optimista. “A pesar de los cambios radicales, el periodismo siempre existió. Desde la época de las cavernas el hombre viene contando historias sobre las piedras”.

Ante el mar de incertezas que figuran las redes sociales, los medios tradicionales estamos llamados a ser hoy, más que nunca, proveedores de certeza. Acaso una anécdota sirva como ejemplo. Durante la última visita de Coldplay a nuestro país, en medio de la multitud del estadio de River, un importante empresario se encontró con este cronista y le preguntó atribulado: “¿Viste que Lula tuvo un ACV y está al borde de la muerte?”. Tras algún titubeo por el shock de la noticia, solo atinamos a responder: “¿Te metiste en O Globo o Folha de S. Paulo?” El interlocutor garabateó su celular y, tras un instante, nos miró atónito. Allí no había nada. “Si no está ahí es porque no ocurrió”, recibió como respuesta. Eso es la prensa seria. Punto.

La SIP es la más importante voz institucional en defensa de la libertad de expresión en las Américas y representa a unas 1300 publicaciones del continente desde Alaska hasta la Patagonia. Al cúmulo de medios clausurados, periodistas muertos y encarcelados, se suma hoy, como una epidemia, una peregrinación incesante de colegas que huyen de sus países hacia el exilio. Fabián Medina, jefe de Información de La Prensa, de Nicaragua, diario con casi un siglo de vida, escapó hacia Costa Rica en 2021, tras numerosas irrupciones en su domicilio y la sede del diario por parte de la policía del dictador Daniel Ortega. Ejemplo modélico de resistencia contra la brutalidad del régimen, La Prensa dejó de editarse en papel, su edificio fue confiscado y hoy reporta estrictamente en el terreno digital con suscripciones. Pero para Medina los problemas no terminaron. Si bien buena parte de su familia pudo salir del país, Medina se vio obligado a bajar notablemente su perfil y la periodicidad de sus columnas críticas para preservar la seguridad de los parientes que aún permanecen en Nicaragua. Las patrullas de Ortega están al acecho a cualquier hora del día. Casos como de Medina son la norma en vez de la excepción en Venezuela, Cuba, El Salvador y Guatemala.

En lo que va de este año varias naciones americanas eligieron o elegirán presidente, entre ellas dos de las más pobladas: Estados Unidos y México. Ya se pronunciaron El Salvador, Panamá, República Dominicana y Venezuela, esta última con un resultado fraudulento, en el que nadie cree. Pronto lo harán Uruguay y EE.UU. “Esa intensidad y masividad comicial –según la mirada de Carlos Jornet, director de La Voz del Interior– y el hecho de que las Américas no registren conflictos bélicos desde hace años pueden hacernos hablar de ‘fiesta democrática’. Pero cuando revisamos el escenario, vemos que es apenas una ilusión”. Sobran las razones para preocuparnos por el deterioro de la democracia en la región. Y, acota Jornet, este debilitamiento del sistema político tiene estrecho vínculo con la escalada de ataques a las libertades de expresión y de prensa.

Para terminar, el caso argentino. En lo que lleva de su mandato, periodistas y medios de comunicación sufrieron fuertes agresiones e insultos de parte del presidente Javier Milei. El episodio más grave se registró el último 28 de septiembre, cuando en un acto proselitista Milei dedicó algunos de los párrafos más enfáticos de su discurso a desacreditar a los periodistas. Terminó dirigiendo un coro de miles de militantes que repetía “hijos de puta”. Y acaso, más grave aún, cuando el Presidente se refiere en términos ofensivos contra los hombres de prensa, sus audiencias, a veces integradas por altos empresarios, lo festejan con risas y aplausos. ¿O acaso olvidaron esos empresarios el rol que jugó la prensa independiente en la defensa de la propiedad privada, las instituciones democráticas, las libertades públicas y la lucha contra la corrupción durante los 20 años del kirchnerismo? El presidente de IDEA, Santiago Mignone, al clausurar anteayer el Coloquio de Mar del Plata, hizo un acto de reparación cuando reivindicó el papel de las instituciones democráticas y, con un claro destinatario, llamó a interactuar “a través del diálogo respetuoso sin agravios ni descalificaciones”. Varios deberían tomar nota de ese mensaje.

Milei no asistió a la inauguración de la SIP, contradiciendo la larga tradición de los mandatarios que sirven de anfitriones del mitin de editores de la región (el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador, feroz detractor de la prensa independiente, tampoco estuvo presente en la reunión en México el año pasado). Perdió la oportunidad de incorporarse a una ilustre galería de altos mandatarios, como Dwight Einsenhower, Richard Nixon y John Fitzgerald Kennedy, quienes honraron a la prensa con su participación en la SIP, el último tres días antes de ser asesinado. El Presidente hizo llegar una carta de agradecimiento por la invitación cursada, que fue leída y recibida con un respetuoso aunque austero aplauso por los asistentes. Esa misiva incluyó las palabras más amables que le dedicó al periodismo últimamente, al “reconocer la valiosa labor que realiza la organización en la promoción y en la defensa de la libertad de prensa”. Una formalidad. Nunca es tarde para la sensatez y el buen juicio.

sábado, 19 de octubre de 2024

El público ya no es lo que era

Este es el párrafo de la entrevista a Martin Baron que prometí comentar. La entrevista está completa en el post inmediato anterior. En negrita la segunda parte, la que me interesa especialmente. Baron menciona la religión como una parte muy importante de las vidas de los norteamericanos, y comenta que no cubrimos mucho eso y los tratamos como si fueran animales de zoológico. 

La realidad es que hay muchas comunidades en este país que están pasando por dificultades, donde la gente trabaja en empleos que pagan salarios más bajos que los que ganaban en el pasado, donde no hay oportunidades para sus hijos y, como resultado, hay todo tipo de problemas sociales en sus pueblos, en sus ciudades, y no sienten que los políticos y otras elites, incluida la prensa, entiendan por lo que están pasando. Eso es lo primero. Tenemos que cubrirlos y tenemos que asegurarnos de que realmente entendemos por lo que están pasando y cómo son sus vidas, y en qué creen. Para muchos de ellos, por ejemplo, en Estados Unidos, la fe y la religión son una parte muy importante de sus vidas, y no cubrimos mucho eso, y hay muchos que son, ya sabes, creyentes profundos, particularmente evangélicos y católicos devotos, y sienten que la prensa los trata como animales de zoológico, así que es una curiosidad y algo extraño, y la gente lo detecta y se resiente. Es muy importante que no tratemos a nadie con desprecio, que tengamos respeto por quiénes son y cómo quieren que sean sus vidas y cuáles son sus creencias fundamentales.

La gente no lee periódicos primero que nada porque los hemos abandonado. Estamos muchísimo más preocupados por las necesidades del poder que por las de nuestras audiencias. Como diría Allen Neuharth, hemos tomado demasiadas copas con nuestras fuentes y acabamos convertidos en ellos. Ponga poder donde dice fuentes y entenderá mejor el complejo de Estocolmo. Demasiadas copas con el poder y demasiado pocas con nuestros lectores. Nos hemos olvidado de sus creencias, pero también de sus ilusiones, de sus esperanzas, de sus emociones. Pero eso no es nada: los dejamos solos con sus problemas, sobre todo cuando son más jóvenes y se enfrentan sin experiencia a las grandes decisiones de la vida.

Las redacciones –también las gerencias– se volvieron endogámicas, aburridas, autorreferentes... nada que no hayamos dicho en esta casa infinidad de veces, las últimas cuando comentaba el onanismo en una portada de La Vanguardia o el autohomenaje en la última asamblea de ADEPA.

Y lo mencionaba también en este post reciente en el que explicaba que las redacciones no suelen representar proporcionalmente a sus audiencias y por eso no las entendemos, como si quisiéramos hacer periodismo para cristianos con musulmanes. Digo en ese título que progresistas eran los de antes, pero la verdad es que estamos por descubrir, asombrados, que el público ya no es lo que era.

Es el problema y el defecto más grande del periodismo de nuestros días.

lunes, 14 de octubre de 2024

Martin Baron y el periodismo de siempre

La Nación de hoy publica esta entrevista a Martin Baron. Hay de todo y quizá no le ineterese su análisis político sobre una realidad que no conoce bien, pero como creo que vale la pena, la subo para que quede aquí mismo. Aviso, como siempre, que lo hago en el permiso presunto de La Nación. Baron confirma aquí lo de siempre: el periodismo no ha cambiado en su esencia. Agrego el texto abajo de las imágenes y aviso que hay una respuesta que pienso aprovechar en el próximo post.

Martin Baron. “Creo que hay muchas similitudes entre Trump y Milei”
El exdirector de The Washington Post habla de los logros y desafíos de la prensa global; esta semana llega al país
Rafael Mathus Ruiz, Corresponsal en EE.UU.

No hay otra carrera en el periodismo norteamericano como la de Martin Baron. Al frente del Miami Herald, timoneó la cobertura del recuento de votos que decidió la elección de 2000 y la crisis por Elián González. Luego se mudó al Boston Globe, donde lideró el equipo de investigación Spotlight, que destapó el escándalo de los abusos en la Iglesia. Ya en Washington, Baron fue testigo de una transición única en la historia: el traspaso de The Washington Post de la familia Graham a Jeff Bezos, y le tocó cubrir la de Donald Trump. Aunque admite que no es un experto en la Argentina, ve similitudes entre el expresidente norteamericano y Javier Milei.
 
Retirado desde su salida del Post a principios de 2021, Baron volcó sus años en Washington en su primer libro, Collision of power, Trump, Bezos and The Washington Post, un recuento de primera mano de los eventos que marcaron el presente del país y el mundo, y de una de las instituciones periodísticas más importantes del planeta. Esta semana presentará el libro en la Argentina.
 
–¿Qué lecciones aprendió de esos años cubriendo a Donald Trump?
 
–En primer lugar, debemos seguir haciendo nuestro trabajo sin importar las presiones. Trump consistente y agresivamente estaba tratando de atacarnos, socavarnos, y socavar la confianza en nuestro trabajo. Y creo que es importante que entendamos cuál es nuestra misión. Y parte de eso es cubrir a la persona más poderosa de la Tierra, el presidente de los Estados Unidos, y asegurarnos de que el público sepa lo que está haciendo y por qué lo está haciendo, y qué tipo de impacto tiene. Lo segundo es decir las cosas como son cuando simplemente no está diciendo la verdad. Cuando podamos documentar que él sabe que no es verdad, deberíamos llamarlo mentira y dejar en claro que él no está siendo sincero con el público. En tercer lugar, diría que necesitamos incluso más recursos de investigación, dado el poder del gobierno federal, dada la influencia del presidente y dado que gran parte de lo que está haciendo está tras bambalinas, detrás del telón, debajo de la superficie y, por lo tanto, es realmente importante que tengamos los recursos para hacer ese tipo de investigación. En cuarto lugar, salir al país y realmente entender la mentalidad de la gente, entender realmente sus preocupaciones, sus aspiraciones, sus expectativas, sus vidas, completamente al margen de la política, simplemente entender sus luchas y sus esperanzas y tratar de reflejar eso de manera completa y justa en nuestra cobertura todo el tiempo. Y finalmente, asegurarnos de que en nuestra cobertura nunca tratamos a nadie con desprecio, que nunca seamos condescendientes y que tengamos respeto por todos a quienes cubrimos.
 
–En su libro menciona fallas en la cobertura de las elecciones de 2016. ¿Los medios están haciendo un mejor trabajo ahora cubriendo a Trump?
 
–Bueno, la falla principal fue que no anticipamos a un candidato como Donald Trump. Creo que una vez que anunció su candidatura a la presidencia, al menos nosotros en The Washington Post hicimos nuestro trabajo en términos de cubrirlo, y cubrirlo de manera apropiada y agresiva, analizando toda su trayectoria profesional y personal, y dando al público una idea de qué tipo de presidente sería. Incluso publicamos un libro completo sobre eso llamado Trump revealed, hicimos una larga serie de artículos sobre todo eso. Y creo que si mira esas historias y ese libro, verá que fue una representación muy precisa del tipo de persona que es y del tipo de político que probablemente sería. Pero creo que nuestra falla realmente vino antes de que anunciara su candidatura a la presidencia en el verano de 2015, cuando no entendimos al público estadounidense lo suficientemente bien como para comprender que elegiría a una persona como Donald Trump. Y eso fue una falla de nuestra parte; es que simplemente no salimos al país lo suficiente para entender el nivel de quejas entre tantos sectores del país que estaban buscando a alguien que fuera tan combativo como él, alguien que desafiara a las elites, las llamadas elites, incluida la prensa, y esencialmente les diera una trompada en la nariz y fuera una suerte de pirómano, y rompiera y derribara cosas, y eso es lo que querían.
 
Baron acuñó una frase durante esos años que ahora está colgada en las paredes de The Washington Post: “No estamos en guerra, estamos trabajando”. Eran los años en los que Trump llamaba a la prensa “el enemigo del pueblo”, y la respuesta de Baron para esa ofensiva era, simplemente, más periodismo.
 
“Creo que tenemos que entender cuál es nuestro trabajo”, dice, al hablar de esa frase. “No somos taquígrafos, no somos defensores ni activistas. Examinar significa que vamos detrás de la cortina, y que deberíamos ir más allá de la superficie. Necesitamos entender qué políticas se están implementando, y por qué y a quién afectan, quién influyó en esas políticas, y con qué intención y cómo, y ese tipo de cosas debemos hacer; especialmente cuando se trata de la persona más poderosa del país, y también la persona más poderosa del mundo, que es el presidente de Estados Unidos. Y por eso veo que esa es la misión original asignada a los periodistas en este país por sus fundadores, y que conlleva una responsabilidad casi sagrada de cumplir esa misión para el público. Eso es lo que quiero decir con nuestro trabajo. Ese es nuestro trabajo, y siempre lo ha sido. Y es por eso que tenemos una prensa independiente y libre en este país. Esa es la idea detrás de esto”, señala.
 
Baron cree además que la prensa debe trabajar cada historia con una “transparencia radical”.
 
–Hay quienes le creen a Trump sin importar qué diga la prensa, ¿cómo se lidia con eso?
 
–Es un gran desafío. La respuesta es de una naturaleza a muy largo plazo. No hay una solución instantánea para nada de eso. Primero creo que tenemos que cubrir la totalidad del país. Tenemos que reflejar de manera completa y justa a todas las personas en nuestra cobertura para que la gente vea que realmente entendemos cómo son sus vidas, por lo que están pasando. La realidad es que hay muchas comunidades en este país que están pasando por dificultades, donde la gente trabaja en empleos que pagan salarios más bajos que los que ganaban en el pasado, donde no hay oportunidades para sus hijos y, como resultado, hay todo tipo de problemas sociales en sus pueblos, en sus ciudades, y no sienten que los políticos y otras elites, incluida la prensa, entiendan por lo que están pasando. Eso es lo primero. Tenemos que cubrirlos y tenemos que asegurarnos de que realmente entendemos por lo que están pasando y cómo son sus vidas, y en qué creen. Para muchos de ellos, por ejemplo, en Estados Unidos, la fe y la religión son una parte muy importante de sus vidas, y no cubrimos mucho eso, y hay muchos que son, ya sabes, creyentes profundos, particularmente evangélicos y católicos devotos, y sienten que la prensa los trata como animales de zoológico, así que es una curiosidad y algo extraño, y la gente lo detecta y se resiente. Es muy importante que no tratemos a nadie con desprecio, que tengamos respeto por quiénes son y cómo quieren que sean sus vidas y cuáles son sus creencias fundamentales. Ese es el punto número uno. El número dos es que creo que cuando hacemos nuestro trabajo, cuando hacemos nuestros informes, debemos mostrarle a la gente cómo lo hicimos. Necesitamos ser radicalmente transparentes. Por lo tanto, si nos referimos a un documento judicial, debemos proporcionar ese documento judicial. Podemos proporcionar la parte a la que nos referimos, pero debemos proporcionar el documento judicial completo para que podamos demostrar que no lo sacamos de contexto. Si nos referimos a un video, podemos tener un extracto de eso, un clip del video, pero deberíamos mostrar el video completo para que la gente pueda verlo, mirarlo por sí misma y ver que no lo sacamos de contexto. Lo mismo con un audio, audio completo, un clip del audio, pero un audio completo. Y luego lo mismo con los datos. Utilizando los datos, deberíamos mostrar a la gente de dónde proceden y llevarla a través de un enlace a de dondequiera que vengan, datos del gobierno o lo que sea, otros datos privados, lo que sea, de donde sea que vengan. Deberíamos permitir que la gente compruebe nuestro trabajo, y el mensaje al público debería ser: comprueben nuestro trabajo. Pueden ver lo que hicimos. No nos quedamos aquí sentados imaginando esto. No lo inventamos. Trabajamos mucho para esta historia, y pueden comprobarlo y hacerlo con mucha más frecuencia y de forma mucho más completa de lo que lo hacemos hoy.
 
–No deberíamos dar por sentada la confianza de la audiencia.
 
–Exactamente, absolutamente.
 
–¿Y deberíamos trabajar con transparencia radical todos los días?
 
–Cada historia, cada una de las historias, absolutamente.
 
–¿Qué recomendación les daría a editores y periodistas en América Latina que enfrentan líderes hostiles con la prensa, incluido Javier Milei en la Argentina?
 
–Bueno, soy reacio a dar consejos a los demás. No estoy allí, y creo que lo último que la gente de América Latina necesita es que alguien en Estados Unidos le dé consejos sobre cómo afrontar sus propios desafíos. No tengo ningún consejo más que el mismo consejo que tengo para los periodistas aquí en Estados Unidos, es decir, asegurarnos de que cubrimos todos los segmentos de nuestra sociedad de manera completa y justa, que se vean adecuadamente representados en nuestra cobertura, y que vean que entendemos cómo son sus vidas y por qué creen lo que sea que crean. Y en segundo lugar, que seamos lo más transparentes posible en la forma en que llevamos a cabo nuestro trabajo, y que lo hagamos de manera rutinaria, todos los días, en cada historia, lo que no tenemos que hacer ahora, porque esperamos que la gente confíe en nosotros. Siempre nos hemos dedicado a contar a la gente lo que está sucediendo y no a mostrarle nuestro trabajo, y tenemos que mostrarle nuestro trabajo.
 
–¿Ve similitudes entre Milei y Trump?
 
–No sería el primero en decir que hay similitudes, ¿verdad? Parece que es así. No soy un experto en Milei, pero parece que es muy directo, parece que condena a todos sus enemigos, trata a sus enemigos no solo como sus enemigos políticos, sino como enemigos de todo el país. Condena a la prensa. Hace todo lo posible para socavarla. Así que, sí, creo que hay muchas similitudes. Es un disruptor. Se enorgullece de ser un disruptor. Trump también lo hace. Desestima los supuestos consejos de los expertos. Trump también lo hace. Así que sí, creo que hay muchas similitudes. Quiero decir, personalmente, Trump ha llevado una vida muy diferente a la de Milei, por lo que yo sé, en términos de sus propias vidas personales; pero todavía estoy esperando que Trump se convierta al judaísmo ortodoxo o diga que lo hará. No lo ha declarado todavía.

–En su libro, usted se define como tradicionalista y defiende la objetividad en el periodismo. ¿Cómo se busca la objetividad?
 
–No creo que nos hagamos ningún favor si abandonamos todas las normas, principios, estándares y prácticas de nuestra profesión. No creo que estemos en una buena posición para cuestionar el abandono de las normas, estándares, prácticas y tradiciones de los políticos si nosotros mismos no nos atenemos a ningún estándar. Eso es lo primero. En segundo lugar, creo que debemos entender lo que realmente significa la objetividad. Creo que ha sido mal caracterizada como una falsa equivalencia, o las dos campanas. El objetivo no es disfrazar la verdad, sino llegar a ella. La pregunta es: ¿cómo se hace eso? ¿Cómo se descubre la verdad? La premisa de la objetividad, con la que estoy de acuerdo, es que hay que abordar las historias con una mente abierta, no con la suposición de que ya se saben las respuestas antes de empezar a informar, porque si ya se saben las respuestas, lo que se dice que se está informando no es realmente un informe genuino, sino un ejercicio de confirmación de sesgo. La idea es abordar el tema con una mente abierta, con la voluntad, la disposición, la disposición genuina de escuchar a todos los que son relevantes, de analizar todas las pruebas que hay y de hacerlo con cierta humildad, sabiendo que no se saben las respuestas, y luego hacer el trabajo. Rigurosamente, a fondo, de manera independiente, objetivamente, que es la palabra que se usa para llegar a la verdad. Creo que la gente ha caracterizado erróneamente la objetividad por varias razones, y a veces, ya sabes, creo que solo porque quieren ser militantes, eso es todo. Quieren ser periodistas militantes, y si quieren serlo, está bien. Pueden decir que lo son. Pero cada institución periodística tiene el derecho de establecer su propia marca, su identidad y su reputación, y tiene el derecho de emitir sus propios estándares.
 
–¿Qué les diría a quienes dicen que el periodismo centrado en la objetividad ya no funciona?
 
–No estoy de acuerdo. Veo mucho periodismo que ha tenido un impacto enorme, como mencioné en el libro. Mire, mientras la gente decía que el periodismo no estaba funcionando y que nadie escuchaba, el resultado fue que los republicanos perdieron la Cámara de Representantes en 2018, perdieron la presidencia en 2020 y luego perdieron el Senado en 2020 y todo se trató de Trump. La gente tomó una decisión basada en lo que sabían sobre la política de Trump y sus políticas y su personalidad, y así lo hicieron. ¿De dónde obtuvieron esa información? Bueno, de la prensa convencional, y de ahí es de donde la obtuvieron principalmente. Alguien podría decir: “Bueno, si Trump gana las elecciones, entonces la cobertura no ha tenido ningún impacto”. Pero la gente vota por un presidente o cualquier candidato por una variedad de razones. Pueden votar por Trump aunque no les guste su personalidad, no crean que sea sincero, no crean que sea disciplinado. Desearían otro candidato, pero no lo tienen, y no les gusta [Joe] Biden, y no les gusta la administración Biden, de la que [Kamala] Harris obviamente era parte, y tal vez estén molestos por la cantidad de inmigrantes que cruzan la frontera ilegalmente. Puede que estén molestos por el alto precio de la gasolina, de los alimentos, de la vivienda y de las altas tasas de interés para una hipoteca. Puede que estén profundamente frustrados porque tanto dinero se está destinando a Ucrania o porque, ya saben, la situación en Medio Oriente fue mal manejada. No digo que personalmente esté de acuerdo con nada de eso, pero así es como se siente la gente, y va a votar en función de eso, y no de si cree en Trump, si cree o no en lo que escribió la prensa. No estoy de acuerdo en que no tenga un impacto. Hay muchos en los que sí tiene un impacto y siempre lo ha tenido. Y para todos los periodistas que deciden ser esencialmente defensores publicando opiniones en Twitter, sigo esperando que alguien me muestre el tuit de un periodista que haya cambiado el mundo. No conozco ninguno, ni nadie me lo ha dicho, pero puedo señalar muchos trabajos periodísticos que han cambiado el mundo y han tenido un gran impacto.
 
–¿Una eventual victoria de Trump entonces no sería una victoria del trumpismo?
 
–No estoy seguro de que lo diría de esa manera. Quiero decir, obviamente es Trump, y el trumpismo es lo que vamos a tener si Trump es elegido. Así que sería una victoria para el trumpismo, pero no sería una señal de que a la gente le guste Trump. No sería una señal de que la gente necesariamente confíe en él. Tampoco sería una señal de que estén de acuerdo con todas las políticas de las que habla. Pero será una victoria para el trumpismo, porque él podrá, bueno, dependiendo de lo que suceda en el Congreso, de quién controle la Cámara y quién controle el Senado, podría tener la capacidad de implementar todas estas políticas relativamente radicales de las que ha estado hablando abiertamente.
 
–En su libro cita a Bezos al hablar del Post diciendo que “los principios triunfan sobre las métricas”. ¿Ve un conflicto entre los contenidos populares y el periodismo de buena calidad? Y si es así, ¿cómo se resuelve?
 
–Bueno, creo que siempre hay un problema si todo lo que estás haciendo es complacer a tu audiencia, complacer al público, buscar clics fáciles, clics rápidos, donde no es sustancial, donde es información que puede no estar verificada o está distorsionada, no es contextual. Ya sabes, es engañoso de alguna manera. Pero no todo el periodismo de calidad tiene que ser largo. Hay una tendencia entre los periodistas tradicionales a pensar que la única calidad que tiene un periodismo de calidad es el periodismo largo, y ese no es el caso. Creo que es posible, es difícil, pero estamos viviendo en una época en la que la mayoría de los jóvenes tienen poca capacidad de atención y tenemos que lidiar con eso. Y entonces la pregunta es: ¿cómo podemos llegar a ellos con cosas que sean más cortas y que sirvan esencialmente como un aperitivo que pueda animarlos a querer consumir el plato principal completo? Por eso creo que necesitamos nuevas líneas. Y el hecho de que estés haciendo algo que sea más corto no significa necesariamente que no sea de calidad. Necesitamos pensar cómo hacer cosas cortas de alta calidad.
 
–¿Y qué tendencias o ideas originales, como la que acaba de mencionar, está viendo en los medios estadounidenses?
 
–Bueno, tenemos, quiero decir, si mira la cobertura del huracán en Florida, lo que hemos llamado blog en vivo. Muchos de ellos existen desde hace algunos años. Todas son actualizaciones muy breves sobre lo que está sucediendo. Y si uno desea leer más, hace clic en leer más si lo hay, y simplemente le brinda la actualización actualizada sobre lo que está sucediendo. Y eso ha sido muy exitoso. Podemos pensar: ¿qué pasaría si pudiéramos hacer eso solo con video en lugar de texto? No hay nada, nada inherentemente de menor calidad en el video en comparación con el texto, por lo que podríamos hacerlo estrictamente con video, siempre y cuando tuviéramos el video. Ese es un ejemplo. Ciertamente, hay organizaciones de noticias que ya están experimentando mucho con TikTok y cómo pueden presentar noticias en TikTok. Hay muchas organizaciones de noticias que ya están muy metidas en Instagram y también presentan noticias y periodismo de servicios en Instagram. No creo que lo hayamos convertido en una gran prioridad, como tal vez estamos comprometidos, y es simplemente difícil para las organizaciones periodísticas tradicionales dar un giro y aceptar que tal vez necesitamos presentar nuestro periodismo de una manera completamente diferente, y muchos lectores a quienes les gustan las cosas como son, y así sería, podrían sentirse ofendidos y podrían rechazar lo que hacemos. Es un desafío, pero creo que es posible, y creo que hay ejemplos por ahí, de lo que la gente está haciendo en Instagram, lo que está haciendo en TikTok, lo que está haciendo con los blogs en vivo.
 
–¿Los medios deberían hacer más periodismo visual?
 
–Creo que sí. No es como yo consumo las noticias, pero tengo casi 70 años, así que tenemos que agradecerles eso a las personas que son más jóvenes, porque son nuestro futuro. Creo que vivimos en una sociedad mucho más visual. Todo lo que necesitas hacer es ver a una persona joven usando TikTok para entender que la forma en que consume información es completamente diferente de cómo mi generación consumía información. Y puedo mirar eso con total desdén, o debería mirar eso y decir: “qué debemos hacer para atraer a esa persona y sin sacrificar todo y la verdadera calidad?”. La gente se orienta mucho a lo visual y también le gusta la autenticidad de escucharlo de alguien que no es como nosotros y que no representa una institución importante, que se parece más a ellos, ya sabes, los llamados influencers. Tenemos que pensar en quién puede hacer eso, quién puede hacerlo bien, quién está dispuesto a hacerlo, y no tratarlos como si fueran periodistas de menor calidad.
 
–Su paso por The Washington Post fue exitoso, subieron las suscripciones, sumaron lectores, pero ahora el diario ha tenido dificultades, hubo despidos, cambios en la dirección. ¿Cómo ve su presente y su futuro?
 
–Siguen haciendo un trabajo realmente excelente. Y continuaron embarcándose en investigaciones muy serias y difíciles. Tuvieron dificultades, creo, por una variedad de razones. No se prepararon adecuadamente para la era posterior a Trump. The New York Times se diversificó en cosas que no tenían nada que ver con noticias, juegos, cocina o recomendaciones de productos, servicios, cosas así. Así que muchos de los suscriptores de The New York Times son suscriptores de esos otros productos. Y el Post no hizo eso al mismo tiempo, se expandió agresivamente en términos de contratación, incluso cuando el mercado de publicidad digital se estaba debilitando. Y creo que se expandieron demasiado, se sobrepasaron. Crecieron demasiado rápido e incurrieron en muchos costos, y tuvieron que reducir su tamaño. Tienen un desafío en términos de definirse a sí mismos, particularmente en oposición al Times.
 
¿Cómo se definen a sí mismos? Creo que Bezos está comprometido con eso y sigue comprometido con eso, y estoy seguro de que encontrarán una manera de superar sus dificultades actuales. No es extraño que las principales instituciones periodísticas pasen por momentos difíciles. Cuando llegué al Post, eran tiempos muy difíciles. Mucha gente descartaba a The Washington Post, diciendo que se estaba volviendo irrelevante. Solo teníamos 580 personas en la sala de redacción; eso es un buen número de empleados en muchos lugares, pero ahora son algo así como 950 y eran más de 1000, así que tuvieron que despedir unas 100 personas, pero la sala de redacción es mucho más grande hoy que cuando Bezos nos compró. Creo que pueden encontrar su camino, pero continúan haciendo un buen trabajo, continúan teniendo impacto y tienen un personal excelente.
 
–¿Todavía confía en la gestión de Bezos?
 
–Sí. Ha sido un buen propietario. Me di cuenta de que hay muchas quejas dirigidas hacia él debido a estos recortes, pero tenga en cuenta que estaban perdiendo mucho dinero y, si bien tuvo recortes, no fueron recortes lo suficientemente grandes como para cerrarlos y eliminar todas las pérdidas, por lo que él ha absorbido las pérdidas personalmente. Ojalá estuviera más involucrado en lo que está sucediendo allí. Ojalá pasara más tiempo allí. Ojalá pasara más tiempo hablando con la gente del personal, me gustaría que lo hiciera con gente de toda la organización, simplemente no pasa mucho tiempo allí. Y creo que eso es un error. Si yo estuviera hablando con él, que no es mi caso, lo instaría a que pasara más tiempo allí y hablara con la gente. Sería una inversión de tiempo muy, muy productiva.
 
–Fue jefe en el Miami Herald, el Boston Globe y el Post, siempre prestó mucha atención a la investigación. ¿Hay algo que haría diferente?
 
–En cuanto al periodismo de investigación, no, realmente no hay nada que haría diferente. Ampliamos significativamente nuestros recursos para el periodismo de investigación en el Post y también en el Boston
Globe
antes de que yo estuviera allí, y estoy muy contento con los resultados que obtuvimos. Hicimos un gran trabajo. Ganamos premios Pulitzer por eso. Fue reconocido. Y hubo mucho trabajo excelente que no ganó premios Pulitzer y, en mi opinión, debería haberlo hecho. Lo único que menciono al final del libro es que después del asesinato de George Floyd, en 2020, me quedó claro que la gente, los periodistas de color en el personal sentían que no tenían una representación adecuada en las filas de liderazgo del Post. Y creo que tenían razón. Y si tuviera que hacerlo todo de nuevo, dedicaría más tiempo a intentar asegurarme de que tuviéramos una representación adecuada en esas filas del Post.
 
Baron se muestra optimista sobre el futuro del periodismo. “No conozco a nadie que haya tenido éxito esperando fracasar”, dice. Ve señales alentadoras en nuevos medios, como Axios o Punchbowl, y organizaciones sin fines de lucro, como ProPublica o Chalkbeat. El Times y el Post pasaron tiempos difíciles, pero lograron revertirlos. Siempre habrá un elemento disruptivo, como ahora ocurre con la inteligencia artificial.
 
“En nuestro negocio, la inestabilidad es una condición permanente. No es una condición temporal. Y tenemos que sentirnos cómodos con la incomodidad”, define.
 
“Es difícil, incómodo, frustrante y exasperante, pero para otras personas es un desafío estimulante, emocionante, presenta oportunidades. Y ese es el negocio en el que estamos, y deberíamos afrontarlo y no empezar a sentir nostalgia por el pasado y a lamentar la desaparición de los buenos viejos tiempos. Tenemos que aceptar las cosas como son y decir: ‘¿cómo hacemos un trabajo de alta calidad en una época en la que los hábitos de consumo de los medios están cambiando y en la que la tecnología siempre avanza, nos guste o no?’. Hay algunas cosas que deberían cambiar, y algunas cosas que creo que no deberían cambiar. Y las cosas que no deberían cambiar son nuestros valores fundamentales, y las cosas que deberían cambiar son cómo narramos historias y cómo las difundimos”, cierra.