miércoles, 30 de octubre de 2024

Nadie nos cree porque hablamos con nosotros mismos

Bastante revuelo causó la decisión de Jeff Bezos de que el Washington Post no apoye a la candidata demócrata Kamala Harris. Es que históricamente el WaPo lo hacía con el Partido Demócrata, sea quien sea su candidato. La decisión provocó la reacción airada de Martin Baron, que trató a su antiguo diario de cobarde, y de unos 250.000 suscriptores que, según parece, dejaron de pagar y de leer el periódico. También renunciaron tres miembros de su Consejo Editorial.

 Anteayer Jeff Bezos, el dueño del Washington Post, publicó esta nota en su periódico:


The hard truth: Americans don’t trust the news media

Jeff Bezos is the owner of The Washington Post.

In the annual public surveys about trust and reputation, journalists and the media have regularly fallen near the very bottom, often just above Congress. But in this year’s Gallup poll, we have managed to fall below Congress. Our profession is now the least trusted of all. Something we are doing is clearly not working.

Let me give an analogy. Voting machines must meet two requirements. They must count the vote accurately, and people must believe they count the vote accurately. The second requirement is distinct from and just as important as the first.

Likewise with newspapers. We must be accurate, and we must be believed to be accurate. It’s a bitter pill to swallow, but we are failing on the second requirement. Most people believe the media is biased. Anyone who doesn’t see this is paying scant attention to reality, and those who fight reality lose. Reality is an undefeated champion. It would be easy to blame others for our long and continuing fall in credibility (and, therefore, decline in impact), but a victim mentality will not help. Complaining is not a strategy. We must work harder to control what we can control to increase our credibility.

Presidential endorsements do nothing to tip the scales of an election. No undecided voters in Pennsylvania are going to say, “I’m going with Newspaper A’s endorsement.” None. What presidential endorsements actually do is create a perception of bias. A perception of non-independence. Ending them is a principled decision, and it’s the right one. Eugene Meyer, publisher of The Washington Post from 1933 to 1946, thought the same, and he was right. By itself, declining to endorse presidential candidates is not enough to move us very far up the trust scale, but it’s a meaningful step in the right direction. I wish we had made the change earlier than we did, in a moment further from the election and the emotions around it. That was inadequate planning, and not some intentional strategy.

I would also like to be clear that no quid pro quo of any kind is at work here. Neither campaign nor candidate was consulted or informed at any level or in any way about this decision. It was made entirely internally. Dave Limp, the chief executive of one of my companies, Blue Origin, met with former president Donald Trump on the day of our announcement. I sighed when I found out, because I knew it would provide ammunition to those who would like to frame this as anything other than a principled decision. But the fact is, I didn’t know about the meeting beforehand. Even Limp didn’t know about it in advance; the meeting was scheduled quickly that morning. There is no connection between it and our decision on presidential endorsements, and any suggestion otherwise is false.

When it comes to the appearance of conflict, I am not an ideal owner of The Post. Every day, somewhere, some Amazon executive or Blue Origin executive or someone from the other philanthropies and companies I own or invest in is meeting with government officials. I once wrote that The Post is a “complexifier” for me. It is, but it turns out I’m also a complexifier for The Post.

You can see my wealth and business interests as a bulwark against intimidation, or you can see them as a web of conflicting interests. Only my own principles can tip the balance from one to the other. I assure you that my views here are, in fact, principled, and I believe my track record as owner of The Post since 2013 backs this up. You are of course free to make your own determination, but I challenge you to find one instance in those 11 years where I have prevailed upon anyone at The Post in favor of my own interests. It hasn’t happened.

Lack of credibility isn’t unique to The Post. Our brethren newspapers have the same issue. And it’s a problem not only for media, but also for the nation. Many people are turning to off-the-cuff podcasts, inaccurate social media posts and other unverified news sources, which can quickly spread misinformation and deepen divisions. The Washington Post and The New York Times win prizes, but increasingly we talk only to a certain elite. More and more, we talk to ourselves. (It wasn’t always this way —in the 1990s we achieved 80 percent household penetration in the D.C. metro area.)

While I do not and will not push my personal interest, I will also not allow this paper to stay on autopilot and fade into irrelevance —overtaken by unresearched podcasts and social media barbs— not without a fight. It’s too important. The stakes are too high. Now more than ever the world needs a credible, trusted, independent voice, and where better for that voice to originate than the capital city of the most important country in the world? To win this fight, we will have to exercise new muscles. Some changes will be a return to the past, and some will be new inventions. Criticism will be part and parcel of anything new, of course. This is the way of the world. None of this will be easy, but it will be worth it. I am so grateful to be part of this endeavor. Many of the finest journalists you’ll find anywhere work at The Washington Post, and they work painstakingly every day to get to the truth. They deserve to be believed.

 

 Traducido por Jaime Arrambide aparece en La Nación (Buenos Aires) de hoy:


La cruda verdad: los norteamericanos no creen en los medios de prensa

En las encuestas públicas anuales sobre confianza y reputación que se hacen en Estados Unidos, los periodistas y los medios por lo general quedan cerca del fondo de la lista, apenas por encima del Congreso. Pero en la encuesta de Gallup de este año, los medios hemos logrado quedar incluso por debajo del Congreso: ahora, nuestra profesión es la menos confiable de todas. Algo de lo que hacemos claramente no está funcionando.

Me permito hacer una analogía. Las máquinas que se usan para votar deben cumplir dos requisitos: deben contar los votos con exactitud y la gente debe creer que los cuentan con exactitud. Y el segundo requisito es totalmente diferente y tan importante como el primero.

Lo mismo pasa con los diarios. Tenemos que ser precisos y la gente debe creer que lo somos. Y por difícil que sea de digerir, en ese segundo requisito estamos fallando. La mayoría de la gente cree que los medios son sesgados. El que no lo vea le está prestando poca atención a la realidad, y los que niegan la realidad pierden. La realidad siempre sale invicta. Sería muy fácil culpar a otros de nuestra larga y sostenida pérdida de credibilidad –y por lo tanto, del impacto de nuestro trabajo–, pero victimizarnos no nos va a ayudar. Y quejarse tampoco es una estrategia. Tenemos que trabajar más y mejor para controlar lo que podemos controlar para aumentar nuestra credibilidad con la gente.

El respaldo de un medio de prensa a un candidato presidencial no mueve el amperímetro de una elección. Ningún votante indeciso de Pensilvania va a decir: “Voy a votar por el candidato que respalda tal o cual diario”. Ninguno.

Lo único que logra el respaldo de un medio a un candidato es transmitir la sensación de que se trata de un medio sesgado. Una percepción de falta de independencia. Terminar con esos respaldos es una decisión de principios, y es la correcta. Eugene Meyer, editor del Washington Post desde 1933 hasta 1946, pensaba lo mismo y tenía razón. Por sí sola, la decisión de no respaldar a ningún candidato no es suficiente para hacer que el periodismo escale en la confianza de la gente, pero es un paso importante en la dirección correcta. Y ojalá hubiéramos introducido este cambio mucho antes, en un momento más alejado de las elecciones y de las pasiones que desatan. Fue un error de planificación y no una estrategia deliberada.

También quiero dejar en claro que acá no hay en juego ningún tipo de quid pro quo. Ninguno de los dos candidatos ni sus equipos de campaña fueron consultados ni informados en ningún momento ni de ninguna manera sobre esta decisión, que se tomó completamente de manera interna. Dave Limp, el director ejecutivo de una de mis empresas, Blue Origin, se reunió con el expresidente Donald Trump el día de nuestro anuncio. Cuando me enteré, sentí desazón, porque sabía que esa visita sería usada como un arma por quienes quisieran presentar nuestra decisión como algo más que una decisión basada en principios. Pero el hecho es que no me había enterado de la reunión de antemano.

En lo que respecta a los aparentes conflictos de intereses, no soy el dueño ideal para el Washington Post en este momento. Todos los días, en algún lugar, algún ejecutivo de Amazon, de Blue Origin, o de las otras organizaciones filantrópicas y empresas que poseo o en las que invierto se reúne con funcionarios del gobierno.

La gente puede entender mi riqueza y mis intereses comerciales como un blindaje contra la intimidación, o puede verlos como una red de intereses en pugna. Solo mis propios principios pueden inclinar la balanza de uno a otro lado. Les aseguro que mis opiniones aquí son, de hecho, basadas en principios, y creo que mi historial como propietario del Post desde 2013 lo respalda. Los desafío a encontrar un solo caso en donde me haya impuesto sobre alguien del Post para favorecer mis intereses. Nunca ocurrió.

La falta de credibilidad no es exclusiva del Post. Nuestros periódicos colegas enfrentan el mismo problema. Y es un problema no solo para los medios, sino también para el país. Mucha gente ahora recurre a podcasts improvisados, publicaciones inexactas en las redes sociales y otras fuentes de noticias no verificadas, que pueden difundir rápidamente la desinformación y profundizar las divisiones. The Washington Post y The New York Times ganan premios, pero cada vez más parece que le hablamos exclusivamente a cierta elite de lectores. Cada vez más, hablamos con nosotros mismos.

Si bien no impongo ni impulsaré mi interés personal, tampoco permitiré que este diario quede en piloto automático y se desvanezca en la irrelevancia, superado por podcasts no verificados y ataques en las redes sociales, no sin presentar batalla. Es demasiado importante. Es mucho lo que hay en juego. Ahora más que nunca, el mundo necesita una voz creíble, confiable e independiente, y ¿dónde mejor que la capital del país más importante del mundo para que surja esa voz? Para ganar esa lucha, tendremos que ejercitar otros músculos. Algunos cambios serán un regreso al pasado, y otros serán flamantes innovaciones. Y por supuesto que la crítica será parte integral de cualquier novedad. Así es el mundo. Nada de esto va a ser fácil, pero valdrá la pena. Estoy muy agradecido de ser parte de este esfuerzo. Muchos de los mejores periodistas que existen trabajan en The Washington Post y trabajan arduamente, todos los días, para llegar a la verdad. Ellos merecen que se les crea.

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