La elección que terminó el martes pasado en los Estados Unidos ha dejado varias consecuencias que me parece interesante revisar desde el periodismo.
1. En plena campaña el dueño del Washington Post decide que ese periódico no va a apoyar a ningún candidato porque entiende que los periodistas están hablando de ellos mismos y no de lo que a la gente le interesa. La decisión sorprende porque el WaPo siempre apoyó a los candidatos demócratas y provoca críticas y protestas de periodistas como Martin Baron, antiguo Director del periódico, que calificó de cobardía la actitud de Jeff Bezos. Visto después de la elección, Marshall McLuhan diría que Bezos es el Michael Faraday de nuestra era, porque vio lo que los periodistas no ven, y lo vio por no estar encasillado en las categorías endogámicas y escoradas hacia el falso progresismo de la profesión y de la industria.
2. Muchos –diría que casi todos– los periodistas y sus medios apoyaron a Kamala Harris, pero atacando a Donald Trump, de quien dijeron que es fascista, populista, nazi, antidemocrático, monstruo, criminal... Les subo estas portadas, anteriores a la elección, como botones de muestra:
Era bastante evidente que la inmensa mayoría del ecosistema periodístico estaba en contra de Donald Trump, pero también se ve que tenían la esperanza de que se podía evitar lo que resultó inevitable. Lo loco es que fueran progresistas y pensaran que podían cambiar la elección con lo que aparecía en sus medios anticuados. Y también es loco que pongan el grito en el cielo cuando Trump los insulta.
Su Majestad The New York Times dio la noticia del triunfo de Trump recordando en la bajada del título principal que el nuevo presidente es un forajido y un criminal.
3. La elección ni siquiera fue ajustada. Cuando esto escribo, Donald Trump aventaja por 295 a 226 electores a Kamala Harris; el Partido Republicano se quedó con la mayoría del Senado y está a punto de hacerlo también con la Cámara de Representantes. El mapa de todo el país –condado por condado– se tiñó del color republicano.
4. Fuera de todo análisis político, no cabe duda de que Jeff Bezos tenía razón. Los periodistas están muy lejos de la realidad, con una agenda endogámica que no es la de la mayoría de la gente. Escriben y dicen lo que a ellos les gusta o les gustaría que ocurriera y no lo que pasa de verdad. Es la tiranía de la noticia deseada de las elites pseudoprogresistas, que tenían de rehenes a las verdaderas mayorías, esas que no salen a la calle a manifestarse, pero gracias a las redes sociales pueden alzar su voz de otro modo. Son muchísimos más –con una diferencia de 10.000 o 100.000 a 1– que los que van a las plazas con pancartas ajadas y tambores desfondados, para aparecer en las fotos de los periódicos o detrás de los micrófonos de los movileros, y para colmo son siempre los mismos.
5. Es el gran problema del periodismo de nuestro tiempo, que en esta casa hemos denunciado hasta el cansancio. Está encerrado en su propia burbuja, dándonos consejos como si fuéramos tan imbéciles que les creemos. Mientras la agenda del periodismo y los medios no sea la de la gente, las audiencias no responderán. Y lamento comunicarles que no tienen resto para cambiar porque los medios del futuro ya son de otros.
Bonus track, ahora sí, con análisis político
Fue la política la que contagió de endogamia autorreferencial al periodismo y lo alejó de las preocupaciones reales de la gente. Y a su vez, fue el periodismo el que contagió a la política con su falso progresismo, su equilibrio mentiroso, su centralidad trucha... Esa moderación bienpensante se repitió en los gobiernos de nuestros países cada vez que ganaron las elecciones las alianzas dizque de centro debido a los fracasos del socialismo del siglo XXI. Pero el centro moderado y gradualista (duranbarbista) no sirvió para ahuyentar al socialismo. Al revés: sirvió para que volviera recargado, menos moderado, más cínico y autoritario, y capaz de cualquier cosa para mantenerse en el poder, hasta de asociarse con el crimen organizado.
La novedad de Donald Trump, Javier Milei, Nayib Bukele, Viktor Orbán o Giorgia Meloni –cada uno con su realidad y su estilo– es que a las izquierdas ya no se las enfrenta desde ese centro acomplejado sino desde la derecha sin complejos, que los que la van de moderados se empeñan en prefijar con ultra y extrema, cuando no adjetivar como fascista sin ninguna vergüenza.
¿Se entiende ahora por qué los líderes de la nueva derecha hablan pestes de los periodistas y de los medios?