Ayer falleció Jorge Lanata en Buenos Aires. Baste decir ahora que tenía 64 años, que su salud era frágil hace mucho tiempo y que los meses de internación resultaron tan dañinos como los males que padecía. Y digo que basta con eso porque, aunque es toda una historia, no es la que quiero contar.
Lo que quiero contar es que el periodismo argentino salvó a la democracia argentina, y en esta tarea de próceres, Jorge Lanata tuvo, lejos, el papel más destacado entre los periodistas que lo fueron de verdad y que fueron pocos, bastante menos de los necesarios, cosa que dio a Lanata el protagonismo que tuvo, quizá sin quererlo.
A los 50 Lanata decía que ya era hora de dejar de lado los miramientos y empezó a decir por radio y televisión lo que pensaba, sin filtro. Tan sin filtro que fue el periodista que impuso el lenguaje que hoy ocupa casi todo el periodismo argentino, el que hablamos todos, aunque sea un poco zafado.
Después de la pelea del Grupo Clarín con los Kirchner, allá por marzo de 2008, Lanata tuvo el espacio y el capital que necesitaba para investigar la corrupción en el poder. Lo aprovechó al máximo en una emisora de radio y un canal de televisión del grupo. Pero tampoco importa ahora ese u otro programa de televisión o de radio, los diarios o las revistas que fundó, o los libros que publicó. Ni importa –no me importó nunca– cuál era el pensamiento político de Lanata y si coincidía o no coincidía con el mío.
Como todo ser humano, Jorge Lanata fue cambiando durante sus 64 años. Digan lo que digan de él, en la etapa de su vida que se quiera recortar, Lanata fue siempre fiel a lo que le dictaba su conciencia, formada de contrastar la realidad con su pensamiento, aunque eso le costara cambiar su pensamiento cuando estaba equivocado. No conozco tanto de su vida como para decir que hay algo que nunca hizo, pero igual me atrevo a decir que desde que cumplió 50 años, nunca adaptó la realidad a sus caprichos. Y su modo de acercarse a la realidad era como el de los artistas: pasional, fuerte, vital, enérgico. Por eso los artistas dicen verdades que nadie más puede decir y ven siempre más allá que el resto de los mortales.
Cuando digo que el periodismo salvó la democracia argentina digo también que no la salvaron los empresarios, ni los militares, ni los sindicatos, ni los jueces, ni las universidades, ni otras instituciones que podríamos suponer que deberían intentarlo. Mucho menos los políticos. Los medios, en general, no hicieron mucho esfuerzo, pero soy injusto si no cito el compromiso de dos empresas periodísticas: La Nación y Clarín. Y para seguir siendo justo debo decir que, mientras le convino, Clarín fue socio de quienes atentaron contra nuestra democracia intentando instalar el socialismo populista en la Argentina.
La democracia argentina, pero también la de cualquier lugar del mundo, necesita periodistas apasionados por la verdad, como Lanata. Donde flaquean las instituciones, como ocurre a menudo en nuestra América, ellos son la mejor garantía para la democracia.
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