En marzo de 1999, las familias Aversa y Guarracino vendieron Freddo a The Exxel Group por US$ 82,5 millones. El grupo de inversores liderado por el empresario Juan Navarro tomó fuerza también en la década del ‘90, y llegó a manejar 75 compañías. Al año siguiente, el Exxel Group comenzó a perder fuerza.Poco tiempo después, comenzó a desprenderse de algunas empresas. La primera fue Freddo, en 2001, que pasó a manos del Banco Galicia. En ese momento, el banco era el principal acreedor de Freddo, que acumulaba una deuda de US$30 millones. El plan de Galicia era comprar la cadena, levantarla y después venderla.Tres años después, apareció el comprador: Pegasus, el fondo creado por el exvicejefe de Gabinete, Mario Quintana, que la impulsó a nivel internacional.
Hoy está en manos de diversos grupos de inversores -entre ellos Pegasus- pero vive una realidad distinta: la heladería decidió cerrar su fábrica en Balvanera y tercerizar su producción. Además se desprenderá de los 20 locales propios para convertirlos en franquicias. Así, el total de las 120 bocas de la marca quedará en manos de terceros.
El día que los primos vendieron, Freddo dejó de ser la mejor heladería de Buenos Aires y pasó a ser una marca. Los grupos que buscan rentabilidad y Exxel Group empezó a escatimar los ingredientes para ganar más. Los helados de Freddo ya no eran los mismos y la atención en las heladerías tampoco. Ni los cucuruchos ni las cucharitas se salvaron. Y para colmo aparecieron otras heladerías que aprovecharon la ocasión para quedarse con los exigente clientes porteños, los mejores tomadores de helados del mundo (en la Argentina los helados no se beben ni se comen, se toman).
La historia de Freddo se repite en la misma y en otras industrias y hoy parece que está pasando con El País de Madrid, en manos de un grupo que buscará la rentabilidad a costa de lo que sea. Esto es lo que se me ocurre cuando veo en las noticias de estos días que Joseph Oughourlian se ha hecho cargo de la presidencia de El País (ya lo era de Prisa), después de la renuncia de Antonio Caño en febrero pasado.
Subo la nota publicada ayer en El País con la firma de su nuevo presidente. Ahora hay que esperar a ver si es verdad que apuesta realmente por la libertad y la independencia en cambio de ordeñar al gobierno del PSOE; o quizá se está anticipándose a la caída de Pedro Sánchez; o va a ponerle agua al helado...
Mi compromiso con EL PAÍS: libertad editorial e independencia
Supone para mí un auténtico orgullo asumir la presidencia de EL PAÍS. Y no solo por lo que significa representar al líder de la prensa en el mundo de habla hispana, sino por los valores que lo adornan. Mi trayectoria tanto personal como profesional siempre ha estado muy vinculada a España y a Latinoamérica, por lo que cuando decidí invertir en Prisa casi nada me era desconocido dentro del Grupo, y mucho menos EL PAÍS.
La admiración que sentía entonces por su historia no ha hecho más que acrecentarse cuando he visto cómo se trabaja dentro del periódico. Desde la directora a todos los redactores y redactoras, pasando por el equipo de gestión, todo funciona como una maquinaria de precisión en EL PAÍS. Esa es la clave de su éxito ininterrumpido desde que el 4 de mayo de 1976, hace ya casi 50 años, su primer número viera la luz. Fue una aventura arriesgada, emprendida por un grupo de inversores y profesionales capitaneados por el inolvidable Jesús de Polanco, con quien todos estamos en deuda, yo el primero, por la magnífica obra que ha dejado en nuestras manos. Una obra que ahora ha de afrontar nuevos retos, como el de profundizar en el proceso de digitalización o la expansión por Latinoamérica. Cómo afrontemos y resolvamos ambos asuntos marcará el futuro de EL PAÍS. La cifra de 400.000 suscriptores que acabamos de rebasar es muy relevante, pero debemos seguir incrementándola, y para ello nuestro desempeño en los países latinoamericanos es crucial.
Desde mi nueva responsabilidad me comprometo a cimentar que EL PAÍS siga manteniendo esa trayectoria y, por supuesto, a preservar lo más valioso que tiene: su independencia y su libertad editorial. Algo que quedó perfectamente reflejado ya en los principios fundacionales del diario. En ellos se dice, entre otras cosas, que “EL PAÍS debe ser un periódico independiente, que no pertenezca ni sea portavoz de ningún partido, asociación o grupo político, financiero o cultural, y aunque deba defender la necesidad de la libre empresa, y aunque su economía dependa del mercado publicitario, el periódico rechazará todo condicionamiento procedente de grupos económicos de presión”.
Durante sus casi 50 años de vida, la libertad editorial ha sido el pilar sobre el que se ha construido este diario, que ha sido testigo y, a veces, protagonista de los acontecimientos más relevantes de la historia reciente. En este periodo, EL PAÍS se ha ganado a pulso la confianza de los lectores y de la sociedad gracias a su continuo ejercicio de independencia que, además, ha reforzado con mecanismos de gobernanza interna tales como el Estatuto de la Redacción o el Libro de Estilo, la Biblia de nuestros profesionales.
Esa defensa de la libertad editorial y de la independencia por encima de cualquier cosa ha colocado a nuestra cabecera en situaciones críticas, tal y como sucedió, por ejemplo, la noche del 23 de febrero de 1981. EL PAÍS fue el único diario español que sacó el periódico a la calle oponiéndose al intento de golpe de Estado, con su histórico titular de portada: “Golpe de Estado. El País, con la Constitución”.
La demostrada firmeza del Grupo Prisa a la hora de preservar y defender sus principios y sus valores también le ha provocado muy duros enfrentamientos con gobiernos y partidos políticos de todas las ideologías. Conviene en este punto echar la vista atrás para recordar cómo el Ejecutivo del Partido Popular presidido por José María Aznar emprendió una auténtica cruzada contra Prisa que estuvo a punto de mandar a la cárcel al entonces presidente del Grupo, Jesús de Polanco, y a su consejero delegado, Juan Luis Cebrián.
Los grupos de comunicación libres y que cumplen escrupulosamente con su función de vigilancia social acaban por convertirse en molestos para los centros de poder, sean del cariz que sean.
Una sociedad sana, democrática, necesita unos medios de comunicación fuertes e independientes que defiendan los derechos y las libertades de los ciudadanos, más allá de intereses políticos o económicos. Una necesidad que ahora se ha puesto más de manifiesto que nunca para tratar de contrarrestar el aluvión de las fake news, de los excesos que se producen en una sociedad que vive enajenada por la crispación que nace de la polarización política y cultural. Pero, sobre todo, para responder a las injerencias gubernamentales que cada día se hacen más evidentes en todo el mundo y que van en contra de la buena praxis democrática.
En este contexto, sería inaceptable que, cuando estamos recordando que hace ya 50 años murió el dictador Francisco Franco, alguien cayera en la tentación de tratar de adueñarse de un medio de comunicación independiente desde el poder, bien directamente, bien utilizando alguna empresa estatal como instrumento.
EL PAÍS lleva casi medio siglo defendiendo la democracia, las libertades y los derechos humanos. Y yo me comprometo a que seguirá adelante con esta misión. Hoy es más necesario que nunca que mantengamos firmes nuestros valores y nuestra cerrada defensa del periodismo de calidad, pese a las presiones de todo tipo que contaminan el ejercicio de una labor honesta y profesional, basada en la libertad editorial y en la independencia. Porque, en definitiva, y recordando la frase tantas veces atribuida a George Orwell: “Periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques. Todo lo demás son relaciones públicas”.
Hay de todo en los medios españoles de estos días, pero me quedo con esta columna filosa de Arcadi Espada publicada hoy mismo en El Mundo:
Pero si es 'Lily', con cuatro páginas de hierro sanchista
El presidente de El País, Joseph Oughourlian, acusó ayer al presidente del país de tratar de apoderarse de su empresa. Este párrafo inequívoco de un artículo publicado en el diario, que se adhería, además, a las celebraciones vigentes: «Sería inaceptable que, cuando estamos recordando que hace ya 50 años murió el dictador Francisco Franco, alguien cayera en la tentación de tratar de adueñarse de un medio de comunicación independiente desde el poder, bien directamente, bien utilizando alguna empresa estatal como instrumento». Dada la magnitud técnica y el riesgo ético de la iniciativa presidencial cabría esperar que detrás hubiera una sólida necesidad ideológica. Una urgencia apocalíptica. La certeza de que el periódico había caído en manos de usurpadores, de la estirpe de Antonio Caño y otros periodistas fumigados.
Pero no hay nada de eso. Dirigido desde hace años por una locutora ágrafa, el periódico que fue -y en el que hasta su sectarismo indeleble era útil e intelectualmente excitante- se ha convertido en una suerte de Lily para adolescentas, con cuatro páginas de hierro, de obligada inserción diaria y redactadas por cualquier terminal del llamado sanchismo, tan polifacético. El cesarismo del presidente del Gobierno está de sobras descrito. Y es posible que, como escribía profético, en tiempos, el difunto Montalbán, la lucha final pudiera darse entre sanchistas y ultrasanchistas. Pero aun con tales ponderaciones resulta impensable que el entrometimiento del presidente en el accionariado del periódico obedezca a una discusión política. El artículo de Oughourlian, legítimamente escrito en defensa propia y de su dinero, tiene un aparte retórico que no puede sostenerse. Y es que El País se haya ganado, como dice, «la confianza de los lectores y de la sociedad gracias a su continuo ejercicio de independencia». ¡Quia la independencia! Es desde la ausencia absoluta y constatable de ese rasgo de carácter como deben juzgarse las intenciones del presidente Sánchez. Su voluntad de control del periódico es una extensión particularmente obscena de una política patrimonializadora donde solo cuentan el poder y, contante, sonante y tajante, el dinero. Y no responde a otro plan que el descrito famosamente por aquel Natalio Rivas, cuando en una de sus visitas a su Órgiva caciquil logró desatar el paroxismo de sus partidarios, que una y otra vez le gritaban: «Natalico, ¡colócanos a todos!».
Sin más titular, entradilla ni cuerpo del artículo.
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